¡Ay, juez Peinado!
Los autos y providencias / de don Juan Carlos Peinado / me
dejan desconcertado / por obstinadas videncias. / Se me antojan ocurrencias /
esos burdos argumentos, / más dignos de simples cuentos / que de fundadas
razones, / porque sobran opiniones / sin
mayores fundamentos.
Estaremos registrando / y peinando lo indecible, / hasta que
sea factible / quitarle a Pedrito el mando. / Seguiremos visitando / domicilios
y despachos, / por ver si aparecen cachos / de contratos o billetes, / para darle
dos moquetes / al sanchismo y sus
muchachos.
Cuando alguien, no sé quién, / ponga en su sitio a Peinado,
/ ¿arregla el desaguisado / o basta con ya está bien? / Porque el juez será
también / de sus actos responsable / y, por lo tanto, imputable / ante una
errante instrucción, / procediendo en plan hampón / de manera cuestionable.
Qué dos minutos de gloria / de un peinado a la derecha, / el
que de todo sospecha / de manera inquisitoria. / Ya tiene para su historia / la
imagen que pretendía, / en Moncloa se veía / bien hinchado como un pavo, / pensando
que dio en el clavo, / que en el fondo es lo que ansía.
Un día debe llegar / en el que todo se ordene, / sobre todo
por la higiene / de una justicia ejemplar. / No pueden continuar / las
prácticas arbitrarias / en instrucciones sumarias / que rayan el esperpento, / sin
un sólido argumento / y sin pruebas indiciarias.
Pues si un bulo es una prueba / y un rumor una noticia, /
queda abierta la franquicia / cuando no una maña nueva. / La extravagancia
conlleva / al ridículo espantoso, / mas asunto peligroso / para quien es
imputado, / pues queda vilipendiado / y su prestigio en un foso.
Mientras tanto el instructor, / al sufrir tirón de orejas, /
ni alcanza un par de collejas / y persiste en su labor. / Se le perdona el
error, / que se suma al precedente; / en la ignominia la gente / que debió
sufrir calvario, / el de un tío estrafalario / con ínfulas de vidente.
No son más (bocazas)
porque no quieren
Un senador popular* / llamó chulo y prepotente / a quien hoy
es presidente, / pues votos pudo sumar. / Pero debiera mirar / –hablando de
chulería– / a la que no desiste un día, / desde el piso madrileño, / de exhibir
con gran empeño / su magistral felonía. (*Sergio Ramos)
Al susodicho se suma / el ínclito José Alberto*, / otro
bocazas experto / que mala bilis rezuma. / No habla sino echa espuma / por
cuanto foro transita / y es tanto lo que vomita / que un buen día se atraganta,
/ pues suelta metralla tanta / que no hay quien con él compita. (*Coalición
Canaria)
Mociones de censura
Y David le dijo a Marco: / Yo contigo no me junto, / pues ni
me pones asunto / ni me llevas en el barco. / Así que el contrato aparco / y
con los otros me alío; / en Leopoldo confío / por sus ideas afines, / y con
Alonso, jolines, / formamos menudo trío.
Mañana se llena el Puerto / por la moción de censura / y
arrancará la mixtura / del pasaje más incierto. / Al causante de este entuerto /
le auspicio negro futuro, / pues me parece inmaduro / su chocante proceder: / una
alianza, a mi entender, / más nociva que el cianuro.
Las mociones de
censura / Aumentan en el verano, / Siempre se tiene una a mano / Mientras campa la locura. / Obnubila la aventura / Como si fuera un chupete / Invitándote el sorbete, / O, quizás, les regocijan / Novedades que no exijan / Esfuerzos de mucho brete.
Siempre se buscan
excusas / Delirantes, sin razones, /
Escudándose en dramones / Con metas harto difusas. / En el empleo de abstrusas / Nociones de aparentar, / Se frecuenta el dibujar / Utillaje muy manido, / Recurso de aquel transido / Apóstol del bien quedar.
Hala Madrid
El Madrid de las figuras / en Siete Palmas pinchó, / y al
Barcelona dejó / bien aupado en las alturas. / Unos añoran hechuras / del que
fuera blanco un día, / pero el resto aún confía / en que ese oscuro futuro / no
se convierta en el muro / del lamento y la agonía.
Y el porqué de la
ilustración
Esta décima que Rubén Darío (1867-1916) dedicó a Ramón de Campoamor (1867-1916), creo que fue una de las primeras que memoricé en mi época de estudiante. Junto, por supuesto, a la archiconocida de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), incluida en su obra La vida es sueño, y que comienza así: Cuentan de un sabio que un día... Seguro que sabrás seguirla.
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