Y es verdad, no hay derecho a que sus señorías se dediquen a
mendigar en las puertas del antiguo hospital de las Cinco Llagas de Nuestro
Redentor. Estaría muy mal visto. Entre otras cosas porque no tienen tiempo para
ello. Los ciudadanos debemos ser conscientes del intenso ajetreo de la labor
parlamentaria. De sol a sol quemando pestañas en pro del bienestar con apenas
cinco minutos para ir a echarse el cafelito.
Es que nos dejamos llevar por los prontos ibéricos y no
recapacitamos. Con sueldos de cuatro mil euros mensuales, más indemnizaciones
jugosas por viajes y alojamiento, no se puede –es imposible– vivir con la
dignidad que el cargo merece. Ustedes ignoran la cantidad de corbatas, calcetines
y calzoncillos que deben utilizar los hombres. Máxime cuando la calor aprieta
en sillones. De las mujeres no escribo nada por razones de protección personal.
De ellas y mía.
Y ahora en serio. Vale, solo un poco más. Todos esos cargos
públicos, los que cobran de los presupuestos locales, provinciales, autonómicos
o nacionales, que se nutren de los impuestos de los contribuyentes, tienen otro
puesto orgánico en su formación política. Como mínimo. Y yo estaría muy de acuerdo
en incrementar salarios, siempre y cuando la dedicación a ese deber, por el que
se percibe dicho estipendio, fuese exclusiva. Es más, la cobran, pero la
incumplen.
Te habrás percatado de que todos los lunes hay reuniones de
los órganos de dirección de los partidos políticos. Todos, recalco. Así que un
día de asueto en sus obligaciones laborales. Porque no se reúnen por la
tarde-noche –como hacíamos, por cierto, en aquellos tiempos en que la ilusión y
ganas de servicio podían más que los aspectos crematísticos (no había un duro)–
sino que se lleva a cabo en horario de diez a doce (como mucho).
Ya van tres días (sábados y domingos para la familia) en los
que no dan gongo. Y cobrando. Los viernes se reservan para viajes y visitas de
captación de adeptos. Como si fuesen testigos de Jehová. Lo encubren alegando
que tales aconteceres se llevan a cabo en su calidad de cargo público. Para
disimular, obviamente, el fraude a las arcas públicas.
¿Vas sumando? Teóricamente curran tres días. Bueno, lo de
currar es un decir. ¿O es que acaso tú no ves la tele? Porque ni lo disimulan.
Si hay una sesión plenaria de cierta importancia, ahí estará el ganado
aplaudiendo al jefe de la manada. Pero si cuando interviene un grupo
minoritario se queda el hemiciclo más vacío que el bolsillo ese que no llega a
fin de mes, imagínate las semanas en que no se celebran plenos.
Y, claro, las vacaciones salen caras. Tanto asueto cansa al
más pintado. Qué incongruencia. El bolsillo se resiente. De existir un extra –por
ejemplo, un viaje a Venezuela, sin visado, para montar el pollo y otros minutos
de gloria– la quiebra económica y suspensión de pagos.
Como todo se pega, qué decir de la justicia. Tan lenta que
la probidad se desvanece. Con sumarios que se prolongan durante cuatro, cinco,
seis o más años. Bastantes de los cuales acaban archivados por fallos
increíbles en su tramitación. Claro, los dejan sobre la mesa tanto tiempo que
cuando los retoman ya no se acuerdan por donde iban y metedura de pata al
canto. Como los jueces se creen impunes, a otra cosa mariposa. ¿Quién repone el
honor del investigado? Rita la cantadora.
Puede que alguno de ustedes me señale al pensar que convierto
casos aislados en causa general. Muchos argumentos tendrías que darme para que cambie
de opinión. Pues una cosa es la percepción y otra bien distinta la constatación.
Y un servidor afirma rotundamente que en la actualidad ser cargo público es un
privilegio. Cobran bien, sin la exigencia de currículum ni experiencia previa,
viven mejor y les queda tiempo, mucho, para presumir publicando fotos en las
redes sociales (mandándose una papa y un buche de vino en la plaza de San
Agustín, verbigracia). Quede hecha la única excepción de concejales en la
oposición, que en los ayuntamientos luchan contra el poder establecido ─con todos los medios a su alcance─ y chocan día a día contra un muro
prácticamente insoslayable. Pero de ahí para arriba, todos liberados, cuando no
enchufados.
Sigan disfrutando de las vacaciones. Los que trabajan. Los
jubilados, y los que se puedan sentir aludidos en los párrafos precedentes,
vivimos en (y con) ellas permanentemente.
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