Se conocen
con tal denominación a las que carecen de personal para atenderte. Y debe ser
el usuario el que se ensucie las manos (cuando no la ropa) y salga dando olor a
combustible hasta que llega a casa, se ducha tres veces y se pone colonia en
sus cuatro puntos cardinales.
Nada que ver
con la reliquia de la foto ni con el surtidor de Benito en San Agustín, con
aquellos dos depósitos de cristal en los que tu veías cómo mientras uno se
llenaba, el otro descargaba su contenido en el tanque del coche. Y finalizada
la maniobra de recarga, se estiraba la manguera para que no quedaran restos en
las curvas o recovecos. Qué tiempos en los que no estábamos tan mecanizados, ni
automatizados. Como tú ibas sumando (creo recordar que de cinco en cinco), te
marchabas con la seguridad de que no te habían estafado. Ahora, vete tú a
saber.
Si no me
falla la memoria, fue en una sola ocasión cuando recurrí a una de estas
estaciones de servicio. Las del título, claro. Y me dije que ‘más nunca’.
Aquello de zapatero a tus zapatos, que se cumpla a rajatabla.
Te conté que
hace unos meses me alquilaron un coche en el aeropuerto palmero con la aguja
marcando bajo cero. Tanto que el empleado me indicó que no dejara pasar la que
se halla en la misma salida de los aparcamientos. Así hice. Y como no acudía
nadie para el repostaje, me dirigí a preguntar al operario que vislumbré tras
los cristales del escaparate. Me dijo que se trataba de la modalidad de
autoservicio. Le contesté que yo no había estudiado para tal oficio y que me
marchaba. Si el coche, le señalé, se queda sin gasolina antes de llegar a la
próxima (en los aledaños del muelle), llamaré por teléfono y que me lo vengan a
cambiar. Se levantó el caballero de su asiento y salió del receptáculo para
atenderme. Depósito lleno, pago, gracias y adiós muy buenas.
Parece ser
que la Consejería
de Industria del Gobierno de Canarias se ha puesto las pilas y ya redacta la
normativa que obligue a que estas dependencias cuenten siempre con personal
para atender a los clientes. Algo que no requiere mayores comentarios porque se
trata de productos altamente peligrosos. Imagínate tú que se produzca un
accidente en la manipulación por manos inexpertas de un material tan sensible.
O porque a cualquier individuo, o individua, se le crucen los cables y arme una
de fuegos artificiales. ¿Y por qué no? Cosas peores se han visto.
Me alegro de
que se haya adquirido algo de cordura y mucho de sensatez. No tanto, como se
indica en la exposición de motivos, por la salvaguarda de los derechos del
consumidor, que también, sino porque es preciso incrementar la seguridad en las
estaciones de servicio. Además del efecto colateral, y no menos trascendente,
de la creación de puestos de trabajo en unos tiempos en que no pintan bien las
estadísticas al respecto. Que no ocurra en este sector lo que acaece en la
banca, donde los cajeros automáticos han suplantado la labor de bastante parte
del personal. Se crearon para sacarte de un apuro en las horas que la oficina
permanecía cerrada y te veías en la obligación de tener unos billetes en el
bolsillo o pagar cualquier imprevisto, y se han convertido en unos ‘manitas’
que te resuelven cualquier situación.
De igual
manera que me he negado al móvil, seguiré acudiendo a la sucursal de La Longuera de mi entidad
bancaria de siempre y esperaré mi turno para que sea el conocido de toda la
vida el que me atienda. Y con el que pueda intercambiar unas palabras. Aunque
sea para una operación que se resuelve con la tarjeta. Porque me gusta el trato
personal y no que un artilugio te vaya guiando y te convierta a ti también en
un autómata. Es más, te pido que hagas lo mismo. Porque estaremos fomentando
costumbres perdidas al tiempo que colaboramos para mantener empleos.
Bienvenido
sea, pues, el paso emprendido en aras de solventar la problemática de las
mentadas gasolineras. Porque si para trabajar en la restauración, por ejemplo,
se me exige el carné de manipulador de alimentos, los conductores no tenemos
adherido al de conducir una etiqueta que nos capacite para el trasiego de
materias peligrosas y altamente inflamables. Y todos debemos aportar nuestro
granito para que ningún artilugio sea partícipe del incremento del número de
parados. Unidos podemos. Bordado que me quedó.
Y eso que
pensaba escribir del ahorro energético en mi pueblo. Al que los habitantes de
mi calle (una entre tantas) contribuimos con muchas horas de oscuridad. Somos
los que menos aportamos a eso de la contaminación lumínica. Y los que más
seguimos las directrices de los observatorios de Izaña. Tanto que nos tienen
nominados para un premio. Muchas gracias, don Manuel.
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