Me he
prometido ver solo Clan hasta el 27 de junio. Porque sé que me indigestaré, a
buena gana, con dibujos animados. Pero me creeré las historias de La patrulla
canina. A pie juntillas. Como devoré a Pocoyó, Caillou y también los Little
Einsteins. Y nos dormíamos, mi nieta y yo, como dos angelitos. El segundo fue
menos de cuentos. Y la tele no le hacía demasiado tilín. El tercero aún no está
en edad de pararse ante la caja tonta. Sigue gateando y entrenándose duramente
para la próxima babytrail. Lo aconsejaré,
mientras pueda, para que no caiga en tentaciones televisivas. Salvo que ya de
mayor estudie Ciencias Políticas.
En las otras
cadenas más tradicionales existen idénticos personajes. Ingenuos, cándidos,
inocentes. Y no supondrían mayor peligro si no fueran candidatos. Porque uno
está acostumbrado a tomarse la vida como un engaño permanente. A broma,
digamos. Pero cuando sí lo hacen de tal guisa aquellos que deben depositar sus
posaderas en los muy ilustres sillones del parlamento para dilucidar qué preceptos
legales deben ser los adecuados para una mejor convivencia, comienzas a sentir
unos ligeros cosquilleos por todo el cuerpo… Qué contarte que no hayas
experimentado ya. Y ahora, por si no tuvimos bastante en los meses finales del
pasado año, ración doble. Con idénticos caretos y similares promesas. Y si la
abstención crece hasta límites insospechados, a ellos plin porque duermen a
pata suelta.
Las mejores
asociaciones y empresas colectivas que se hayan visto por estos contornos son
aquellas que contemplamos en los capítulos de La abeja Maya. No comparto con
ellas lo de la monarquía, pero en el trabajo nos dan unas cuantas vueltas. Y
nada digamos de los idílicos panoramas e instantes supremos de felicidad que
vivimos con Heidi, Pedro, el abuelo y una ‘jartada’ de cabras que estaban todas
muy cuerdas. Hasta Marco tuvo su aquel con Amedio, a pesar de la insistencia
del guionista en mantener el suspense con la madre desaparecida. Algo que no se
le hace a un chaval de tan pocos años.
No me gusta
Bob Esponja, pero creo que voy a votar por él. Su desaliñado aspecto no me inspira
excesiva confianza. Aunque no le podremos negar la posibilidad de que absorba
nuestros deseos, anhelos y peticiones.
SpongeBob SquarePants, título original
en inglés, y que en español vendría a ser Bob Esponja Pantalones Cuadrados,
vive en la ciudad submarina de Bikini Bottom. Es el cocinero del restaurante El
Crustáceo Crujiente y está dotado de la extraña habilidad de meterse en todo
tipo de problemas. Primera característica: Increíble similitud con cualquier
político al uso.
En el fondo
marino se puede hacer fuego, los edificios se inundan y los peces andan. Los caracoles
maúllan, los gusanos ladran, las medusas producen jalea, las almejas vuelan y
los nematodos son las termitas de aquellos contornos. Segunda característica: Equivalencia
plena con cualquier parlamento o consejo de gobierno que se precie.
¿Y para qué
más? Es probable que cuando el mes de julio nos indique el comienzo de las
vacaciones (¿más todavía?), tenga más cara de bobo que cualquier personaje de
los dibujos animados. Pero seré inmensamente feliz por haberme ilusionado con
la ingesta. Y es probable que durante el periodo de especial régimen
alimenticio ni siquiera me haya enfadado con tanta bobería.
Y esconderé
el televisor que se halla en el comedor. Que puede ser la causa de todos mis
males. Si uno almuerza entre las dos y las tres de la tarde, ve a las
programaciones respectivas y comprueba la cantidad de telediarios e
informativos varios que nos zampamos como postres. Así está el estómago.
Por lo tanto,
no se hable –o escriba– más. Demos comienzo a la precampaña. Ni Fred Flintstone ni Barney Rubble. Me quedo
con Bob. Y en todo caso, Pocoyó de vicepresidente. Sus sentencias cortas y
tajantes son un dechado de virtudes. Que de circunloquios estamos hasta allí…
Cuando
finalizaba de redactar los párrafos anteriores, llega la tan esperada lluvia
tras todo un día de reiterada brisa majadera. Parece que viene con ganas. Bienvenida
sea.
Por último,
excusarme por no llegar a tiempo para cumplir con el deseo que alguien me
encargó estos días pasados para señalar el lugar donde fueron obtenidas las
fotos colgadas en Facebook. Lo siento de verdad, Hilaria. Lo haré a partir de
ahora en el convencimiento de que tu nueva conexión a Internet funcione a mayor
velocidad que la de este viejo ordenador que aún me sirve de grata compañía.
Sabes que no cejaré en el intento de agradar a los que se asoman a este invento
que nos ha brindado eso de las Nuevas Tecnologías. Hasta siempre.
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