domingo, 11 de agosto de 2024

Suerte, Salvador

Entro en Word 2013, también conocido como Word 15, pero oficialmente llamado Microsoft Word 2013. Pirateado, claro. O de marca blanca, como prefieras. Que once años después debe ser ya una reliquia prehistórica. Pero como un servidor no llega más lejos por escasez de alumbrado (solo de cruce), le basta para ir escapando. Grandes obras literarias fueron paridas con una simple máquina de escribir. Y si me remonto siglos atrás, sin haberse inventado el Bic cristal, cuánta paciencia. Pienso en el prolífico Lope de Vega, por ejemplo, y se me ponen los pelos como escarpias. ¿Cuáles? Los de la cabeza no creo.

Abro un documento en blanco. Y no sé por qué me vienen a la memoria aquellas libretas de dos rayas con las que aprendíamos a escribir derecho. Que nos las recuerdo –qué mayor soy–  en mis primeros pasos académicos por la senda del saber y la cultura. Porque, a buen seguro, nos habrían venido muy bien para utilizar la táctica del maestro de la escuela de chicos de La Longuera (don Andrés Carballo Real) y que consistía en no levantar el lápiz del papel hasta que se escribiera la última letra de la palabra. Luego volvías atrás para repasar: puntos de las íes, tildes (acentos en aquellas épocas bien pretéritas), virgulilla de la ñ o los no menos famosos ‘rabos’ de la t, q, f y z. Y todavía hoy, sesenta y tantos años después, cuando redacto cualquier nota manuscrita, con paciencia y buena letra, recurro al método en cuestión. Es más, lo llegué a poner en práctica en algunos cursos en mi trayectoria docente con muy buenos resultados. Pero ya la caligrafía no constituye un valor. Hay que dejar que cada cual se (mal)exprese como mejor le venga en gana. De la ortografía, mejor no mencionarla.

Las facilidades de la actualidad puede que hayan venido para hacernos más ignorantes. Prima el acomodo y nos sentimos muy capacitados para… copiar, pegar, reemplazar, buscar, seleccionar, justificar, variar el tamaño de las innumerables fuentes y como Google es un saco sin fondo, rápidamente nos erigimos en sabihondos, cuando no en salvadores de la patria. Y de ahí a la pedantería, apenas unos milímetros. Añadan la pasmosa facilidad para perder el sentido del ridículo y servida la macedonia.

Son las seis de la tarde del día 8 de agosto cuando redacto estas líneas que van rellenando ese espacio en blanco que al principio te indicaba. Aún no sé si meritará la pena que puedan hacerse acreedoras de ser publicadas en Pepillo y Juanillo. Puigdemont sigue desaparecido tras los minutos de gloria de esta mañana. Es uno de los tantos ejemplos que me ratifican en la creación de una cultura de la comodidad. La que está sirviendo de modelo para situar el esfuerzo en la última posición de la escala de valores. Antes las escasas excepciones confirmaban las reglas. El tiempo lo viene trastocando todo y las singularidades se han incrementado hasta extremos preocupantes.

Uno es libre para la defensa de sus principios con los medios a su alcance que considere adecuados y pertinentes. Pero ello debe ir acompañado por la ejemplaridad. Y muchos cargos públicos se han habituado a la papa suave. Hablan, pero no hacen. Mucho jabla, jabla, pero poco jace, jace; aspirando la hache como nuestros sabios magos del campo. Proponen pero no ejecutan. Si quien fuera mi maestro (el único que tuve antes de ir al colegio) se tropezara con un discípulo de las características de un avispado moderno e intentara aplicar un método que conllevara el más mínimo sacrificio, me puedo imaginar cómo le caería encima toda la maquinaria inquisitoria.

Llevo ya seiscientas palabras y debo hacer un alto en el camino porque Salvador Illa ha sido elegido presidente de la Generalitat. Ya han sido detenidos dos mossos presuntamente relacionados con la fuga de quien lo fue en el pasado reciente. Doña Cuca no pierde oportunidad y dispara desde la calle Laurel a un tal Pedro Sánchez.

Estamos casi a mediados de agosto. Y no he tomado aún vacaciones. Como en mi casa solo estamos mi mujer y yo, tenemos constituida siempre la Diputación Permanente. Nos basta con encender la tele e iniciamos los debates. Bastantes encendidos, no creas. Y como los rótulos, por sus reiterados errores, nos dan pie para prolongar las intervenciones –no nos fijamos límites de tiempo– podemos alcanzar las tantas de la tarde-noche sin levantar la sesión. Pero por esta vez, ya está.

Tengan feliz domingo y vayan para Candelaria. Después de que Casimiro leyera el pregón y Manolo propusiera solventar el tropiezo de la Ley de Extranjería en agosto, Canarias es un bálsamo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario