jueves, 30 de mayo de 2024

Un tiro en el pie (y 2)

Quisiera ahora rescatar unas décimas que publiqué en Facebook cuando unos meses atrás me enteré de la buena nueva. Y tuve que desahogarme de alguna manera. Soy consciente de que muchos podrán pensar que se trata de un tema particular, que solo a un servidor afecta. Si acaso a un círculo muy reducido compuesto por familiares y convecinos cercanos. Y quizás sea esa una de las varias razones por las que no trascienden estos hechos, ni causen el más mínimo desgaste político a los autores del desatino. Porque es, llana y simplemente, ignorar cómo los dineros públicos son pésimamente administrados. Relegar al olvido el riquísimo patrimonio que nuestra Villa congrega. Tirar por los suelos (y no es un símil) la historia que nos marca y conforma. Pisotear (humillar, escarnecer, maltratar, abatir, ofender, mancillar, agraviar…) sentimientos y lacerar honras y reputaciones.

Los peones de La Gorvorana, de cuando la finca poseía una ingente cuadrilla, y yo, un menudo en el entonces, escuchaba sus conversas cuando ingerían aquellas viandas que la mujer les había colocado primorosamente en el cesto de mimbre, me enseñaron aquella frase que persiste en mi memoria y que ahora dedico a los ineptos figurines de cierto edificio de la Avenida de Canarias: Váiganse pa´ la gentil puñeta.

Las espinelas, claro:

Yo nací en La Gorvorana, / que hoy se muere de dolor, / parece no haber mentor, / solo prima la desgana. / Si la historia se profana / de manera tan flagrante, / que se me quiten delante / politiquillos al uso, / porque a ninguno yo excuso / por insólito desplante.

Los votantes populares / “me gusta” no pincharán, / mientras por las ruinas van / retozando en sus andares. / Pero no hay por estos lares, / al parecer, progresistas, / que se asusten con las listas / negras de su patrimonio; / ¿se esconden como un quelonio / o se volvieron cuentistas?

Siento gran pena y dolor / al observar que a ninguno / –y en total son veintiuno– / las ruinas causan pavor. / Disfruten de un triste honor, / ser reyes de la desgana; / nuestra esperanza ya es vana, / pues ni perdiendo el dinero, / un barrio protesta entero / por su emblema: ¡GORVORANA!

Adolfo: yo no perdono / que devuelvas dos millones / y ni encarnado te pones / cuando estos hechos menciono. / Al olvido no me abono / como habitante que fui, / porque en ella yo nací / haciéndome allí persona, / y tú, pintando la mona… / ¿O acaso no es así?

Exalcalde realejero, / ─nacido en La Gorvorana─ / en espinela desgrana / cómo se pierde el dinero. / Es el lamento sincero / de un hecho sin parangón: / renunciar a subvención / millonaria porque sí; / se ríe Adolfo de mí / con mendaz explicación.

Si aquel aspecto ruinoso / las ampollas no levanta, / ni el cargo se le atraganta… / ¿me escondo en profundo pozo? / Denuncio ese afer tramposo / de aquí no ha pasado nada, / pues muy triste es mi jornada / tras perder los dos millones. / Si tú en mi lugar te pones, / ¿aplaudirás su jugada?

Mi alcalde perdió el respeto / que por su cargo merece, / y muy adentro me crece / el lanzarme a noble reto. / En este caso concreto / de experiencia personal, / me pongo sentimental / bajo el barniz del cabreo, / pues cercenan el deseo / de una experiencia vital.

Este grupo de gobierno, / no solo me ha defraudado, / es que también me ha engañado / mandando el dinero al cuerno. / Ni el buen dulce de El Aderno / me quita el sabor de boca / y mi confianza es bien poca / en quien rige mis destinos: / La Gorvorana, sus vinos, / historia que se nos troca.

Continúo en solitario / luchando contra gigantes, / solo recibo desplantes / en el maldito calvario. / Despilfarro dinerario / que en mi pueblo no se entiende / y que el gobierno nos vende / porque más nos van a dar; / me parece, a mi pesar, / que este Adolfo nos ofende.

Aunque descanse unos días, / no olvido tan fácilmente, / pues tendré siempre presente / los casos de felonías. / Cuando hablamos de cuantías / que se elevan a millones, / me deben  sobrar razones / para joder la pavana: / merece La Gorvorana / que denuncie a los birlones.

También el buen amigo Juan José González, conocedor, asimismo, de más historias de la “otra” Govorana, porque María Elvira era un saco de sabiduría, se sumó a la cruzada con esta aportación que tituló Adiós frescos, adiós:

Es la decepción más fuerte / comprobar cada mañana: / la Hacienda La Gorvorana / está tocada de muerte. / Mi pueblo tiene “la suerte”/ de rechazar dos millones / y en futuras ocasiones / pedir superior cuantía, / demostrando gallardía / de palmeros y adulones.

Reitero, para concluir: en cualquier lugar del mundo, menos en Los Realejos, el grupo gobernante se hubiese dado un tiro en el pie con una metedura de pata de tal calibre. No obstante, aquí nos han dado unas dieciocho puñaladas traperas a quienes en algún momento de nuestras vidas fuimos parte activa de la historia que aquellas paredes encierran. A todos ellos –perdón, me incluyo– mi reconocimiento y afecto. A los que gobiernan en mi pueblo desde 2011, mi más absoluto rechazo, cuando no mi repudio por la vil acción cometida.

Tres de las fotos que acompañan a este lacrimoso escrito –mis excusas por el robo– pertenecen al artículo La pintura mural en Los Realejos y el patrocinio artístico de José Leal y Leal. Tres frescos de Francisco Bonnín en la Casona de La Gorvorana, del amigo Germán F. Rodríguez Cabrera. La otra se comenta por sí sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario