¿Cuántas paradas de autobuses existirán en la capital del
país? No te preocupes, si fuese en Las Palmas habría escrito guagua. Pues me
hacen el favor, si encuentran el dato, de multiplicar por la cantidad arriba
señalada. O unos euros menos por la rebaja dado el número de marquesinas que se
deberán adquirir.
La información recibida por este que les habla (o escribe)
no detalla cuál es la capacidad del depósito de agua. Ni si el módulo de
enfriamiento, alimentado por la energía que suministra una placa fotovoltaica,
es eterno o viene ya con la obsolescencia programada. Porque si aparte de la
carestía inicial debemos ir sumando cada equis tiempo las revisiones de rigor,
me da que con tal desembolso se podría sembrar un bosque entero. En el que
Almeida y Ayuso, por ejemplo, podrían cobijarse de los rigores estivales. Y
sobraría dinero para evitar la tala indiscriminada de ejemplares supuestamente
enfermos, ya que se podrían estudiar con mayor profundidad las causas de sus
dolencias y obrar de manera más racional.
Pero ese camino que propongo causa muchos dolores de
cabeza. Lo práctico es cortar por lo sano. Recurrir a la postura cómoda de
tirar dinero público no solo es mucho más llevadero, sino que, incluso, podría,
reportar beneficios electorales. Algo que pudiera parecer inconcebible en
cualquier pueblo o villa de España, pero no en la capital del reino, donde
priman los intereses del burgués acomodado. Ahí tienen el ejemplo de la boda de
su alcalde, acontecimiento que le hizo crecer… en prestigio social. No, si
pensabas que en centímetros, va a ser que no.
Como debemos, sin embargo, buscar el aspecto útil del
asunto, lo mismo sería conveniente colocar, en un día de solajero intenso y
temperaturas que ronden los 50ºC, a los recién nombrados miembros del Consejo
General del Poder Judicial. Órgano de gobierno de los jueces, que estuvo un
lustro bloqueado, y que una vez alcanzado un pacto para su renovación, viene a
resultar que se van de vacaciones y aplazan ‘sine die’ el nombramiento de su
presidente. Manda togas y martillos. A buen seguro que con 20 marquesinas –una
para cada uno– resolveríamos el dilema. Bastaría con media hora, a eso de media
tarde, sufriendo los efectos del astro rey y con el mecanismo de refrigeración
averiado. Alcanzarían una entente ─me
apuesto los 50 céntimos─ sí o
sí.
Todas las comparaciones –eso dicen– son odiosas. Por lo
que pensar en cómo se trabajaba décadas atrás en eso llamado cosa pública e
intentar trasladar tal proceder al presente constituye un ejercicio
difícilmente realizable. Me da que imposible. Porque ahora no se valora cuánto
cuesta llenar las arcas públicas. Qué fácil se ve todo. Y se gasta de manera
alegre sin sopesar consecuencias. Pongamos el ejemplo de Canarias donde el agua
es un bien escaso. Solución: desaladoras a troche y moche. Pero sentarse un rato
a debatir sobre la conveniencia de reutilizar, uf, qué sacrificio. ¿Es normal
que el agua depurada se vierta en la mar, cuando está más que demostrado que es
apta para el regadío de cultivos y jardines? Además, ¿alguien podría darme el
dato de cuántos hogares de Los Realejos siguen sin conectarse a la red de
saneamiento? ¿Se puede vender el que se realice una obra en una calle para la
instalación de las tuberías que conformen la red correspondiente de aguas
residuales, y/ o pluviales, y no se aproveche ─exija, mejor─ el
empalme de rigor de las viviendas de la misma?
En consecuencia, estimados míos, seguiremos despilfarrando
como si este planeta dispusiese de infinitos recursos, nos lamentaremos –pero muy
poco– cuando como consecuencia del cambio climático ocurran tragedias naturales
de muy difícil reparación, pero, al tiempo, alegrémonos sobremanera porque
dispondremos de marquesinas inteligentes donde esperar –a la sombrita y por
fuera– al transporte público. Fuerte calvario.
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