viernes, 6 de septiembre de 2024

Comisión de Fiestas

Surge el presente titular de un comentario que dejó un amigo en la única red social por la que navego: Facebook. E ilustro el artículo con una foto que si la amplías comprobarás que su calidad no permite mayores alardes y se difumina enormemente. Vamos, que los ves turbios. Como un servidor los viene observando desde hace años. Porque o nacieron de pie y con una cesta de pan bajo el brazo o los realejeros nos merecemos lo que… votamos.

Me preguntan con cierta frecuencia acerca de la necesidad que tengo de meterme en berenjenales. Así mismito. Y les contesto invariablemente que si todos pensáramos igual y fuésemos meros números –ciudadanos pasotas– estaríamos dando carta blanca a un sinfín de chupópteros que solo saben figurar. Todo es mera fachada. Detrás, el vacío más absoluto. Y como me preguntaba una prima tiempo atrás: ¿Para qué tanto asesor? ¿No debe admitirse que si te presentas a unas elecciones, se te presupone la preparación suficiente para desarrollar el cometido encargado?

Es lo que hay: mediocridad a la enésima. Anquilosados en los quehaceres cotidianos, en aquellos servicios que toda institución pública debe prestar a la población, que si los sacas de ahí quedan completamente en entredicho. Solo hacen bien –qué digo, muy bien– esquilmar el erario público –el cochinito de Manolo– con suculentos sueldos, que suelen aliñarse con otros complementos muy alejados del alcance de cualquier vecino. Y han logrado, con esa ocupación desmedida de las dependencias municipales, que el funcionariado, verdadero motor de la máquina administrativa, se gripe hasta los extremos de paralizar los más nimios expedientes. Lo que ocurre, verbigracia, en la Gerencia de Urbanismo, con unos retrasos que rayan la indecencia, es capítulo digno de ser motivo y fundamento de una tesis doctoral. Y luego ponen al frente a una madrileña de adopción. ¿No lo entendiste? Mañana te lo explico.

Y como, aún, les concedo el beneficio de la duda, pienso que son conscientes de sus debilidades, de su flojera. Que suplen con fiestas y postureos. Porque se han dado cuenta de que fotos y espectáculos constituyen la droga perfecta para tenernos alegres y contentos. Han sido capaces de convertirnos en adeptos a las sustancias placenteras y esnifamos con suma satisfacción los efluvios de una potente red de publicidad y propaganda.

No importa que los repartos de (in)competencias digan tal o cual cosa. Todos se hallan volcados en un único objetivo: que el pueblo no piense, que se jarte de consignas vacuas, que baile y beba para olvidar contratiempos y que, en suma… alienación. Sí, nos los indica el diccionario: “Limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales”. Festivos, sin aditamentos.

No voy ahora a enumerar los amplios listados de acciones que deberían acometerse en el pueblo, desde los eminentemente culturales hasta los de conservación de un patrimonio en estado más que lamentable, sino que, simplemente, hago un llamamiento (¿otro?) a que recapacitemos. Porque:

¿Es suficiente comprobar cómo vegetan quince concejales liberados, con sus correspondientes apéndices, y que nos cuestan un dineral anual con cargo a unos presupuestos tan parcos en partidas de mucha mayor enjundia?

¿Es suficiente con presumir de ser el municipio con más fiestas de toda España y llevarlo por bandera, mientras se paralizan urgentes inversiones por falta de asignación económica?

¿Es suficiente comprobar cómo se aprovechan iniciativas particulares para el rédito político, con sesiones fotográficas que rayan la desvergüenza, cuando no la obscenidad más flagrante?

¿Es suficiente el halago y el baboseo permanente (cumpleaños y el qué bueno era –después de muerto–) cuando se obvian y marginan proyectos e iniciativas que ya se rifarían corporaciones comprometidas con una gestión eficiente y respetuosa con el gasto público?

Me apena una Villa de Viera, de Antonio González, de Agustín Espinosa, de Antonio Reyes y un largo etcétera del que plumas mejor cortadas que la mía han plasmado en escritos de porte superior a este simplista artículo de opinión. Porque ese cartel de la entrada por El Castillo –qué pena de rotondas que no inviten al visitante a conocer algo más, mucho más, de nuestro pueblo– que alude a lo de Villa Histórica, bien merece dirigentes de otros mimbres, que vislumbren más allá de sus narices, que no vean enemigos en quienes intentamos aportar algo diferente.

¿Y qué decir de un pueblo aborregado? Si te duele o te escuece es que te diste por aludido. En ese caso, disfruta porque sarna con gusto no pica. Aunque no creo que necesites un dermatólogo. Lo tuyo es mucho más grave. Puede que de psiquiatra. ¿Y la mayoría absoluta? Haz cuentas: de un censo de 30.313 electores votaron PP 12.835, el 42%. Ello quiere decir que, por una u otra razón, el 58%  (17.478) no lo hemos hecho. ¿Qué significa? Que en 2027 te ponen delante una etiqueta de Anís el Mono, con un fondo azul y la silueta de un charrán, y tendremos por cuatro años al simio en cuestión de concejal de cualquier área. O de alcalde, vete tú a saber.

¿Qué pasa? ¿Soy yo el único que no puede tomárselo a fiesta? Ya llevo bastante tiempo jubilado, cobro regularmente mi pensión y no me debo. Por ello escribo lo que me da la realísima gana sin pedir cuentas a nadie. Mucho menos a cualquier inepto con mando en plaza. Cuánto peligro.

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