viernes, 5 de julio de 2024

Ensañamiento

Creo no ser esclavo de las nuevas tecnologías. Utilizo Internet para mi beneficio por su indudable utilidad. Acudo a Facebook, fundamentalmente, para publicar el enlace que conduce a la entrada del blog. Y como prima la comodidad –iba a escribir ignorancia y me arrepentí– comienzan los inconvenientes cada vez que los sabihondos (¿o burros flautistas?) sueltan lindezas porque la foto les sugiere vete tú a saber. Y uno, humildemente, rogaría que si no quieres pinchar en el precitado enlace, eres muy libre de rascarte… el lóbulo de la oreja derecha, pero no me brindes emoticono alguno por aquello del bien quedar, y, mucho menos, te pongas a opinar… sandeces. Porque quedas en ridículo. Y si yo escribo –opino– de tal o cual asunto, y tú me lees (te lo agradezco) limítate a dicho contenido y no salgas por peteneras. Porque desde que dominamos cuatro aplicaciones en el móvil u ordenador, nos pensamos que somos los reyes del mambo. Lo malo es que, asimismo, se ha perdido el sentido de la vergüenza –recurso del iletrado– y… ¡madre mía!

Hecha la advertencia (que no servirá de gran cosa, ya verás), debo confesar que me hallo preocupado. Mucho. Por ciertas derivas que pueden desembocar en lamentos de muy complicada digestión. Y no es que muchos cargos políticos meen por fuera de la bacinilla (también conocida por escupidera), sino que el pilar fundamental de la justicia se tambalea peligrosamente. Que el Tribunal Constitucional haya tenido que aclarar al mismísimo Tribunal Supremo (y a todos los órganos de inferior rango) que “las leyes no delinquen”, es inquietante en grado superlativo. Y no lo manifiesto por la amnistía (que podría ser inconstitucional, si cualquier recurso mereciera sentencia en tal sentido), sino por los procederes de magistrados que parecen deberse a otros intereses que no sea la correcta aplicación del ordenamiento jurídico.

De siempre me extrañó, por ejemplo, que un sistema aprobado por el parlamento andaluz (caso ERE, partidas incluidas en la Ley de Presupuestos), sin recurso alguno de cualquier grupo, fuese declarado ilegal. Algo bien diferente si fue delictivo el uso que de él se hizo. Ese es otro cantar. Si la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) sigue proporcionando el adecuado sistema de frenos y contrapesos, vale. Pero –esa rara sensación me invade– si cambiamos las reglas del juego para que uno –el judicial– no solo prevalezca sino que se crea intocable asumiendo papeles que no le corresponden, malo. Y es que hay decisiones y posturas que te hacen recordar aquello de ‘si sale cara gano yo y si sale cruz pierdes tú’. Zapatero a tus zapatos. Y no me refiero a José Luis. Malo que el político incursione en la justicia, pero mucho peor que el juez juegue a ser extremo derecho.

Después de más de cuarenta y cinco años de entrada en vigor de la Constitución me resulta inimaginable que un Tribunal Constitucional se vea obligado a explicar a los Magistrados de la Audiencia Provincial de Sevilla y del Tribunal Supremo el lugar del Parlamento, del Poder Judicial y de la Justicia Constitucional en un Estado democrático de derecho. Pero así ha sido.

El caso de los EREs no ha sido, como viene diciendo de manera ininterrumpida toda la derecha española, el mayor caso de corrupción de la democracia, sino el mayor caso de lawfare. Se ha tratado de una persecución política disfrazada de procedimiento judicial, con un desconocimiento flagrante de la Constitución Española y del Estatuto de Autonomía de Andalucía o con una interpretación deliberadamente torticera de ambas normas.

Lo escribió Javier Pérez Royo. Es su opinión, me dirás. Por supuesto. Es que se le ve el plumero izquierdoso. Puede, pero en el ámbito de su libertad de expresión y no en el del uso maquiavélico de una toga en un tribunal.

¿Y por qué el titular de ensañamiento? Jolines, porque creo que lo hay. Y como el artículo 20 de la Constitución me reconoce tal libertad y no traspaso límite alguno en el respeto a los otros derechos reconocidos en su Título I (de los derechos y deberes fundamentales), dígole (escríbole) a sus señorías ¿tradicionalistas? que ya está bien. Enfundarse la bata (toga, para los ilustrados) no les faculta para interpretaciones sesgadas. A este paso, nada extrañaría que el propósito del legislador quede al albur ¿del control por la puerta de atrás, de Ignacio Cosidó?

Aunque ensañamiento (encono, brutalidad, sadismo, crueldad, salvajismo, sevicia, fiereza) lo de Israel en Gaza. Sin que nadie le tosa ni le diga mu. Intocables, igualmente.

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