jueves, 14 de julio de 2016

Yo no sabía nada

De mis querencias futbolísticas he dejado constancia escrita en diversas ocasiones. De mis amores juveniles al pasotismo actual han mediado circunstancias casi siempre relacionadas con aspectos que sobrepasan el ámbito del deporte. Que es, por otra parte, lo que ha llevado a la modalidad balompédica a convertirse más que en un negocio de unos cuantos en un tejemaneje de muchos kilates.
Tanta es mi simpatía en el presente inmediato que, a tenor de lo publicado durante esta semana por los muchos entendidos que pululan por los estadios, sin lugar a duda alguna, fue España la selección que mereció elevar la Eurocopa este pasado domingo en la capital francesa. Porque este tinglado funciona más por las animadversiones que por la crítica sensata, comedida y con un mínimo de sentido común. Las ojerizas hacia Cristiano Ronaldo conducen a Portugal a la categoría de segunda regional (ignoro si existe), incapaz de ganar un partido y con un fútbol de lo más ramplón. ¿Cómo alcanzó la final? Los árbitros, seguramente.
Pero no va mi comentario por esos derroteros. El título ya indica bastante de por donde van los tiros (a puerta). De otro señorito estupendamente acomodado a la par que ignorante perdido. Sí, del evasor Messi. Condenado, junto a su padre, por haber defraudado unos kilos apenas. De quien el fiscal se ha apiadado, siguiendo la doctrina habida con la hermanísima Cristina, para que el argentino no deba pisar la cárcel. Pues no podemos cortar su carrera en pos de más éxitos (económicos).
Como bien sabemos todos, él lo ignoraba todo. Eran cosas de su papá. El progenitor le ponía los papeles delante y él estampaba su firma. De tanto entrenar y por su dedicación exclusiva, ni siquiera ha sido capaz de aprender a leer. Al menos, con ciertas dosis de comprensión.
Su club, el Barça, lo protege hasta las últimas consecuencias. Ha iniciado una vergonzosa campaña de encubrimiento con desaforados ataques a la conspiración madrileña. Qué otra cosa podía esperarse. Madrid nos sabotea, nos roba, nos quiere enviar a la cárcel. Independicémonos de una vez. No podemos seguir así ni un minuto más. La envidia los corroe y han movilizado todas las estructuras del estado –de su estado– para hundirnos en la miseria. Pero no lo conseguirán. Contamos con la ingenuidad de nuestros hinchas, nuestros forofos. Con nuestros culés a muerte.
Con qué facilidad se mueve a los que se guían por caminos en los que la razón no existe. Tanto que contemplo atónito cómo concejales de años idos, como un servidor, se suben al carro de los despropósitos y alientan la teoría de la confabulación. Aquellos que en su etapa política, bajo las siglas del partido socialista, enarbolaban la bandera de defensa de los intereses del bien común, de una sociedad más justa y equilibrada, en la que pagaran más los que tenían más, para que se redistribuyeran los dineros en función de las necesidades. Así va el ‘negocio’, Pedro Sánchez.
Qué pena. Cómo puede llegar una mente a cerrazón tal. ¿O es que acaso lo que evada el señorito va a ser repuesto en las arcas públicas por mandato divino? ¿Quiénes pagamos los platos rotos con recortes en servicios indispensables?
Lo más gracioso –tildémoslo así– es que en cualquier otro foro en el que el fútbol no marque directrices, esos mismos obcecados son capaces de demandar con ligeros tintes de ecuanimidad mejoras para los sectores desfavorecidos, protestan por el futuro de las pensiones y claman a la Virgen del Carmen para que interceda por los descalabros económicos. Cuánta falsedad.
Esos no son aficionados. Son borregos que actúan al dictado de intereses espurios. Bien pertrechados de bozales y orejeras y que se conducen en manada bajo el único eco del balido. Y algunos fueron compañeros de andanzas en la cosa pública. Cuánto me duele y me avergüenza.
No, eso no es fútbol, eso no es deporte, eso no es seguir con nobleza los colores de un equipo. El hecho trasciende la normalidad. ¿Acaso osas encuadrarlos más allá de ciertas lindes? Te respondo con otra interrogante: ¿Y tú qué crees?
Penoso, lamentable, inaudito, lúgubre. Seguiré enganchado al Tour.

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