viernes, 9 de agosto de 2024

Marquesinas refrigerantes

Solo cuestan 75.000 euros cada una. Y la foto ilustra a la perfección su utilidad. Debe ser que no encontró el manual de instrucciones para echar a funcionar el sistema de enfriamiento por evaporación y ventilación. Me pregunto si para tal sofisticación (sí, porque esto es amanerar o exagerar lo que ya la natura nos brinda) era menester tanto gasto. En un Madrid que se ha destacado estos últimos años por las talas de árboles. Y cualquier ejemplar nos hubiese dado más sombra.

¿Cuántas paradas de autobuses existirán en la capital del país? No te preocupes, si fuese en Las Palmas habría escrito guagua. Pues me hacen el favor, si encuentran el dato, de multiplicar por la cantidad arriba señalada. O unos euros menos por la rebaja dado el número de marquesinas que se deberán adquirir.

La información recibida por este que les habla (o escribe) no detalla cuál es la capacidad del depósito de agua. Ni si el módulo de enfriamiento, alimentado por la energía que suministra una placa fotovoltaica, es eterno o viene ya con la obsolescencia programada. Porque si aparte de la carestía inicial debemos ir sumando cada equis tiempo las revisiones de rigor, me da que con tal desembolso se podría sembrar un bosque entero. En el que Almeida y Ayuso, por ejemplo, podrían cobijarse de los rigores estivales. Y sobraría dinero para evitar la tala indiscriminada de ejemplares supuestamente enfermos, ya que se podrían estudiar con mayor profundidad las causas de sus dolencias y obrar de manera más racional.

Pero ese camino que propongo causa muchos dolores de cabeza. Lo práctico es cortar por lo sano. Recurrir a la postura cómoda de tirar dinero público no solo es mucho más llevadero, sino que, incluso, podría, reportar beneficios electorales. Algo que pudiera parecer inconcebible en cualquier pueblo o villa de España, pero no en la capital del reino, donde priman los intereses del burgués acomodado. Ahí tienen el ejemplo de la boda de su alcalde, acontecimiento que le hizo crecer… en prestigio social. No, si pensabas que en centímetros, va a ser que no.

Como debemos, sin embargo, buscar el aspecto útil del asunto, lo mismo sería conveniente colocar, en un día de solajero intenso y temperaturas que ronden los 50ºC, a los recién nombrados miembros del Consejo General del Poder Judicial. Órgano de gobierno de los jueces, que estuvo un lustro bloqueado, y que una vez alcanzado un pacto para su renovación, viene a resultar que se van de vacaciones y aplazan ‘sine die’ el nombramiento de su presidente. Manda togas y martillos. A buen seguro que con 20 marquesinas –una para cada uno– resolveríamos el dilema. Bastaría con media hora, a eso de media tarde, sufriendo los efectos del astro rey y con el mecanismo de refrigeración averiado. Alcanzarían una entente me apuesto los 50 céntimos sí o sí.

Todas las comparaciones –eso dicen– son odiosas. Por lo que pensar en cómo se trabajaba décadas atrás en eso llamado cosa pública e intentar trasladar tal proceder al presente constituye un ejercicio difícilmente realizable. Me da que imposible. Porque ahora no se valora cuánto cuesta llenar las arcas públicas. Qué fácil se ve todo. Y se gasta de manera alegre sin sopesar consecuencias. Pongamos el ejemplo de Canarias donde el agua es un bien escaso. Solución: desaladoras a troche y moche. Pero sentarse un rato a debatir sobre la conveniencia de reutilizar, uf, qué sacrificio. ¿Es normal que el agua depurada se vierta en la mar, cuando está más que demostrado que es apta para el regadío de cultivos y jardines? Además, ¿alguien podría darme el dato de cuántos hogares de Los Realejos siguen sin conectarse a la red de saneamiento? ¿Se puede vender el que se realice una obra en una calle para la instalación de las tuberías que conformen la red correspondiente de aguas residuales, y/ o pluviales, y no se aproveche exija, mejor─ el empalme de rigor de las viviendas de la misma?

En consecuencia, estimados míos, seguiremos despilfarrando como si este planeta dispusiese de infinitos recursos, nos lamentaremos –pero muy poco– cuando como consecuencia del cambio climático ocurran tragedias naturales de muy difícil reparación, pero, al tiempo, alegrémonos sobremanera porque dispondremos de marquesinas inteligentes donde esperar –a la sombrita y por fuera– al transporte público. Fuerte calvario.

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