Como en septiembre se producen confesiones para detallarnos
cuál va a ser el desarrollo del curso político –que se cumpla es otro cantar–
el consejero de Educación del Gobierno de Canarias ha destacado que contaremos con
un plan especial para los alumnos con autismo. Si el diccionario nos señala que
dicha enfermedad consiste en el “repliegue patológico de la personalidad sobre
sí mismo” (se encierran en sí mismos, se manifiesta coloquialmente), estuve
pensando buen rato si no sería conveniente llevar a cabo otro paralelo con los
políticos. Porque suelen vivir en su mundo y todo contacto con la realidad les
provoca urticaria.
De haber un cambio de gobierno –una moción de censura, por
ejemplo– aunque los nuevos mandamases hayan ostentado un cargo en la oposición
(y más que tú o que yo sabrán del meollo institucional), algún cable se les
debe desconectar: no conocen nada, entran analfabetos perdidos y se tomarán un
periodo –preferentemente largo– para ponerse al día. Porque los anteriores –siempre–
dejaron los despachos manga por hombro. Con las deudas saliendo por la puerta y
desbordándose por las ventanas. Lo único útil que llevan aprendido de casa es
asignarse el sueldo y nombrar asesores.
Leo en El Día (y robo la foto) que Pedro Campos, edil de
Hacienda y Concesiones Administrativas, amén del concejal de Playas, Felipe
Rodríguez, ambos del PP, giraron visita, el martes 3 del presente mes, a Punta
Brava y Playa Jardín, en la que estuvieron acompañados por inspectores y
técnicos del Gobierno de Canarias, el Cabildo de Tenerife, la empresa
concesionaria del servicio municipal de Agua (Aqualia) y la asesoría
medioambiental contratada por el Consistorio portuense, con el fin de
inspeccionar las obras que se ejecutan para acabar con la contaminación actual.
Y durante la misma (no se bañaron como Fraga en Palomares)
conocieron detalles de un posible enganche ilegal, desde una urbanización
cercana, al emisario submarino. Un servidor se quedó patinando, como el
embrague de un coche. ¿Cómo se puede realizar esa acción si que nadie se dé
cuenta? ¿Dónde tuvo lugar esa conexión? ¿En qué punto del emisario se produjo el
empalme? ¿Fue en zona terrestre o marítima? ¿Con nocturnidad y alevosía o a
plena luz del día? ¿Se habrán escapado los animales del Loro Parque y se
pusieron de acuerdo para ir a cagar de madrugada en El Veril?
Tras llevar varias horas con la duda existencial, recordé
cierto caso de hace varias décadas y que lo mismo puede guardar relación con el
afer del presente. A un buen amigo, ya fallecido, lo contrató cierto extranjero
que había adquirido una casa en La Romántica. Debía revisarle toda la
instalación eléctrica del chalé. Y allá se fue nuestro hombre con la mejor de las
intenciones –aprovechando que los nuevos propietarios se habían ausentado un
par de semanas– y comenzó la faena desconectando electrodomésticos, bajando
cuantas palancas vio en el cuadro y cuanto creyó conveniente para poder
realizar su cometido con total seguridad. Que no era la de ahora –con mayores
requisitos– pero sí la suficiente como para no sufrir cualquier contratiempo. O
“calambrazo”, que decíamos. O “chuchazo”, que lo recoge el diccionario de la
Academia Canaria de la Lengua: Descarga eléctrica en el cuerpo de una persona o
de un animal. No es el primer chuchazo
que recibe, porque se pone a arreglar la luz sin ningún cuidado. Pues, a lo
que iba. Fue el inicio de un entramado de conexiones ilegales, tanto de agua como
de luz, que constituyó el modus operandi
de una urbanización hecha a la prisa y corriendo en una época en la que corrió
el dinero fácil –para algunos avispados– e imperó la chapuza y la
desorganización. Cuando escriba mis memorias, contaré cómo desde el
ayuntamiento tuvimos que echar mano de mucho ingenio –los recursos humanos y
técnicos eran algo más que insuficientes– para poner coto a mansiones con
piscina y que pagaban una poquedad por el agua consumida. Eso, los enganches
ilegales.
En fin, cuántas sorpresas. Hasta con la mierda nos hacen
trampas. Este mundo es una porquería. Y en 2024 seguimos aún sin conectar la
mayoría de domicilios a la red de saneamiento. Y menos mal. De lo contrario, la
actual depuradora hubiera (o hubiese) rebosado.
Y una apostilla. Me dijeron que murió un caballo en mi
pueblo por dopaje. A lo que hemos llegado. Otro enganche ilegal, sin duda
alguna.
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