Me preguntan con cierta frecuencia acerca de la necesidad
que tengo de meterme en berenjenales. Así mismito. Y les contesto
invariablemente que si todos pensáramos igual y fuésemos meros números
–ciudadanos pasotas– estaríamos dando carta blanca a un sinfín de chupópteros
que solo saben figurar. Todo es mera fachada. Detrás, el vacío más absoluto. Y
como me preguntaba una prima tiempo atrás: ¿Para qué tanto asesor? ¿No debe
admitirse que si te presentas a unas elecciones, se te presupone la preparación
suficiente para desarrollar el cometido encargado?
Es lo que hay: mediocridad a la enésima. Anquilosados en los
quehaceres cotidianos, en aquellos servicios que toda institución pública debe
prestar a la población, que si los sacas de ahí quedan completamente en
entredicho. Solo hacen bien –qué digo, muy bien– esquilmar el erario público
–el cochinito de Manolo– con suculentos sueldos, que suelen aliñarse con otros
complementos muy alejados del alcance de cualquier vecino. Y han logrado, con
esa ocupación desmedida de las dependencias municipales, que el funcionariado,
verdadero motor de la máquina administrativa, se gripe hasta los extremos de
paralizar los más nimios expedientes. Lo que ocurre, verbigracia, en la
Gerencia de Urbanismo, con unos retrasos que rayan la indecencia, es capítulo
digno de ser motivo y fundamento de una tesis doctoral. Y luego ponen al frente
a una madrileña de adopción. ¿No lo entendiste? Mañana te lo explico.
Y como, aún, les concedo el beneficio de la duda, pienso que
son conscientes de sus debilidades, de su flojera. Que suplen con fiestas y
postureos. Porque se han dado cuenta de que fotos y espectáculos constituyen la
droga perfecta para tenernos alegres y contentos. Han sido capaces de
convertirnos en adeptos a las sustancias placenteras y esnifamos con suma
satisfacción los efluvios de una potente red de publicidad y propaganda.
No importa que los repartos de (in)competencias digan tal o
cual cosa. Todos se hallan volcados en un único objetivo: que el pueblo no
piense, que se jarte de consignas
vacuas, que baile y beba para olvidar contratiempos y que, en suma… alienación.
Sí, nos los indica el diccionario: “Limitación o condicionamiento de la
personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos
sociales, económicos o culturales”. Festivos, sin aditamentos.
No voy ahora a enumerar los amplios listados de acciones que
deberían acometerse en el pueblo, desde los eminentemente culturales hasta los de
conservación de un patrimonio en estado más que lamentable, sino que,
simplemente, hago un llamamiento (¿otro?) a que recapacitemos. Porque:
¿Es suficiente comprobar cómo vegetan quince concejales
liberados, con sus correspondientes apéndices, y que nos cuestan un dineral
anual con cargo a unos presupuestos tan parcos en partidas de mucha mayor
enjundia?
¿Es suficiente con presumir de ser el municipio con más
fiestas de toda España y llevarlo por bandera, mientras se paralizan urgentes
inversiones por falta de asignación económica?
¿Es suficiente comprobar cómo se aprovechan iniciativas
particulares para el rédito político, con sesiones fotográficas que rayan la
desvergüenza, cuando no la obscenidad más flagrante?
¿Es suficiente el halago y el baboseo permanente (cumpleaños
y el qué bueno era –después de muerto–) cuando se obvian y marginan proyectos e
iniciativas que ya se rifarían corporaciones comprometidas con una gestión
eficiente y respetuosa con el gasto público?
¿Y qué decir de un pueblo aborregado? Si te duele o te
escuece es que te diste por aludido. En ese caso, disfruta porque sarna con
gusto no pica. Aunque no creo que necesites un dermatólogo. Lo tuyo es mucho
más grave. Puede que de psiquiatra. ¿Y la mayoría absoluta? Haz cuentas: de un
censo de 30.313 electores votaron PP 12.835, el 42%. Ello quiere decir que, por
una u otra razón, el 58% (17.478) no lo
hemos hecho. ¿Qué significa? Que en 2027 te ponen delante una etiqueta de Anís
el Mono, con un fondo azul y la silueta de un charrán, y tendremos por cuatro
años al simio en cuestión de concejal de cualquier área. O de alcalde, vete tú
a saber.
¿Qué pasa? ¿Soy yo el único que no puede tomárselo a fiesta?
Ya llevo bastante tiempo jubilado, cobro regularmente mi pensión y no me debo.
Por ello escribo lo que me da la realísima gana sin pedir cuentas a nadie.
Mucho menos a cualquier inepto con mando en plaza. Cuánto peligro.
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