jueves, 12 de mayo de 2016

Doctores honoris causa

El título de ‘doctor honoris causa’ se otorga en reconocimiento de las experiencias vitales de un individuo o de sus contribuciones en un campo específico. Honoris causa es una locución latina que significa “por causa de honor”. No es un título académico y normalmente el galardonado no guarda relación previa con la institución otorgante.
Hubo, en el día de ayer, un acto de tales características en la universidad lagunera. Los medios de comunicación, fundamentalmente prensa, se prodigaron en titulares que daban fe de que Manolo Blahnik, el de los zapatos caros, fue investido como tal. Hasta leí en algún sitio que era altivo pero cercano. Yo no pasé por allí.
El centro docente en el que estudié puede llevar a cabo las actividades que crea conveniente. Y si entendió que el zapatero palmero (en la isla nació, aunque lleva tantos años en Inglaterra que ni el acento tan marcado de sus habitantes conserva) era acreedor a la distinción, como así ocurrió, miel sobre hojuelas.
En la rueda de prensa previa, el diseñador del calzado más caro del mundo (cada par de ‘manolos’ puede alcanzar sin mayor problema varios miles de dólares –moneda oficial para las ventas– y tengo mis dudas de si por la importancia del ya doctor o por el renombre de las ‘estrellas’ que lo portan) valoró de manera destacada “el trabajo silencioso de los maestros”. Detalle que le agradezco infinitamente en nombre de los que somos miembros de esta sufrida y abnegada profesión. Reconoce que se ha perdido el respeto al recordar la labor de una profesora que tuvo en sus primeros años de vida en la Isla Bonita. Emotiva pincelada.
Estarás a estas alturas, como me habría pasado a mí si fuese al revés, preguntándote por el señor de la foto. Del que parecen haberse olvidado los encargados de redactar los títulos en los periódicos. Que en muchas ocasiones pretenden más enganchar al lector que construir un mensaje que nos conduzca al meollo de la cuestión: la información.
Junto a Manolo Blahnik fue nombrado, asimismo, doctor honoris causa el astrofísico, investigador del IAC, John Beckman. Un inglés que lleva en Tenerife varias décadas entregado a un quehacer de tal envergadura, que ya somos conocidos por los avances en este campo de la ciencia como pioneros en el mundo. Hemos dejado de ser la isla, son sus palabras, del accidente de los jumbos en Los Rodeos para figurar en el grupo de los escapados del pelotón en esta carrera maravillosa del descubrimiento de ese mundo fascinante de los astros. Sintetizó el acto solemne con un símil perfecto: Somos hombres con los pies en el suelo y la cabeza por encima de las nubes.
No me pareció correcto el tratamiento habido y por ello lo manifiesto. Ni quito ni doy importancias o calidades, pero considerar que llevar parte de las extremidades inferiores en buena compañía a una boda o a una gala de cine, por ejemplo, como un hecho de mayor trascendencia que el descubrimiento de una galaxia o un agujero negro –al menos en los flashes informativos de reclamo– es tan injusto como poco profesional.
El periodismo escrito está necesitado de profundos análisis. No digo que requiera médico de urgencias, pero sí de unas pastillas de sosiego, de tranquilidad, cuando no de unos gramos de imparcialidad de juicio. Es fácil para un servidor desde esta atalaya de opinión dar consejos de tal calibre. Pero en las horas bajas que atraviesa el sector, un esfuerzo bien merece la pena. Si nos hemos dejado llevar por el sentimentalismo patrio, lleva más tiempo en la isla el inglés que los escasos años que el palmero residió entre nosotros, Vamos, que el inglés es muy canario y el canario muy gentleman.
He leído algunas entrevistas al científico. Eché una ojeada a su larga trayectoria y comprobé la cantidad de artículos y publicaciones que ha parido. Tiene en su contra el trabajo en la oscuridad, en la soledad del espacio infinito. No viste igual. Y como en la balanza de valores pesa el glamur, el fiel se inclina a lo que vende. Aunque jamás podamos pagarlo.
Dice John Beckman que Canarias no tiene que depender de combustibles fósiles. Sentencia que no alcanza el prestigio de un zapato. Y, además, que no se puede vivir de energías renovables de un día para otro, pero que si no empezamos nunca llegaremos. Otro veredicto de tremendo calado social que no cotiza en el mercado de valores, como el otro zapato con el que hacemos el par. Así va el Ibex 35.
Hasta mañana.

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