viernes, 11 de octubre de 2024

Insolidaridad y atentado (1)

Debí enamorarme de La Gomera en 1962. Aunque puede que no haya sido consciente de tal acontecer en aquel ya lejano instante en que la visité por vez primera. El embrujo del entorno de Las Mimbreras –volví en esta ocasión al lugar de la piscina y comedor al aire libre del viejo campamento–  causó fuerte impacto en alguien que no había vislumbrado más terreno que las huertas de plataneras en La Gorvorana. Donde los cedros, los árboles de El Bosque y las higueras y morales eran sus únicos dominios, mientras mamaba naturaleza un día sí y el otro también.

El paso del tiempo me ha ido demostrando que sí hay magia natural en aquella isla. Por eso vuelvo cada vez que puedo. Y camino porque siempre quedan resquicios por descubrir. Rincones que te atraen y atrapan. Fotos, ni te cuento. Pasos en la aplicación del móvil, cienes, cienes y más cienes.

Pero esta vez debo referirme a un nuevo atentado. Otro más en el haber de Casimiro. Ese personaje público al que se le llena la boca demandando solidaridad con las denominadas islas verdes (a las marrones y amarillentas, ni agua), pero que de la teoría a la práctica, mierda espichada en un palo. Y a perdonar la espontaneidad.

Leía hace unas semanas una de sus encíclicas dominicales –o del negro que se las redacta, vaya usted a saber– en cierto medio impreso. Que me recuerdan mucho a las de Wladimiro Rodríguez Brito. Porque ambos son calcos en la manifestación de ejemplares planteamientos en un papel, que olvidan, reiteradamente, cuando se trata de plasmarlos en la naturaleza cuando se ejerce un cargo público. Exigía la adhesión de los diferentes territorios nacionales para solucionar el problema de la inmigración. Olvidando que ahora es socio de un tal Manuel Domínguez, cuyo partido no está por la labor de semejante sacrificio. Porque, como aludía Errejón en el último ¿debate? parlamentario, son negros… y deben tiznar un montón. Nada que se pueda comparar con ucranianos rubios y de ojos azules.

Desfachatez. Despilfarro. Deslealtad. Descrédito. Descabellado. Deleznable. Destrozo… Y así hasta que el diccionario agote sus existencias. O lo mismo la Academia de la Lengua debería publicar un segundo volumen. Es que corremos el riego evidente de que calificar el dispendio en las obras que acomete Curbelo para demostrar al mundo sus delirios de grandeza, se torne tarea harto complicada.

Se quejan los grupos de la oposición en el cabildo gomero de la escasa ejecución de los presupuestos de la institución. Y menos mal. Porque es tanto el dinero que los tres votos de ASG consiguen de la teta autonómica, que es materialmente imposible gastarlos en el ejercicio económico. Se alega que La Gomera no puede ser menos que cualquier otra isla; las capitalinas, fundamentalmente. Algo en lo que cualquier canario debe coincidir. Pero botar alegremente lo que es patrimonio de todos por contentar a quien sujeta la sartén por el mango (léase los testículos de Fernando y Manolo), no, no y mil veces no.

Algo he plasmado con anterioridad acerca de los ‘monumentos’ construidos y cuya utilidad brilla por su ausencia. Es más, se ¿invirtieron? cientos de miles (millones) de euros para disfrutar de edificios muertos de risa, con deterioros cada vez más evidentes. ¿Alguien ha ido a la cárcel por dilapidar las arcas públicas? ¿Alguien ha pagado –políticamente– por un hecho presuntamente delictivo? Se levantó una mole de estructura en Taguluche (Valle Gran Rey) encaminada a embotellar el agua que se le iba a ‘robar’ a los agricultores de la zona. La Justicia –al menos por una vez– puso las cosas en su sitio y ordenó la paralización y derribo. Se echó abajo con más dinero público. ¿Qué supuso el desaguisado? Más votos para Casimiro. Con los que consigue reponer continuamente la hucha. Para seguir comprando voluntades. Y libros. Y gafas. Y audífonos. Y entierros. Y seguros de vida. Para todos. Tabla rasa. Porque los estómagos agradecidos son dóciles, cual corderitos del rebaño a los que el perro guía encauza y dirige.

En esta última ocasión, desde la tumbona de la terraza del apartamento me quedaba enfrente la estatua del Cristo del Machal. Que se ilumina cada noche para dar cobijo a La Villa. Y como subí a saludarlo, me indicó que su corazón (sagrado) le estaba latiendo con demasiadas pulsaciones. Lo entendí, a pesar de mi religiosidad a la baja. Pero es que hace menos de un año me dijo lo mismo. Por lo que pensaba, muy seriamente, bajarse del pedestal e irse dormir al complejo ambiental de El Revolcadero. O arrancar la caña y refugiarse en la playa de La Guancha. ¿Cuánto se han gastado en aquellas infraestructuras?

(finalizamos mañana)

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