La izquierda supo aglutinarse en tiempo récord y los
‘beneficios’ fueron evidentes. La derecha moderada también jugó sus bazas y
manifestó el deseo de un desmarque sin equívocos de la señora Marine Le Pen. Se
dirá que todo de una manera coyuntural. Puede. Tiempo al tiempo. Los acuerdos y
entendimientos tendrán que producirse. Panorama diferente sería si este
resultado se trasladase al sur de los Pirineos. Bueno, ya los pactos
Feijóo-Abascal no son meras elucubraciones.
Pero ciñámonos al país galo. Porque observo que muchos
comentaristas hablan de una debacle en la Agrupación Nacional (Rassemblement
national, RN) al haber quedado relegada al tercer lugar en el ranking de resultados. La alegría de que
ello haya sido así, no es óbice para que esa venda momentánea en los ojos no
nos impida ver y analizar en mayor profundidad.
El Frente Nacional (Front national, FN) –así fue su primera
designación– alcanzó en 2017 la insignificante representación de 8 diputados.
Cinco años después, en las elecciones de 2022, obtuvo más de cuatro millones de
votos, logrando la cifra de 89 representantes en la Asamblea Nacional. Y,
aunque bien es verdad que sus expectativas en estas últimas hacían prever la
posibilidad de, incluso, una mayoría absoluta, la nada despreciable cantidad de
más de diez millones y medio de votos le ha supuesto 143 diputados.
¿Dónde está, entonces, la derrota? El incremento ha sido
bastante significativo. Por Europa se van regando gobiernos con ideologías que
hacen temblar los cimientos del viejo continente. En el Parlamento europeo los
sillones ocupados por la ultraderecha se incrementan considerablemente. No es
una simple anécdota la avalancha. Van calando sus discursos y la derivas pueden
ser imprevisibles.
¿Y aquí? Pues qué quieres que te diga, seguiremos degustando
macedonia de siglas y ensaladas supuestamente ideológicas hasta que el moderado
Alberto deje de tirarse al monte. Y como tal avatar no va a ocurrir mientras
Ayuso aguijonee, me da que tendremos derecha pura y dura –pues sí,
ultraderecha– para rato. Ya lo aclaró en su mensaje: hay que evitar los
extremos. Y, en consecuencia, él es el extremo (derecho). Hasta Manuel
Domínguez, que se ha paseado en el archipiélago con todos los ¿líderes?
anteriores, debe estarse preguntando si ha merecido la pena apostar por el
gallego. Al que no podremos jamás negar su condición de tal. Y a ambos les
ocurre tres cuartos de lo mismo: les queda muy ancho el cargo. O dicho más
suavemente: la política se merece otros mimbres. Y los ciudadanos también. A
los inmigrantes, ni te cuento.
Esperar que en España ocurra lo que en Francia se me antoja
imposible. El carácter festivo del hispano –el planteamiento puede
perfectamente extrapolarse a Canarias– se decanta por muchos chiringuitos y potajes
de verduras. Unos quieren Sumar y los resultados demuestran lo contrario. Los
que ilusionaron con el contundente Podemos abogan por seguir dividiendo. Todos
se creen indispensables y la obcecación les puede.
Cualquier persona sensata podría aseverar que son más los
puntos en común que las divergencias. Y que unas reuniones conducirían a limar
asperezas. En definitiva, que sí se podría. Claro, en condicional. Pero dominan
los egos. A pesar de doctrinas y credos –qué bonita es la teoría– persiste la
convicción de que lo mío es mío y lo tuyo es de todos.
Eso sí, nos queda el recurso del voto útil. De lo contrario,
los adelantamientos por la derecha serán de órdago. Luego, llanto y crujir de
dientes. Si nos los dejan, que lo dudo. Del trato a los menas a la generalización,
una tenue línea. Ya yo soy mayor, pero ¿y los que vienen detrás? ¿Preocupado?
No, lo siguiente.
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