lunes, 30 de septiembre de 2024

Loado seas, Mencey Bentor

“En efecto, llegó el 2.000. Y con el nuevo año, que no siglo ni milenio, ilusiones renovadas, esperanzas mantenidas y el ánimo dispuesto para acometer quehaceres diferentes. Subí, tempranito, a El Lance, allá arriba, en lo alto del Macizo de Tigaiga, y observé, a mis pies, el Valle de la Orotava. Allí, justo a mi lado, la imponente mole del Mencey Bentor. El conjunto escultórico más fotografiado de la isla en estos últimos tiempos. La razón es harto conocida por los lectores. Mas no piensen que es cosa de atributos. No, ese es el recurso fácil. Lo verdaderamente cierto es el que se ha considerado principal pecado del españolito: la envidia, por supuesto.

Los primeros visitantes del lugar solo se percataron de la abundancia de semejante protuberancia en la anatomía del susodicho. Fundamentalmente, los que con determinadas carencias naturales hacían odiosa cualquier tipo de comparación. Y no cayeron en la cuenta de la estatura del antecesor. Que, a decir de los entendidos, requiere mayor dotación aún. A los que nos llama poderosamente la atención las dimensiones del dedo gordo del pie, creemos que algo de razón hay en tal tesitura.

Sean los deseos vehementes de los unos, o el manoseo de las otras –cuando escalan las alturas para la fotografía de rigor–, de seguir así, coadyuvado por el tremendo frío que debe estar pasando el hombre, las expectativas no son del todo favorables. No vaya a sucederle lo que al amigo cazador que intentó vaciar la vejiga un día de singular pelete en Las Cañadas y se encontró con terrible dilema: no tenía con qué.

Ignoro si la autora de tal belleza está cobrando derechos por tanta impresión en papel fotosensible. Pero, aunque así no sea, puede estar más que satisfecha, porque no debe quedar rincón en el mundo que no sepa del Mencey. Ahora, embarcada en nuevo proyecto, estará recelosa por aquello de segundas partes. Con el inconveniente añadido de los resentidos de turno que no ven la Avenida de Canarias como el lugar idóneo para ubicar el recuerdo de los molinos de agua.

Sírvale de humilde consuelo que solo quienes chochean con pasados históricos que perduran en mentes retrógradas y calenturientas, osan recurrir a unos argumentos tan vacuos como inconsistentes. El pueblo, todo, está muy por arriba de los ombliguistas de turno. Que deberán creer asentamiento pertinente la azotea de sus casas. Por pedir...

Y contemplando el Valle estaba, cuando, de pronto, mi vista se detuvo en una extensa porción de terreno, cultivada al ciento por ciento de la superficie que ocupa, verde manto que desciende desde Realejo Bajo a los aledaños de San Vicente, preciosos canteros cubiertos de hortalizas, arboledas inmensas donde nidifican ejemplares de aves en peligro de extinción, palmerales elegantes que oscilan al compás del alisio que los mece...

Díjeme para mis interiores de adentro: ¿Será posible que el espíritu urbanizador del alcalde pretenda finiquitar con tanta belleza y convertir este singular paraje en un mísero campo de golf? No es posible. Sería preciso poseer tanta frialdad como el Mencey y más “elementos de juicio” que aquel para el despropósito.

Un cernícalo signó varios círculos sobre el mirador. Luego, aprovechando, como los parapentistas, una corriente de aire favorable, quedó fijo, inmóvil, en las alturas. Parecía otear el horizonte. Especula, quizá.

Una preciosa autopista, ecológica en todo su recorrido, cruza el Valle de este a oeste. Miles de coches pululan a su través. Millones de partículas invisibles se elevan al infinito. Tanto que casi alcanzan a la pobre rapaz.

El Mencey Bentor asiente, calla y otorga. El articulista escruta. Al uno y al otro les une la capacidad de observación, minuciosa, prolija. Con la ventaja de panorámica tan singular del Valle de Arautápala, que ni siquiera Humboldt pudo gozar. Ventajas del progreso. Inconvenientes de la edad. O de la época. La bruma ha hecho acto de presencia. Hasta otro día”.

Era el inicio de otra aventura periodística –después de la de El Día– en La Opinión. Se publicó dicho artículo el 23 de enero del año 2000, en la página 12 y en el ejemplar  número 123 de dicho diario. Se cumplían 15 años de la elección del segundo alcalde realejero en el periodo democrático. Ya vamos por el sexto. Y en mi cesto (disco duro del ordenador) se revoltillan miles de artículos. Los primeros, en la prensa. Los últimos, en varios blogs. Un servidor sigue echando la Primitiva cada semana. Varios amigos, también. Sana competición –o pique– para ver quien se erige en mecenas de los desventurados. ¿O abandonados de la cultura institucional? Que siga la fiesta.

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