El paso del tiempo me ha ido demostrando que sí hay magia
natural en aquella isla. Por eso vuelvo cada vez que puedo. Y camino porque
siempre quedan resquicios por descubrir. Rincones que te atraen y atrapan. Fotos,
ni te cuento. Pasos en la aplicación del móvil, cienes, cienes y más cienes.
Pero esta vez debo referirme a un nuevo atentado. Otro más
en el haber de Casimiro. Ese personaje público al que se le llena la boca
demandando solidaridad con las denominadas islas verdes (a las marrones y
amarillentas, ni agua), pero que de la teoría a la práctica, mierda espichada
en un palo. Y a perdonar la espontaneidad.
Leía hace unas semanas una de sus encíclicas dominicales –o
del negro que se las redacta, vaya usted a saber– en cierto medio impreso. Que
me recuerdan mucho a las de Wladimiro Rodríguez Brito. Porque ambos son calcos
en la manifestación de ejemplares planteamientos en un papel, que olvidan,
reiteradamente, cuando se trata de plasmarlos en la naturaleza cuando se ejerce
un cargo público. Exigía la adhesión de los diferentes territorios nacionales
para solucionar el problema de la inmigración. Olvidando que ahora es socio de
un tal Manuel Domínguez, cuyo partido no está por la labor de semejante
sacrificio. Porque, como aludía Errejón en el último ¿debate? parlamentario,
son negros… y deben tiznar un montón. Nada que se pueda comparar con ucranianos
rubios y de ojos azules.
Desfachatez. Despilfarro. Deslealtad. Descrédito.
Descabellado. Deleznable. Destrozo… Y así hasta que el diccionario agote sus
existencias. O lo mismo la Academia de la Lengua debería publicar un segundo
volumen. Es que corremos el riego evidente de que calificar el dispendio en las
obras que acomete Curbelo para demostrar al mundo sus delirios de grandeza, se
torne tarea harto complicada.
Se quejan los grupos de la oposición en el cabildo gomero de
la escasa ejecución de los presupuestos de la institución. Y menos mal. Porque
es tanto el dinero que los tres votos de ASG consiguen de la teta autonómica,
que es materialmente imposible gastarlos en el ejercicio económico. Se alega
que La Gomera no puede ser menos que cualquier otra isla; las capitalinas,
fundamentalmente. Algo en lo que cualquier canario debe coincidir. Pero botar
alegremente lo que es patrimonio de todos por contentar a quien sujeta la
sartén por el mango (léase los testículos de Fernando y Manolo), no, no y mil
veces no.
En esta última ocasión, desde la tumbona de la terraza del
apartamento me quedaba enfrente la estatua del Cristo del Machal. Que se
ilumina cada noche para dar cobijo a La Villa. Y como subí a saludarlo, me
indicó que su corazón (sagrado) le estaba latiendo con demasiadas pulsaciones.
Lo entendí, a pesar de mi religiosidad a la baja. Pero es que hace menos de un
año me dijo lo mismo. Por lo que pensaba, muy seriamente, bajarse del pedestal
e irse dormir al complejo ambiental de El Revolcadero. O arrancar la caña y refugiarse
en la playa de La Guancha. ¿Cuánto se han gastado en aquellas infraestructuras?
(finalizamos mañana)
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