domingo, 7 de julio de 2024

Jediondada y maltrato

He dejado pasar unos días para que se disipe el mal olor. Porque la Covid me podrá haber afectado por otro sitio, pero el olfato lo sigo teniendo perfecto. Y hace ya unos cuantos años, un 24 de junio, tuve que acudir a un oftalmólogo en el Puerto por una infección en los ojos. Aún me huele el tufo que se desprendía cuando pasé por el muelle. Hasta las flores, con las que habían enramado el chorro, comenzaban a marchitarse por la intensa fetidez del ambiente.

No es Andrés Chaves santo de mi devoción. Demasiados vaivenes y arrimos interesados en su trayectoria periodística. Le reconozco, no obstante, una alta calidad en su composición escrita. Y,  sin que sirva de precedente, debo darle toda la razón cuando en su artículo del pasado 25 de junio (Diario de Avisos, de donde, asimismo, ‘robo’ la foto que ilustra este post) manifiesta, abiertamente y sin tapujos, que el evento festivo –ritual, si prefieres– del baño de las cabras constituye un incumplimiento flagrante de la ley del bienestar animal al someterlos a un acto antinatura, amén de una cagada –nunca mejor dicho– sin justificación alguna.

Llevo bastantes años preguntándome cómo es posible que ningún responsable sanitario haya manifestado algo con respecto a este acontecer. Porque si tantas pegas se ponen ante cualquier solicitud y se exigen multitud de requisitos de toda índole, viene a resultar que amparados en no sé qué tradición permitimos este espectáculo que yo entiendo (las opiniones son libres, ¿no?) salvaje, sin más. Ni Chucho Dorta (Benahuya), ni reconocimientos, ni homenajes, ni leche machanga.

Pero aún hay más. Las aguas infestadas del recinto portuario no son batidas por el oleaje como en mar abierto. Por lo que el poso de excrementos –añadan alguna garrapata y cualquier otro bichejo– permanece en la orilla durante el tiempo en que los bañistas asiduos del muelle continúan dándose sus terapéuticos remojos. Manda bemoles. 

Los defensores alegan que se hace para desparasitarlas. Pues lleven la mitad para San Telmo. Y ya puestos, unas cuantas al Lago o Playa Jardín. Seguro que los turistas son mucho más condescendientes que yo. O quizás tanto como eso que llamamos Sanidad.

El diccionario de la Academia Canaria de la Lengua nos cuenta que jediondo, aparte de un arbusto o un pez, significa grosero, sin modales, que se porta mal o bajamente. Y que jediondada es porquería, suciedad, inmundicia o acción sucia e indecente.

El de la RAE, como limpia, fija y da esplendor, nos indica que hediondo es lo que despide hedor, amén de sucio, repugnante, obsceno. Aunque también recoge jediondo: maloliente, pero alude a que es poco usado en Uruguay. Quizás les hayamos exportado aquello de la hache aspirada. Hablaré con Humberto.

Leí que en La Montaña se pusieron trabas desde el Cabildo y prohibieron la fogalera de toda la vida. Los restos de la quema podían constituir un peligro en el barranco ante posibles riadas. Manda bemoles otra vez. Pues el próximo año prometan apagarla con agua salada, que por lo visto purifica todo.

Pero todo se va a solucionar, afortunadamente, por decreto legislativo. La Ley del Cambio Climático de Canarias ha sido modificada para darle mayor flexibilidad. Es decir, para seguir quemando combustibles fósiles durante más tiempo, para que la liturgia caprina persista en la contaminación nauseabunda del muelle portuense y mucho más. Como estamos, además, en emergencia hídrica y no nos podemos bañar sino una vez al mes, a joderse, a saber, fastidiarse.

Espero que no me hayas leído justo antes de almorzar. Y en la semana de los sanfermines. Es que nos encantan las salvajadas. Y sin son fétidas, mejor.

Lo dejo y me voy a caminar para ver si me pasan los gases. ¡Ay!, la que me va a caer.

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