Eventos
(¿otra vez?) que coincidieron en la noche de este pasado sábado. Al uno no
acudí –Baile de Magos– y al otro –Eurovisión– le eché un par de visuales
mientras mi calle se iba poblando de coches aparcados como cada año.
Desde que
abandoné la disciplina de la Agrupación Folclórica de Higa y me dediqué a
navegar en solitario, no acudo a estas citas multitudinarias. Antes lo hacía,
por imperativo legal, como miembro de un colectivo que supuestamente iba a
entretener a los allí congregados. Como nunca me ha gustado trasnochar, lo
pasaba mal. Contarte lo contrario sería mentir, y eso jamás. Algunas veces me
acostaba a la hora de siempre y me levantaba de madrugada para ir a trabajar.
Chiquita necesidad.
El domingo me
desperté como siempre. Próximo a las siete y media. El consabido control de la
tensión arterial (una semana al mes) y la costumbre no requieren despertador. Los
servicios de limpieza ya habían efectuado la ronda pertinente y no se
vislumbraban, al menos en mi zona, los efectos devastadores de las tormentas
alcohólicas. Mis felicitaciones por ser tan diligentes. Y sin privatizar, como
el alumbrado público.
Las redes
sociales, como siempre, brindaban disparidad de criterios en torno a lo
acontecido en la noche de marras. Desde el simpatizante-seguidor-baboso del
equipo que gobierna el consistorio realejero, para quien todos los presentes
portaban el traje típico en perfecto estado de revista, hasta el que solo
tropezó con botellones a troche y moche, vómitos, meadas y porquería plástica
por doquier.
Puestos en la
disyuntiva de tener que inclinarme hacia uno u otro extremo, y no creo ir muy
descarriado, habré de situarme en la óptica de la inmundicia. Pero, claro,
¿podría esperarse otra cosa en un lugar en el que se dan cita miles de
personas, de las que ‘cienes y cienes’ no saben ni su propio nombre después del
tercer vaso? Es como pedirle peras al olmo. Y dado que los ayuntamientos miden
el éxito de las convocatorias por el número de asistentes y las toneladas de
basura acumuladas, solo me resta añadir que ‘malimpriadas’ vestimentas para
semejantes abusos. En fin, como debe ser.
Qué tiempos
aquellos en que no teníamos tele en La Gorvorana –si no había luz, qué podíamos
esperar– y acudíamos a la casa privilegiada que poseía un generador (nosotros
lo llamábamos motor, sin más), o cuando ya fuimos jóvenes de pelo en pecho al
Bar Paradero de Los Barros, para poder contemplar aquellos espectáculos de luz
y sonido. Qué miserias, para que vengan quejándose estos señoritingos de ahora
mismo.
Como
estábamos estudiando (¿y cómo lo hacíamos sin corriente eléctrica?), algo
sabíamos de la geografía europea. Pero desde el domingo estoy buscando a quien
me señale en qué sector de la
Europa actual puedo ubicar Australia. O Israel. O un montón
de países surgidos tras la extinción o desaparición de la antigua URSS. Yo no
entiendo nada.
Mejor, sí.
Aparte del despilfarro económico que supone toda esa parafernalia (no lo digo
por Suecia, pero sí por esta España nuestra), el cachondeo de compadreo (qué
rima más estúpida) político o de amiguismos sobrevenidos en el sistema de
votaciones, me conducen a la enésima petición que caerá (y van…) en saco roto:
Dediquemos ese dinero a la mejora de la seguridad vial. O a un avance en la
dotación de hospitales y centros de salud. O a la creación o remozamiento de
escuelas, colegios, institutos y universidades en aras de una mejora educativa
y de la drástica reducción del fracaso escolar. O…
No existe el
sentido del ridículo. Y la televisión española viene siendo el hazmerreír de
Europa (y parte del extranjero) desde ha demasiado tiempo. Hora es que alguien
sensato y cabal adopte la decisión de no concurrir a semejantes bodrios. No
tanto por el espectáculo cuanto por nuestra exitosa participación.
Nada puede
extrañarnos cuando por estos lares se reclama una inyección de al menos seis
millones de euros –una minucia, vamos– porque la tele canaria sigue sin dar más
de sí. Como Pepe Benavente no retorne con El polvorete, no se nos ‘levanta’ el
ánimo. Y los mal denominados Hospitales del Norte y Sur, a verlas venir. El
anillo insular, a la ventura de la
Virgen de Candelaria (qué bueno su combate con la del Pino,
versión Abubukaka en el portuense Mueca). El abandono de los campos, San Isidro
se fue de romería…
Es lo que hay.
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