Sí podemos alzar la voz de manera contundente ante
tanta desfachatez. Porque si te preocupas mínimamente y decides estar informado
de aquellos aspectos que constituyen los contenidos más normales del diario
acontecer, brincas como un saltaperico (¿te acuerdas?) cada vez que escuchas
declaraciones de (in)determinados personajes públicos. Nos toman por el pito
del sereno. O por la flauta de Bartolo.
Suelen proceder tales dislates de los que dicen
representarnos. O mejor, de aquellos que las formaciones políticas incluyeron
en unas candidaturas cerradas para que tú acudieras a la urna en el
convencimiento de que ejercías un derecho ciudadano que te iba a ser respetado
en el posparto. De las componendas posteriores, ¿qué contarte que ya no sepas?
Es tanto el espíritu de trabajo y la ilusión de
servir a la sociedad que este pasado lunes, primera de las jornadas habilitadas
para la acreditación de sus señorías, solo acudieron a la Carrera de San
Jerónimo tres de los trescientos cincuenta. Ni el 1%. Como el lepero que se fue
a Madrid, aconsejado por un paisano, en busca de fortuna porque el dinero era
tan abundante que te lo encontrabas tirado por la calle. Y, efectivamente,
cuando llegó a la capital vislumbró un billete de mil pesetas en la acera. Ni
se agachó. Mañana empiezo, dijo a voz en grito.
Yo no las entiendo como pequeñas acciones. Son los
detalles que marcan trayectorias y que constituyen –o deben– lo que yo siempre
he calificado de ejemplaridad. Como el sueldo está asegurado y el contrato no
va a sufrir modificación alguna, ocurren estos hechos el mismo día en que se da
a conocer que varias decenas de miles de compatriotas han obtenido el reintegro
de un empleo tan volátil como efímero. Y a los que no se dio opción de que
acudieran al curro en el transcurso de unas semanas, sin apurarse.
Estoy harto de escribir –lo malo es que ningún
destinatario me lee sino que voy escapando con los incondicionales– que todo
aquel que se coloca ante un micrófono debería ser capaz –a lo peor estoy
demandando un imposible– de pensar que al otro lado existe alguien mínimamente
capacitado para razonar y cuestionar. Sí, lo de que al menos puedo ser tan
ignorante como tú.
En estos días mucho se ha hablado y escrito del
déficit de la Seguridad Social. De cómo la hucha se ha vaciado y ya se escucha
la calderilla en el fondo. Pues ayer leí que desde el ministerio se quita
hierro al asunto alegando que es una circunstancia meramente coyuntural y que
las pensiones están aseguradas. Como uno ha sido testigo del reiterado
incumplimiento de las promesas –hecho que premia al infractor con un notable
incremento de votos– comienza a bailar con una pata sola –qué otra cosa puedo
hacer en la situación personal actual– hasta que la mujer grita el consabido
‘te vas a caer otra vez’. Y me despierto, claro.
Lo que no me cuadra, no me cuadra. Debo ser muy
cuadrado. Tras la no disimulada desilusión electoral de Podemos y después de
echar mano de las disculpas más peregrinas, vienen a reconocer sus dirigentes
que han descuidado los círculos y que deben multiplicar los relevos y los
cuadros internos. Con otras palabras, eso lo escuché cuando era militante del
PSOE allá por los años ochenta. ¿Y? Más de lo mismo.
Como se esperaba tanto y solo se alcanzó cuanto, hay
que estrujarse los sesos en busca de aclaraciones para que vuelvan al redil
aquellos que se encandilaron con los cánticos en la Puerta del Sol. De ahí, o
por ahí, deduzco proceden los tiros de los olvidados círculos. Y es que la
amalgama ha sido algo exagerada. La suma de tantas confluencias, plataformas y
compromisos ha originado un mucho de caos circulatorio. Por lo que el
gallinero, con tanto quíquere, se revoluciona. Y cada vez que tropiezan, las
pitas se escuchan en los altos de Agando.
Han derivado hacia el conservadurismo partidario más
rancio. Tanto que no hallan aquí en Canarias a quienes comparezcan ante la
comisión de la reforma electoral. Y anuncian que proponen a los mismísimos
Iglesias y Errejón para que sean ellos los que hagan acto de presencia. Hecho
que me ha dejado en notorio fuera de juego. Y me da la impresión de que los
otrora Sí se puede, tan reivindicativos, tan sindicalistas, tan modelos a
retratar y admirar en una sociedad tan escasa de espejos, tampoco se encuentran
demasiado satisfechos ante estos excesos de protagonismo. Se me antoja que
hasta caminan de manera diferente, más farruquitos, más echaditos al frente
(popular).
Lo dicho. Escrito queda. Sí podemos.
Hasta mañana.
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