lunes, 15 de julio de 2024

Váyanse a tomar...

Como desde Alemania se informa que aquel país necesita más de un millón de inmigrantes al año para poder mantener la cadena de producción, pienso si no resultaría más ventajoso llegar a un acuerdo desde Canarias con los teutones para aliviar la carga de menores no acompañados que soportamos. Porque está más que comprobado que aquí no vamos a sentar jamás unas bases para un reparto entre las diferentes comunidades autónomas. Y lo acaecido la pasada semana con el compromiso (segunda vez) del desvío a la Península de un número ridículo (347), es una tomadura de pelo tal, que yo, de haber sido dirigente, me habría levantado, de la ¿mesa de negociación?, hubiese metido en una guagua (destino aeropuerto) a los interlocutores y con una ligera palmadita en la espalda les hubiera espetado: donde comen cinco mil quinientos, comen cinco mil novecientos. Menuda jeta. Y las disculpas para las negativas son de lo más peregrinas. O quizás piensan que, por aquello de aplatanados, somos, además, gilipollas y pollabobas. La primera en el diccionario de la Academia española y la segunda en el de la canaria. Algunos, ni vinieron a Tenerife; otros, ni visitaron un centro de acogida (no fuera que se tiznaran).

Si no somos capaces de pasar a un segundo o tercer término (¿o desterrar, mejor?) esa manera barriobajera de hacer política, de gestionar los recursos públicos –más de todos que de ellos– de tal forma que atiendan, preferentemente, las necesidades vitales, que se protejan los derechos más elementales de la persona, olvidémonos de sagrados conceptos y principios morales o éticos y sumerjámonos en la inmundicia y la indecencia. Que es la meta, deduzco, a donde nos desean conducir estas pandillas de ineptos –¿qué quieres, que los llame superdotados?– que se hallan al frente de las instituciones públicas. ¿Y quién los puso? A llorar a la plaza. Y es verdad.

No es que me moleste, me quedaría muy corto. Me cabrea sobremanera la insolencia e hipocresía de la derecha española. Que para mayor inri se dice moderada. Que quiere adherirse esa etiqueta –sobre todo cuando los días feriados acude a misa a darse golpes en el pecho (ojalá se les rompa un par de costillas)– pero que se ha mimetizado con el discurso más extremista y radical del espectro político. Como si de una carrera alocada de automóviles se tratase en el que cada cual intenta adelantar (por la diestra, por supuesto) llevándose por delante todo lo que haga falta. Y más. Me he imaginado en más de una ocasión aquellas escenas de la película Ben-Hur (protagonizadas por los actores Charlton Heston y Stephen Boyd), pero adaptadas a la realidad actual española con Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal Conde como conductores de las cuadrigas y expertos en el manejo de los látigos. El uno, con exabruptos racistas; y el otro, a la chita callando. Pero ambos con una enorme peligrosidad. ¿Desfachatez? ¿Por lo de facha?

Si crees, iluso, que la ruptura de los pactos en las comunidades autónomas ha servido para marcar distancias, pierde cuidado. Alberto, como buen gallego, seguirá navegando en la ambigüedad. Subirá la escalera cuando lo estime procedente y, manifieste lo que manifieste, recurrirá al yo no dije tal o cual cosa sino que ustedes no interpretan adecuadamente. Los esquemas que se maman desde la cuna se reproducen de por vida. Añadan, si les place, un periodismo venido a menos –ese de los intrépidos reporteros que chapotean dentro de un charco de agua– que sostiene una alcachofa y reproduce cual cacatúa al uso, pero olvida que la reflexión engrasa somas, dendritas y axones.

Váyanse a tomar… una horchata en medio de esta ola sofocante donde el desprestigio campa a sus anchas y la desvergüenza se ha convertido en el objetivo de una deriva asaz peligrosa. Así no podemos continuar. Es preciso que despertemos. Pero nosotros, los que tenemos el poder decisorio para poner y quitar. No podemos persistir en este estado de letargo ante este tipo de felonías. Allá ellos si se eternizan en comportamientos de tal guisa. Que la ignorancia les siga guiando. Bueno sería presuponer que estamos un punto por arriba. Que somos capaces de cambiar la situación, porque la media neurona de más que poseemos (con respecto a los susodichos) nos faculta para ejercicios de mayor porte. No sigamos cayendo en esa fosa que nos han puesto delante de nuestros pasos. Quitémonos esa venda que nos conduce por una vereda delicada y resbaladiza. Mucho más que los descensos ciclistas en las grandes vueltas por carreteras sin quitamiedos.

Para concluir, solo se me ocurre transcribir el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948): Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Hasta un viejo como yo, que nació ya bajo el amparo de los mismos, ¿debe recordarle el precepto a quienes se arrogan poderes decisorios y actúan impunemente ante esos “negros de mierda” que nos invaden? Reitero: los unos, directamente, sin tapujos; los otros, con medias tintas. Pero conductas execrables en ambos casos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario