Hace mucho
tiempo que dejé de seguir el fútbol. Ese conglomerado que de deporte tiene más
bien poco. Sobre todo en lo más alto del escalafón. Creo haberlo dejado
plasmado en este blog en algunas ocasiones.
¿De qué
equipo eres seguidor?, me preguntan. Invariablemente respondo que del Benijos.
Que ni siquiera sé si existe o en qué categoría milita. Solo pretendo, con todo
el respeto que me merecen los benijeros, dejar patente mi total apatía por el
que otrora fuera una de mis aficiones del fin de semana. Alguna foto anda por
ahí con las melenas al viento. Qué tiempos.
Al tiempo (te
repites) he ido abandonando la costumbre de ver los resúmenes de cada jornada
por la tele. Cuando me ejercito con el zapeo –¿y quién no?– cada vez me detengo
menos en chiringuitos y estudios. Porque no me apetece perder el tiempo viendo
cómo unos expertos en tácticas, arbitrajes, alineaciones y demás, muy al estilo
de cualquier debate en (in)ciertas teles locales, despotrican a mansalva. En un
cínico ejercicio que demuestra cuán difícil es mantener en periodismo eso que
recibe el nombre de objetividad.
Pues no me
cuestiones cómo ocurrió, pero este pasado domingo me quedé enganchado en la
rueda de prensa del entrenador del Barcelona después del partido que lo
enfrentó al Valencia y que los ches ganaron habiendo pasado solo una vez del
centro del campo. Versión culé, claro.
Luis Enrique
es un malcriado. Sin más. El presidente de la entidad, de tener un mínimo de
sensatez, tarda en llamarle la atención al maleducado. Pero como en este deporte
también se juega al independentismo, lo mismo interesa adoptar posturas de
bravuconería para poner en un brete a quien deba mediar en referéndums (a pesar
de ser llana acabada en s, le pongo la tilde porque la RAE me señala que acaba en más
de un grafema consonántico, como bíceps o récords) y cuestiones de semejante
porte.
Puedo
entender que el hombre se halle nervioso por los últimos resultados. Pero la
compostura debe mantenerse. Y es en los momentos complicados cuando debe
medirse la valía de un profesional. El desplante hacia un periodista de
apellido Malo (mucho menos que el comportamiento del impresentable) bien
merecía que la sala se quedara vacía. Pero los corporativismos y obediencias
ciegas a los dictados editoriales pesan tanto que nos olvidamos de dar lustre a
una profesión que entre todos estamos choteando hasta límites insostenibles. Y
desde las tertulias televisivas no se ayuda precisamente a erradicar la
enfermedad. El tumor seguirá creciendo y cuando proceda la operación no vamos a
encontrar bisturí que saje el tremendo bulto.
Un entrenador
de fútbol de estos niveles debe ser alguien más que un señor que diseña
esquemas, programa estrategias y coordina el trabajo de once jugadores en un
estadio. El loable fin de alcanzar la victoria y colocar al equipo en el lugar
más alto de la clasificación, con ser el principal e importante objetivo, no lo
es todo. Nadie discute la valía de un equipo que en estas últimas temporadas ha
ganado mucho y más. Que ha establecido balances de muy difícil consecución.
Pero los indudables méritos quedan manchados con actitudes prepotentes y
caciquiles. Y Luis Enrique se está atreviendo, con el consentimiento del que
paga, a cruzar muchas líneas prohibidas por el sentido común.
Luis Enrique
es grosero, descortés, soez, incorrecto, desconsiderado, incívico. Y si en esta
nueva jornada, entre semana, el Barça sigue sumido en la debacle y pierde el
liderato por un casual, me temo que o los periodistas deportivos se ponen en su
sitio o la temperatura de la sala se va a elevar más que la lava de cualquier
erupción volcánica.
De fútbol no
entiendo nada. En absoluto. Pero de educación, un fisco. De ahí mi consejo al
ilustrísimo coach: modérate, sé respetuoso,
no descargues en quienes se limitan a preguntar tus exabruptos y desplantes.
Eso déjalo para con la almohada. En las maduras se navega placenteramente, pero
es en la duras donde se demuestran las valías. Y por lo que te capté este
pasado domingo, estás poniendo en tela de juicio tu crédito personal. En tu
capacitación técnica no me meto, porque mis entendederas solo llegan a que el
balón es redondo. O a lo peor ya no. Pero en la ética, la dignidad y el
respeto, qué verde estás.
Eres, Luis
Enrique, y termino, un malcriado, un solemnísimo descortés. Ya sé que no te vas
a enterar, pero espero que el gremio despierte y actúe en consecuencia. ¿O
vamos a seguir siendo borregos per sécula?
Hasta mañana.
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