martes, 10 de septiembre de 2024

Lo mismo en La Montaña

Leí en Diario de Avisos ─ese periódico que se ha convertido en un nuevo Caso por sus proclamas meteorológicas─ que la moto de esta fotografía, obstaculizando el paso de peatones y de quienes, por desgracia, padecen los inconvenientes de su movilidad reducida y deben transitar con vehículos adaptados, fue retirada por la policía municipal santacrucera y sancionada de acuerdo con lo establecido en las pertinentes ordenanzas. Bastante que me alegro. Porque algunos se piensan que todo el monte es orégano y va a ser que no. Aunque no muy diferente a lo que ocurre en ciertas aceras ocupadas en casi su totalidad por mesas y sillas de terrazas de bares y restaurantes, que ponen en un brete a cualquier progenitor que pasea a su vástago en un carrito.

Pues bien, policía de Los Realejos, tomen debida nota. Me dirán que lo normal es que me dirija a la concejalía responsable para elevar mi queja. Me niego, porque si es tan diligente como la encargada de las licencias de vados permanentes, lo mismo me anquiloso durante la previsible larga espera. Porque ni en aquellos viejos tiempos en que no había un duro en caja para liberar concejales, se ha visto en Los Realejos una desidia y un pasotismo tan grandes. Viven por y para las fiestas, las fotos, el postureo. Se aprovechan de todo y de todos. Abre un comercio y el éxito es de tal o cual concejala que acude presta a plantarse en la puerta del establecimiento a lucir palmito. Cuando cierran, mutis por el foro. O, si lo prefieren, se lo pasan por el morro.

Como ustedes, estimados guindillas –escrito con el mayor de los respetos– tienen ya ciertos establecimientos en el pueblo para desayunos y tentempiés, cuando pasen por La Montaña, si no les es molestia y no tienen otra cosa mejor que hacer, vigilen los alrededores de cierta cafetería, cuyo nombre omito pues ya es suficientemente conocida. Porque los que acuden a la misma –como ustedes cuando me los tropiezo en Luchadas o estaciones de servicio– suelen tener la fea costumbre de dejar su coche encima de cualquier paso de peatones. Y eso dificulta el paso de quienes, como un servidor, caminan por aquellos contornos con cierta frecuencia para desentumecer los músculos y evitar artrosis innecesarias.

O como los que hacen tres cuartos de lo mismo delante de otro comercio dedicado al sector automovilístico que entienden, por lo visto, que las rayas del paso de cebra son una reserva de aparcamiento. Y debes cruzarlo como si de una yincana se tratase. A mis años, no hay derecho. Hasta los que llevan a su lindo perrito para que el veterinario le ponga la vacuna cometen idéntico pecado.

No se quejarán de que se lo estoy poniendo muy fácil para que vayan a tiro hecho. Solo un día. Pongan dos o tres recetas y ya verán cómo la voz se corre. Y ya que estoy, otra guinda para el pastel.

La inveterada costumbre de colocar el coche delante de su garaje, incluso con vado, de manera perpendicular a la acera y ocupando íntegramente el ancho de la misma –bien de morro, bien de culo– obliga, sí o sí, a que debas rodearlo por la calzada con el consiguiente peligro de que algún Fittipaldi te estropee la punta de los tenis. De lo contrario, estimados guardias, ¿qué hago? ¿Paso por encima de ellos?

Sí, ya sé, soy consciente de que son asuntos de mera cortesía, de sentido común, de modales, de buena educación. Y que existen individuos que solo saben de su mundo, que les importa un pimiento las posibles consecuencias de sus acciones. Pero como nadie les da un toque de atención, seguirán campando a sus anchas. Y no es al ciudadano transeúnte a quien le corresponde tal cometido. Ustedes son la autoridad. Actúen y no permitan que el desaguisado continúe. Cumplan con su obligación. No será necesario una vigilancia de mucho tiempo. Insisto,  a la primera o segunda vez que impongan el pertinente correctivo, se volverá a la normalidad más absoluta. En esta sociedad todos tenemos cabida. Los inadaptados lo son porque a nadie se le ha ocurrido indicarles la buena dirección y entienden que es lícito lo que hacen. Hay que encauzarlos (que no encausarlos). Y qué bonito es ver a los policías dando buenos consejos. Por favor, no esperen a que el grupo de gobierno se los indique. Bastante trabajo tienen (los veintitantos, con asesores) con ir a cobrar a final de mes; sacrificio que a nadie deseo.

Como algunos amigos cuento entre los que fueron policías municipales y ya circulan por el gremio de los jubilados, háganme el favor de contarle esta historia a los nuevos. Ahora que ya no está Marrón, y no tienen que estar discutiendo si se merecía tan elevado sueldo, pueden “entretenerse” en facilitarnos la vida a los que caminamos un fisco. Gracias.

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