El título de
‘doctor honoris causa’ se otorga en reconocimiento de las experiencias vitales
de un individuo o de sus contribuciones en un campo específico. Honoris causa
es una locución latina que significa “por causa de honor”. No es un título
académico y normalmente el galardonado no guarda relación previa con la institución
otorgante.
Hubo, en el
día de ayer, un acto de tales características en la universidad lagunera. Los
medios de comunicación, fundamentalmente prensa, se prodigaron en titulares que
daban fe de que Manolo Blahnik, el de los zapatos caros, fue investido como
tal. Hasta leí en algún sitio que era altivo pero cercano. Yo no pasé por allí.
El centro
docente en el que estudié puede llevar a cabo las actividades que crea
conveniente. Y si entendió que el zapatero palmero (en la isla nació, aunque
lleva tantos años en Inglaterra que ni el acento tan marcado de sus habitantes
conserva) era acreedor a la distinción, como así ocurrió, miel sobre hojuelas.
En la rueda
de prensa previa, el diseñador del calzado más caro del mundo (cada par de
‘manolos’ puede alcanzar sin mayor problema varios miles de dólares –moneda
oficial para las ventas– y tengo mis dudas de si por la importancia del ya
doctor o por el renombre de las ‘estrellas’ que lo portan) valoró de manera
destacada “el trabajo silencioso de los maestros”. Detalle que le agradezco
infinitamente en nombre de los que somos miembros de esta sufrida y abnegada
profesión. Reconoce que se ha perdido el respeto al recordar la labor de una
profesora que tuvo en sus primeros años de vida en la Isla Bonita. Emotiva pincelada.
Estarás a
estas alturas, como me habría pasado a mí si fuese al revés, preguntándote por
el señor de la foto. Del que parecen haberse olvidado los encargados de
redactar los títulos en los periódicos. Que en muchas ocasiones pretenden más
enganchar al lector que construir un mensaje que nos conduzca al meollo de la
cuestión: la información.
Junto a
Manolo Blahnik fue nombrado, asimismo, doctor honoris causa el astrofísico,
investigador del IAC, John Beckman. Un inglés que lleva en Tenerife varias
décadas entregado a un quehacer de tal envergadura, que ya somos conocidos por
los avances en este campo de la ciencia como pioneros en el mundo. Hemos dejado
de ser la isla, son sus palabras, del accidente de los jumbos en Los Rodeos para
figurar en el grupo de los escapados del pelotón en esta carrera maravillosa
del descubrimiento de ese mundo fascinante de los astros. Sintetizó el acto
solemne con un símil perfecto: Somos hombres con los pies en el suelo y la
cabeza por encima de las nubes.
No me pareció
correcto el tratamiento habido y por ello lo manifiesto. Ni quito ni doy
importancias o calidades, pero considerar que llevar parte de las extremidades
inferiores en buena compañía a una boda o a una gala de cine, por ejemplo, como
un hecho de mayor trascendencia que el descubrimiento de una galaxia o un
agujero negro –al menos en los flashes informativos de reclamo– es tan injusto
como poco profesional.
El periodismo
escrito está necesitado de profundos análisis. No digo que requiera médico de
urgencias, pero sí de unas pastillas de sosiego, de tranquilidad, cuando no de
unos gramos de imparcialidad de juicio. Es fácil para un servidor desde esta
atalaya de opinión dar consejos de tal calibre. Pero en las horas bajas que
atraviesa el sector, un esfuerzo bien merece la pena. Si nos hemos dejado
llevar por el sentimentalismo patrio, lleva más tiempo en la isla el inglés que
los escasos años que el palmero residió entre nosotros, Vamos, que el inglés es
muy canario y el canario muy gentleman.
He leído
algunas entrevistas al científico. Eché una ojeada a su larga trayectoria y
comprobé la cantidad de artículos y publicaciones que ha parido. Tiene en su
contra el trabajo en la oscuridad, en la soledad del espacio infinito. No viste
igual. Y como en la balanza de valores pesa el glamur, el fiel se inclina a lo
que vende. Aunque jamás podamos pagarlo.
Dice John
Beckman que Canarias no tiene que depender de combustibles fósiles. Sentencia
que no alcanza el prestigio de un zapato. Y, además, que no se puede vivir de
energías renovables de un día para otro, pero que si no empezamos nunca
llegaremos. Otro veredicto de tremendo calado social que no cotiza en el
mercado de valores, como el otro zapato con el que hacemos el par. Así va el
Ibex 35.
Hasta mañana.
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