Pues bien, policía de Los Realejos, tomen debida nota. Me
dirán que lo normal es que me dirija a la concejalía responsable para elevar mi
queja. Me niego, porque si es tan diligente como la encargada de las licencias
de vados permanentes, lo mismo me anquiloso durante la previsible larga espera.
Porque ni en aquellos viejos tiempos en que no había un duro en caja para
liberar concejales, se ha visto en Los Realejos una desidia y un pasotismo tan
grandes. Viven por y para las fiestas, las fotos, el postureo. Se aprovechan de
todo y de todos. Abre un comercio y el éxito es de tal o cual concejala que
acude presta a plantarse en la puerta del establecimiento a lucir palmito.
Cuando cierran, mutis por el foro. O, si lo prefieren, se lo pasan por el
morro.
Como ustedes, estimados guindillas –escrito con el mayor de
los respetos– tienen ya ciertos establecimientos en el pueblo para desayunos y
tentempiés, cuando pasen por La Montaña, si no les es molestia y no tienen otra
cosa mejor que hacer, vigilen los alrededores de cierta cafetería, cuyo nombre
omito pues ya es suficientemente conocida. Porque los que acuden a la misma
–como ustedes cuando me los tropiezo en Luchadas o estaciones de servicio–
suelen tener la fea costumbre de dejar su coche encima de cualquier paso de
peatones. Y eso dificulta el paso de quienes, como un servidor, caminan por
aquellos contornos con cierta frecuencia para desentumecer los músculos y
evitar artrosis innecesarias.
O como los que hacen tres cuartos de lo mismo delante de
otro comercio dedicado al sector automovilístico que entienden, por lo visto,
que las rayas del paso de cebra son una reserva de aparcamiento. Y debes
cruzarlo como si de una yincana se tratase. A mis años, no hay derecho. Hasta
los que llevan a su lindo perrito para que el veterinario le ponga la vacuna
cometen idéntico pecado.
No se quejarán de que se lo estoy poniendo muy fácil para
que vayan a tiro hecho. Solo un día. Pongan dos o tres recetas y ya verán cómo
la voz se corre. Y ya que estoy, otra guinda para el pastel.
La inveterada costumbre de colocar el coche delante de su
garaje, incluso con vado, de manera perpendicular a la acera y ocupando
íntegramente el ancho de la misma –bien de morro, bien de culo– obliga, sí o
sí, a que debas rodearlo por la calzada con el consiguiente peligro de que
algún Fittipaldi te estropee la punta de los tenis. De lo contrario, estimados
guardias, ¿qué hago? ¿Paso por encima de ellos?
Sí, ya sé, soy consciente de que son asuntos de mera
cortesía, de sentido común, de modales, de buena educación. Y que existen
individuos que solo saben de su mundo, que les importa un pimiento las posibles
consecuencias de sus acciones. Pero como nadie les da un toque de atención,
seguirán campando a sus anchas. Y no es al ciudadano transeúnte a quien le
corresponde tal cometido. Ustedes son la autoridad. Actúen y no permitan que el
desaguisado continúe. Cumplan con su obligación. No será necesario una
vigilancia de mucho tiempo. Insisto, a
la primera o segunda vez que impongan el pertinente correctivo, se volverá a la
normalidad más absoluta. En esta sociedad todos tenemos cabida. Los inadaptados
lo son porque a nadie se le ha ocurrido indicarles la buena dirección y
entienden que es lícito lo que hacen. Hay que encauzarlos (que no encausarlos).
Y qué bonito es ver a los policías dando buenos consejos. Por favor, no esperen
a que el grupo de gobierno se los indique. Bastante trabajo tienen (los
veintitantos, con asesores) con ir a cobrar a final de mes; sacrificio que a
nadie deseo.
Como algunos amigos cuento entre los que fueron policías
municipales y ya circulan por el gremio de los jubilados, háganme el favor de contarle
esta historia a los nuevos. Ahora que ya no está Marrón, y no tienen que estar
discutiendo si se merecía tan elevado sueldo, pueden “entretenerse” en
facilitarnos la vida a los que caminamos un fisco. Gracias.
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