miércoles, 7 de septiembre de 2016

Turismo y folclore (III)

3. “Ellos” y “lo nuestro”   

Sí, fueron "ellos" (los turistas) quienes primero hablaron de "lo nuestro". Una apasionada adhesión de los naturales a las costumbres de sus antepasados, permite a los indígenas de esta provincia conservar trajes que no solamente distinguen a los habitantes de una isla de los de otras, sino que aun los de casi todas las ciudades o pueblos de cada una, ofrecen tal sello peculiar que una persona habituada a su contemplación, a primera vista discierne el lugar a que pertenece...[1]
No solo nos visitaban, no solo quedaban prendados de nuestros paisajes, de la benignidad de nuestro clima; también, además, se fijaron en nuestras costumbres, vestimentas, fiestas, tradiciones..., en nuestro acervo cultural, en nuestro folclore.
René Verneau (Cinco años de estancia en las Islas Canarias), Olivia Stone (Teneriffe and Its Six Satellites), Elizabeth Murray (Sixteen Years of an Artist´s Life in Morocco, Spain and the Canary Islands), Sabino Berthelot (Primera estancia en Tenerife, Etnografía de las Islas Canarias)... fueron algo más que turistas.
Ellos nos han devuelto parte de nuestra historia. Los investigadores han bebido en sus fuentes para rescatar pasajes de antaño. Superadas etapas pretéritas en las que nuestra cultura estaba mal vista, habiendo comprendido que los extremos siempre traen nefastas consecuencias, hemos sido capaces de comprender que no deben estar reñidos los conceptos que este estudio pretende hacer compatibles. Es difícil, pero no imposible.
En los últimos años de la dictadura, Canarias vivió las primeras avalanchas del llamado turismo de masas. Y no solo olvidamos nuestras raíces, sino que obviamos a unos turistas especiales, a los que, afortunadamente, el tiempo, ha restituido. Pero estos son aspectos para un posterior desarrollo. Vaya, a forma de preámbulo, una breve pincelada acerca del concepto de turismo. Pretendo con ello, y así se deja traslucir a lo largo de apartados posteriores, que en las continuas referencias a las actividades culturales y de ocio, tiene un papel muy importante que jugar el folclore, que no es eso que, con demasiada normalidad, se está ofertando al visitante.
En la Declaración de Manila (octubre de 1980) se establece que el turismo se extiende como una actividad esencial de la vida de las naciones, por sus consecuencias directas para los sectores sociales, culturales, educativos y económicos de las sociedades nacionales y por sus relaciones internacionales en todo el mundo. Asimismo se indica que estriba en el acceso del hombre al descanso recreativo, a las vacaciones y a su libertad de viaje en el marco del tiempo libre y del ocio.
El DRAE, en su edición de noviembre de 1992, nos indica que el vocablo turismo proviene del inglés tourism, y nos lo define con dos acepciones:
- Afición a viajar por placer.
- Organización de los medios conducentes a facilitar estos viajes.
Igualmente, turista (del inglés tourist) es toda persona que recorre un país por distracción y recreo.
Por último, tur (del francés tour) significa: excursión, gira o viaje por distracción. Aunque trae una segunda acepción que se corresponde con el período o campaña de servicio obligatorio de un marinero.
El turismo, como fenómeno social, es bastante antiguo. En las últimas décadas ha venido a constituirse en un fenómeno de masas, convirtiéndose en una poderosa industria que, en determinados lugares del planeta, es el auténtico motor de la economía.
Ha sido objeto de múltiples definiciones. De todas ellas se nos ocurre entresacar una serie de características que lo enmarcarían:
a) Movilidad (viajes como medida de descubrimiento de países y gentes).
b) Relaciones sociales (vehículo incomparable de comunicación y cultura).
c) Ocio, placer, recreo, confort (aun a pesar de conformarse, cada vez más, como verdadera necesidad vital; forma inequívoca de contrarrestar el estrés).
d) Consumo, fuente de ingresos (amplias y bien marcadas repercusiones económicas).
e) Ordenación del espacio (deterioro medioambiental importante en años atrás, que se intenta controlar con mayores restricciones en la actualidad).
Los que hemos tenido la oportunidad de habitar en un barrio, que ha visto cambiar su fisonomía por y para el turismo, también hemos sido testigos de cambios importantes. También, aunque menos, en la faceta que nos atañe. Hace bien poco falleció uno de los últimos pescadores de morenas del barrio. Afortunadamente, su canto de reclamo ha podido quedar grabado para la posteridad. Y no ha ocurrido, en este caso, el que haya podido existir el temor de perder esta reliquia porque los jóvenes se dediquen a otros menesteres. No ha participado aquí el turismo de forma directa, llevando a su campo a quienes podían ir a "moreniar". Pero, por desgracia, ha sido el causante indirecto de que, quienes tenían competencia para ello, hubiesen hecho dejación de sus obligaciones, al permitir el deterioro del callao, hábitat natural del teleósteo marino.
Dejemos para otro trabajo las valoraciones pertinentes, porque mucho habría que hablar.
Hace bastante siglos –parece una broma–, ya exportamos por Europa la danza llamada "El Canario" ("saltero" o "saltarello"): baile de parejas en filas enfrentadas, que se ejecutaba a saltitos y taconeos; la pareja se une y se separa a forma de ofrecimiento y rechazo[2].
Si desde el siglo XVI al XVIII, en las cortes europeas se respetó a rajatabla la forma original del baile, ¿por qué adulteramos lo que en la actualidad ofrecemos a los que nos visitan?
(Continuará)




[1] Canarias. Editorial Miñón. 1977. Pág. 164. (Del manuscrito de Alfred Diston)
[2] Tañido de cuatro compases, que se danzaba haciendo el son con los pies  (Viera y Clavijo).

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