Además, el enorme sacrificio de estar todo el día pendiente
del móvil para si los ciudadanos publican en las redes sociales cualquier desperfecto
en las infraestructuras municipales y obrar en consecuencia, amén de pinchar un
me gusta o un me encanta en lo que el jefe haya distribuido por los canales
oficiales o particulares, es tarea de muy difícil digestión, pues supone una
dedicación exclusiva (treinta y tres horas diarias), lo que se traduce en un
estrés (tensión provocada por situaciones
agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a
veces graves) de imprevisibles consecuencias.
Uno no debe, ni puede, desearle mal a nadie. Por ello se fue
al diccionario para llevar a cabo la pertinente consulta. Con el siguiente
resultado:
Contribución: Acción y efecto de contribuir. Cuota o
cantidad que se paga para algún fin, y principalmente la que se impone para las
cargas del Estado.
Contribución urbana: Aquella que se impone a la
propiedad inmueble en centros de población.
Contribuir: Dicho de una persona: Dar o pagar la
cuota que le cabe por un impuesto o repartimiento.
Es conveniente aclarar que el IBI (Impuesto de Bienes
Inmuebles) es un impuesto directo de titularidad municipal, de carácter
periódico, real y obligatorio en todos los ayuntamientos, que grava el valor de
los bienes inmuebles.
Sí, municipal. Ni Hacienda, ni la Agencia Tributaria, ni
Pedro Sánchez, ni Puigdemont. Cada consistorio aplica un tipo de gravamen –en los
inmuebles urbanos entre el 0,4% y el 1,10%– a la denominada base liquidable que
viene determinada por al valor catastral: como regla general, no puede superar
el valor de mercado, entendiendo por este el precio más probable por el cual
podría venderse, entre partes independientes, un inmueble libre de cargas.
Estarás pensando, como yo, que ese margen establecido para
el tipo de gravamen permite a cada ayuntamiento “jugar” a lo largo del mandato
de cuatro años. No da lo mismo el 0,5% que el 1%, por ejemplo. Por lo que es,
normalmente, al principio cuando se aplican las subidas, para que cuando
lleguen las próximas elecciones y debamos ir a depositar nuestro voto el cabreo
ya se haya pasado.
Pero un servidor no se encuentra disgustado. Al contrario,
me agrada el poder echar una mano. Cuando transito por El Toscal y compruebo
cómo el coche se pone a saltar de contento, entiendo perfectamente que aquel
flamante pavimentado se ha debido merced a nuestra solidaridad. Cuando me hallo
metido en un atasco en Los Barros y me entretengo mirando las farolas tipo
Mazinger Z, siempre me pregunto sobre la razón de nuestros apuros. Cuando…
Y como sé que tú puedes poner mil ejemplos más, coincidirás
conmigo en que la retribución de quienes rigen nuestros destinos, en aras de
una sociedad donde el bienestar ciudadano sea el leitmotiv de su actuación
pública, bien merece que todos nos inmolemos un fisquito. Si por un casual
observaras que, según tu criterio, hace falta algo más en el pueblo, no te
preocupes lo más mínimo porque este dinerito extra, tras deducir sueldos, dietas,
brindis, metopas y medallas, cursos de perfeccionamiento, másteres…, engrosará
la lista de superávits para que en el bienio 2026-2027 compremos millones de
kilos de piche. En ese entonces, con una sonrisa de oreja a oreja, exclamaremos
con enorme satisfacción: nunca es tarde si la dicha es buena, valió la pena
esperar, por qué esas prisas que suelen ser malas consejeras. Y tal.
Cavila en positivo. Es por nuestro bien. Idéntica postura ante
otros recibos (teléfono, luz, agua, basura, saneamiento, Santa Lucía, seguros
del coche y la casa…). Que no, no es para fastidiarte. No seas mal pensado.
Ya está. Pero contribuyamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario