El miércoles, en Hermigua (los dulces gomeros de Carmita son
adictivos), escuché una conversación entre dos personas mayores (como yo) que
versaba de cómo utilizar el agua del arroyo de El Cedro y no ver la presa de
Mulagua en el estado actual. Por prudencia me retuve. Porque explicarles el
nuevo negocio ‘curbeliano’ con las desaladoras, podría costarme serio disgusto.
Máxime ahora que Solveida, la alcaldesa, también se ha reconvertido y piensa
echar a caminar el centro de talasoterapia, a la par que el pueblo sigue
secándose y es cada vez menos verde. Ay, cómo muere de sed el tambor…
Pero me da que la sensatez no podrá imperar mientras el señorío
no caiga por su propio peso y quede sepultado bajo la losa de las
incongruencias. La faraónica obra de la carretera que desde el cruce de Paredes
baja a Playa de Santiago viene a ser el culmen de los despropósitos, de los
desaguisados, de los desatinos, de los disparates. ¿A dónde van con semejante
dislate? Maquinaria destruyendo territorio, a punta pala. Un ensanche que lo único
que va a conseguir es que los accidentes proliferen, pues se trata de una generosa
invitación a las grandes velocidades. ¿Piensan multiplicar por cincuenta los
quinientos habitantes del casco de Alajeró y hacer una variante estilo
circunvalación de Las Palmas por la que circulen los cien mil coches previstos?
Es de locos. ¿Tendrán programados ya los viajes aéreos directos hasta Alemania
para que los merkelianos aprovechen las
ofertas de la reapertura del Tecina? ¿Será la baza definitiva para desalojar al
PSOE de su último reducto municipal?
Siento pena cada vez que voy. Pero seguiré yendo. Aunque
deba “tragarme el tiempo en carne viva”. Palpo –que no presiento– el miedo a
dialogar sin tapujos. Donde aflore el contraste de opiniones y se debatan pros
y contras. Porque no es normal que se baje la cabeza y se asienta por temor a
las represalias. Donde los tentáculos no lleguen hasta los cuartos de baño.
Donde la discrepancia no constituya la excepción. Donde el mero hecho de mencionar
cierto nombre no provoque el recelo y la desconfianza.
Así no, Casimiro, así no. Te estás cargando un mundo de posibilidades
por mor de apetencias personales y afanes de gloria efímera. Aquí nadie se
queda. Nada –ni siquiera tú– es eterno. Te podrán poner dieciocho mil placas
con textos floridos. Te podrán hacer diez mil homenajes. Podrás comprar y
aborregar hasta límites insospechados. Pero La Gomera –tanto mía como tuya,
según la teoría de tu solidaridad– requiere zafarse del yugo que la atenaza. Es
mucho más que un simple silencio
amordazado. Amo la libertad, reza el cartel de Vallehermoso. Hágase
realidad. Que los jóvenes gomeros, una vez acabadas sus carreras universitarias,
retornen al hogar a realizarse en proyectos ilusionantes y no a recibir la paga
vitalicia del papá dadivoso con los caudales del descrédito y del pago de
favores, el canon de la sumisión.
Hacer política, de verdad, de la buena, es mucho más que
ganar adeptos. Es mucho más que acudir a Puntallana el primer lunes del mes de
octubre a darse golpes en el pecho. Es mucho más que reunir en Las Nieves a cientos
de incondicionales para jartarlos de
vino y carne cochino. Es mucho más que hacer fiestas para los viejos –algunos menos
que yo– a “los ritmos que marca la isla”, según tú, “como seña de identidad de
la idiosincrasia gomera”.
Sí, hay que echar una mano al que se lo merece. Sí, las mal
llamadas islas menores no deben seguir sufriendo los acaparamientos de las
mayores. Sí, igualdad para todos. Sí, Casimiro, sí: solidaridad. Pero no a Dios
rogando y con el mazo dando. No oficiando misa y repicando al mismo tiempo. No
aborregando hasta convertir esos predios en un gregarismo que raya la
indecencia. En suma, te acostumbraste a comprar voluntades y tuviste la
tremenda suerte de poder persistir en tus prácticas caciquiles con tus dos
nuevos siervos parlamentarios. Uno de mi pueblo, fuerte desgracia. Porque una obscena
ley electoral provoca los desajustes que te permiten campar a tus anchas. Lo
malo es que, como nadie te tose, has convertido una isla encantadora en un
sumidero incontrolado. Con el peligro añadido de que sus potencialidades acaben
como la mierda. El dinero lo es, y la prueba evidente de tu “a manos llenas” es
que dejas al resto con “las manos atadas”. Que podría se justificable si las
acciones acabasen en buenos fines. Me da que “no echas una mano”, sino que, en
todo caso, “se te va la mano”.
En fin, ¿me excedí? Ignoras lo que se me queda en el
tintero. Si la salud me acompaña, como seguiré visitándola… hasta la próxima.
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