miércoles, 3 de julio de 2024

Un retiro

De vez en cuando subo a Las Abiertas, un caserío de Icod de los Vinos situado en las orillas del monte y al cobijo del Cerrogordo, con unos doscientos habitantes y que, paradójicamente, celebra sus fiestas en julio en honor a la Virgen del Carmen. No sé qué hace navegando por aquellos parajes, pero allí está en su pequeña capilla.

Hace un par de cursos cerró su escuela unitaria por falta de material humano. Los jóvenes se van y quedan los viejos. Eterna canción. Los escasos infantes son trasladados a La Vega, que también absorbió a los de El Amparo.

Los emigrantes suelen regresar los domingos. De visita a los progenitores. Se nota, y mucho, en el bar de la Cruz del Camino. Y de paso, algunos se aprovisionan de buenas raciones de agua potable en la fuente. No, los lavaderos ya pasaron a mejor vida.

Se observa, bastante, el abandono de los terrenos. Zarzas y helechos campan a sus anchas. Intenté hace unas semanas subir al mentado Cerrogordo y me fue imposible. La abundantísima vegetación lo impedía. Acabé con los brazos hecho un cristo sin haber logrado el propósito. Pero sí es factible, sin embargo, transitar por las pistas forestales. Lo malo son las pendientes. Y como los años no perdonan, el esfuerzo se multiplica. Pero se intenta todavía.

Uno, que nació en La Gorvorana en medio de plataneras, pero que el ciclo de la vida lo derivó por otros derroteros, guarda ya muy poco de conocimientos agrícolas. Si acaso se entretiene con su flor de mundo, calas y poco más. Los frutales se cuidan solos, con años de abundante producción y otros, como el presente, en que la escasez hace acto de presencia. Algunos, como los aguacateros, aún se hallan en periodo de adaptación a las alturas (prácticamente mil metros). Y como este último invierno (¿invierno, dijiste?) ni llovió ni hizo el frío que requiere la arboleda para su explosión primaveral, leche cacharro.

Quien siga negando el cambio climático merece, como mínimo, un buen par de cachetones. He comprobado cómo van desapareciendo las huertas de papas que le daban a aquellos predios un verdor exuberante. Pero llevamos unos años en que lo que mea la bruma del alisio no es suficiente para calmar la sed del campo. Y como aumentan los episodios de calores extremos, la bomba de relojería está dispuesta.

Lo mejor es que casi no hay cobertura telefónica. Una gozada que el móvil permanezca en silencio la mayor parte del día. Y de la noche.

La culpa es de mi hijo, que no conforme con lo de maestro –como el padre– explora otras alternativas y tira pa´l monte. Faltan unos cuantos empujones, pero la primitiva se resiste. Ya va luciendo, dicen los que van muy de vez en cuando. Cierto. Y la prueba fehaciente es la muestra de estas pequeñas estancias.

Debo bajar, no obstante, pues en Bellevue requieren mi presencia. Toca operación de cataratas en el ojo izquierdo. Para empezar. Que el derecho vendrá luego. Le rogué a la doctora que comenzara por este por puras razones ideológicas. Por convicción, vamos. Lo que me pierda por el sector del otro se puede ir subsanando.

Así que si por unos días desaparezco y dejo abandonado momentáneamente el blog, ya sabes que se trata de razones de índole mayor. Será la cuarta vez que debo entrar en un quirófano. Me estoy convirtiendo en un adicto. Pero no me paso de la raya, como Milei, que viene a Madrid a inspirarse. Si dobles, que te conozco. Me refiero a otro tipo de inspiración.

Primero fue una hiperplasia benigna de próstata, tras un par de meses con una sonda; luego remendar una de los dos fracturas tras una caída en Las Abiertas, precisamente; y, por penúltima, de una hernia umbilical. Y ya meo correctamente, camino sin problemas y el ombligo dejó de ser un bulto.

Y cuando me da la gana, y me dejan, me aíslo en Las Abiertas. Nos vemos. Espero que, a partir de ahora, mejor.

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