Los dirigentes se agarran al discurso de la supervivencia.
La preocupación ante los elevados índices de abstención es casi nula. El
desapego de la ciudadanía hacia todo lo que huela a política alcanza cotas
elevadísimas. Pero los análisis discurren por otros derroteros: saqué tantos y
eso me alcanza para mantener el chiringuito abierto hasta la siguiente
convocatoria. Suficiente. Para qué romperse los cascos con otras
disquisiciones.
Las comparaciones son odiosas. Soy consciente. Pero cada vez
que hablo con algunos de los que, décadas atrás, estuvimos en la cosa pública,
la congoja nos invade. Porque no entendemos cómo ahora, con una sociedad
supuestamente más preparada, da la impresión de que el interés general no
coincide con el de quienes nos dirigen o representan. Parece que se erigen en
fieles guardianes del beneficio propio. Es más importante la supervivencia
personal que la gestión de la hucha común para un desarrollo social armónico y
consecuente.
Cuando escucho a cualquier cargo público sostener que no hay
dinero –matraca al uso– me reconcomo. Más coloquialmente: las tripas se me
revuelven. No lo habría si durante tres o cuatro meses, estimado concejal,
consejero, diputado o vete tú a saber, comprobaras que en tu cuenta corriente
no aparece el ingreso del sueldo que te has fijado libremente. Pero mientras tu
saldo particular se vaya incrementando (aunque los baches nos invadan, los
atascos nos amarguen la existencia o le espetes a un ilusionado juntaletras que no hay partida para
publicaciones) de manera regular, ¿por qué no te callas?
He consultado algo acerca del sueldo de un eurodiputado. Que
junto a otras menudencias como bonos para todo tipo de transportes, alquileres,
manutenciones, gastos telefónicos y de oficina… (pecatta minuta) puede suponer una cantidad cercana a los quince mil
euros mensuales. Sí, ya sé que debe pagar impuestos. Bueno fuera. Pero, a buen
seguro, que líquido debe quedarle un fisco más que el importe de mi pensión.
Quedan apostados los cincuenta céntimos.
En este pueblo que me vio nacer, crecer y desarrollarme (no
mucho, pero escapamos), el PP (no olvidemos que gobierna en el municipio con
mayoría en grado superlativo) solo obtuvo unos seiscientos votos más que el
PSOE. Aunque en anteriores convocatorias supramunicipales –y ya gobernando el
Partido Popular en la Villa de Viera– ha salido triunfador el Partido
Socialista. ¿Qué ocurre entonces en los comicios locales? ¿No se habrán hecho
esa pregunta alguna vez los dirigentes de La Cascabela? Puede que les resulte
más rentable rescatar viejas figuras (iba a escribir glorias, pero me
arrepentí) de las que gobernaron desde 1979 a 2003. Porque, y a la vista está,
si contabilizamos los resultados desde ese entonces hasta ahora… Ya está. No
sigas, que te conozco.
Volvamos a las elecciones de este domingo. Que nos han
deparado las actas de dos eurodiputados de estas peñas. Aunque sin acento
canario, al decir de los que se arrogan representatividades autóctonas. Y
tienen razón, carajo, reconozcámoslo. Gabriel Mato tiene pinta de extranjero y
todavía no ha sido capaz de coger el tranquillo palmero, ese deje tan característico
de los habitantes de la Isla Bonita. Y no es que la lava del Tajogaite le haya
podido influir en el habla. Qué va, le viene de lejos. Y de Juan Fernando
(JFLA, para los amigos y roqueros varios), qué decir. Habla tan
atropelladamente que se come los acentos y las tildes. Yo no sé si es que va de
sobrado por la vida o es defecto de fábrica. Y flaco como un cangallo. Me da
que le sobran las tres cuartas partes de la asignación del sustento. Lo mismo
se mantiene con las virgulillas que se traga.
Lo único cierto es que Ciudadanos no quedan. Y a este paso,
reducido Podemos a la mínima expresión –quién lo vio y quién lo ve– Yolanda
tampoco suma, más bien resta. Y claro que me preocupa las continuas apariciones
de los nostálgicos. No tan acentuadas como por otros territorios de la vieja
Europa, mas las orejas del lobo hacen acto de presencia. Y ya yo estoy viejo, pero
mis hijos y nietos no. ¿Preocupado entonces? Por supuesto.
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