Los peones de La Gorvorana, de cuando la finca poseía una
ingente cuadrilla, y yo, un menudo en el entonces, escuchaba sus conversas
cuando ingerían aquellas viandas que la mujer les había colocado primorosamente
en el cesto de mimbre, me enseñaron aquella frase que persiste en mi memoria y
que ahora dedico a los ineptos figurines de cierto edificio de la Avenida de
Canarias: Váiganse pa´ la gentil puñeta.
Las espinelas, claro:
Yo nací en La Gorvorana, / que hoy se muere de dolor, /
parece no haber mentor, / solo prima la desgana. / Si la historia se profana /
de manera tan flagrante, / que se me quiten delante / politiquillos al uso, /
porque a ninguno yo excuso / por insólito desplante.
Los votantes populares / “me gusta” no pincharán, / mientras
por las ruinas van / retozando en sus andares. / Pero no hay por estos lares, /
al parecer, progresistas, / que se asusten con las listas / negras de su
patrimonio; / ¿se esconden como un quelonio / o se volvieron cuentistas?
Siento gran pena y dolor / al observar que a ninguno / –y en
total son veintiuno– / las ruinas causan pavor. / Disfruten de un triste honor,
/ ser reyes de la desgana; / nuestra esperanza ya es vana, / pues ni perdiendo
el dinero, / un barrio protesta entero / por su emblema: ¡GORVORANA!
Adolfo: yo no perdono / que devuelvas dos millones / y ni
encarnado te pones / cuando estos hechos menciono. / Al olvido no me abono /
como habitante que fui, / porque en ella yo nací / haciéndome allí persona, / y
tú, pintando la mona… / ¿O acaso no es así?
Exalcalde realejero, / ─nacido en La Gorvorana─ / en
espinela desgrana / cómo se pierde el dinero. / Es el lamento sincero / de un
hecho sin parangón: / renunciar a subvención / millonaria porque sí; / se ríe
Adolfo de mí / con mendaz explicación.
Si aquel aspecto ruinoso / las ampollas no levanta, / ni el
cargo se le atraganta… / ¿me escondo en profundo pozo? / Denuncio ese afer
tramposo / de aquí no ha pasado nada, / pues muy triste es mi jornada / tras
perder los dos millones. / Si tú en mi lugar te pones, / ¿aplaudirás su jugada?
Mi alcalde perdió el respeto / que por su cargo merece, / y
muy adentro me crece / el lanzarme a noble reto. / En este caso concreto / de
experiencia personal, / me pongo sentimental / bajo el barniz del cabreo, /
pues cercenan el deseo / de una experiencia vital.
Este grupo de gobierno, / no solo me ha defraudado, / es que
también me ha engañado / mandando el dinero al cuerno. / Ni el buen dulce de El
Aderno / me quita el sabor de boca / y mi confianza es bien poca / en quien rige
mis destinos: / La Gorvorana, sus vinos, / historia que se nos troca.
Aunque descanse unos días, / no olvido tan fácilmente, /
pues tendré siempre presente / los casos de felonías. / Cuando hablamos de
cuantías / que se elevan a millones, / me deben
sobrar razones / para joder la pavana: / merece La Gorvorana / que
denuncie a los birlones.
También el buen amigo Juan José González, conocedor,
asimismo, de más historias de la “otra” Govorana, porque María Elvira era un
saco de sabiduría, se sumó a la cruzada con esta aportación que tituló Adiós
frescos, adiós:
Es la decepción más fuerte / comprobar cada mañana: / la
Hacienda La Gorvorana / está tocada de muerte. / Mi pueblo tiene “la suerte”/
de rechazar dos millones / y en futuras ocasiones / pedir superior cuantía, /
demostrando gallardía / de palmeros y adulones.
Reitero, para concluir: en cualquier lugar del mundo, menos
en Los Realejos, el grupo gobernante se hubiese dado un tiro en el pie con una
metedura de pata de tal calibre. No obstante, aquí nos han dado unas dieciocho
puñaladas traperas a quienes en algún momento de nuestras vidas fuimos parte
activa de la historia que aquellas paredes encierran. A todos ellos –perdón, me
incluyo– mi reconocimiento y afecto. A los que gobiernan en mi pueblo desde
2011, mi más absoluto rechazo, cuando no mi repudio por la vil acción cometida.
Tres de las fotos que acompañan a este lacrimoso escrito
–mis excusas por el robo– pertenecen al artículo La pintura mural en Los Realejos y el patrocinio artístico de José Leal
y Leal. Tres frescos de Francisco Bonnín en la Casona de La Gorvorana, del
amigo Germán F. Rodríguez Cabrera. La otra se comenta por sí sola.
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