Ni te asustes
ni te preocupes. Ni por asomo es uno, y más a estas alturas de la vida,
especialista en ambas materias. Pero la lectura de dos flases informativos me
condujo a titular tan sugerente. De esos que llaman la atención del ojeador –y
algún que otro aficionado a hojear– de periódicos.
Acerca del
concepto de anciano parece no estar todo escrito. Máxime cuando la esperanza de
vida, afortunadamente, va creciendo. Y el incremento habido en apenas unas
décadas es más que notorio. Podemos vislumbrar a cada mozalbete de 80 años por
esas plazas que te hacen dudar del sostenimiento del sistema actual de
pensiones. Y las denominadas revistas del corazón te sorprenden de vez en
cuando (puede que vayan de farol) con portentos de viejos que son capaces de
engendrar cual jóvenes de treinta y pocos. Eso sí, la parienta no debe llegar a
tantos. No tentemos a la naturaleza.
Me recuerda
aquel que desposó a una chiquilla de apenas veinte y justo al año ya estaban
ambos en la clínica para dar a luz al primero de la serie. Extrañada la
ginecóloga le preguntó sin ambages que cómo se las arreglaba para mantenerse en
forma. Es que siempre hay que tener el motor en marcha, funcionando a tope, contestole
el vejestorio. Y así en una segunda ocasión al año siguiente. Y la misma historia.
Pero al tercero, la doctora, cuando salió del paritorio, sin hacerle la
consabida interpelación le aconsejó que cambiara ya el aceite del motor porque
el crío le había salido negro.
Parece ser
que allá en la Francia,
por la zona de Toulouse, un ancianete
(o ancianote, que tanto monta; eso,
con mala uva) todavía de buen ver tuvo la infeliz ocurrencia de ir a un sex
shop a echar… una mirada a esas películas en las que salen las chicas algo
ligeras de ropa. Tanto debió subirle la temperatura, y por ende el ritmo
cardiaco, que de un ataque fulminante se durmió nuestro hombre para siempre con
cara de regocijo y cuerpo de satisfacción. Muerte dulce, me imagino.
Sigo leyendo
y me quedo medio estupefacto al comprobar que fueron los bomberos los que
acudieron en auxilio del pobre infeliz. Que nada pudieron hacer. Me imagino que
al menos le habrán sofocado el incendio y bajado la calentura. Para que en el
último viaje, entiendo, no sufriera más calores de los estrictamente necesarios.
Es que se ve cada cosa.
Intervienen
en Almería 205 kilos de cogollos de marihuana con destino a Berlín ocultos
entre cebollas. Sabido es que el bulbo nos hace llorar cuando lo manipulamos
para nuestra alimentación. Pues yo hubiese dejado que el cargamento llegase a
Alemania. Porque los consumidores teutones habrían aparcado sus penas mientras
los efluvios de ambas plantas se expandieran por todos los rincones de las
casas afortunadas. Al menos en esos hogares las lágrimas rodarían con otra
sintomatología.
Uno de esos
envíos debería ser entregado en La Moncloa.
Al mismísimo presidente (en funciones). Porque este país
nuestro, España, en el que hay muchos españoles (todavía se escuchan las
carcajadas de los olímpicos), no puede estar ni un minuto más en funciones. Y
lo ha descubierto ahora, en plena canícula. Más que un golpe de calor debe
haberse tratado de una indigesta de cebollas narcotizadas. Es que este hombre
no tiene perdón. Que busca desesperadamente las terceras en el convencimiento
de que solo los suyos, los incondicionales, los …ales, serán los que acudirían
a las urnas en el cercano diciembre. Y tiro porque me toca.
Como es
público y notorio, yo voté PSOE en las próximas pasadas. Y lo hice porque
entendí que el PP había abusado de su mayoría absoluta para plegarse a los dictados
alemanes a la hora de contentar déficits con sajadas y cortes en los bolsillos
más vulnerables. Y jugaría esta formación política con mi papeleta si ahora se
hiciera el loco (abstenerse) para permitir que el gallego siguiera consumiendo
cebollas contaminadas. Vamos, que ni jartos
de grifa.
Claro,
dispara. Yo soy el que me lo tomo a broma. Mis escritos carecen de consistencia
y profundidad. Soy superfluo, infantil, de razonamientos planos. Será porque la
idiotez se me está pegando. Como aún estoy en la década de los sesenta, lo
mismo me espabilo y me doy a lo que el titular indica. Tendría tanto porvenir
como…
Déjalo ya,
retórico. Vale. ¡Ah!, gracias por tantas visitas a la nueva piscina. Parece que
caló.
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