sábado, 12 de octubre de 2024

Insolidaridad y atentado (y 2)

El miércoles, en Hermigua (los dulces gomeros de Carmita son adictivos), escuché una conversación entre dos personas mayores (como yo) que versaba de cómo utilizar el agua del arroyo de El Cedro y no ver la presa de Mulagua en el estado actual. Por prudencia me retuve. Porque explicarles el nuevo negocio ‘curbeliano’ con las desaladoras, podría costarme serio disgusto. Máxime ahora que Solveida, la alcaldesa, también se ha reconvertido y piensa echar a caminar el centro de talasoterapia, a la par que el pueblo sigue secándose y es cada vez menos verde. Ay, cómo muere de sed el tambor…

Pero me da que la sensatez no podrá imperar mientras el señorío no caiga por su propio peso y quede sepultado bajo la losa de las incongruencias. La faraónica obra de la carretera que desde el cruce de Paredes baja a Playa de Santiago viene a ser el culmen de los despropósitos, de los desaguisados, de los desatinos, de los disparates. ¿A dónde van con semejante dislate? Maquinaria destruyendo territorio, a punta pala. Un ensanche que lo único que va a conseguir es que los accidentes proliferen, pues se trata de una generosa invitación a las grandes velocidades. ¿Piensan multiplicar por cincuenta los quinientos habitantes del casco de Alajeró y hacer una variante estilo circunvalación de Las Palmas por la que circulen los cien mil coches previstos? Es de locos. ¿Tendrán programados ya los viajes aéreos directos hasta Alemania para que los merkelianos aprovechen las ofertas de la reapertura del Tecina? ¿Será la baza definitiva para desalojar al PSOE de su último reducto municipal?

Siento pena cada vez que voy. Pero seguiré yendo. Aunque deba “tragarme el tiempo en carne viva”. Palpo –que no presiento– el miedo a dialogar sin tapujos. Donde aflore el contraste de opiniones y se debatan pros y contras. Porque no es normal que se baje la cabeza y se asienta por temor a las represalias. Donde los tentáculos no lleguen hasta los cuartos de baño. Donde la discrepancia no constituya la excepción. Donde el mero hecho de mencionar cierto nombre no provoque el recelo y la desconfianza.

Así no, Casimiro, así no. Te estás cargando un mundo de posibilidades por mor de apetencias personales y afanes de gloria efímera. Aquí nadie se queda. Nada –ni siquiera tú– es eterno. Te podrán poner dieciocho mil placas con textos floridos. Te podrán hacer diez mil homenajes. Podrás comprar y aborregar hasta límites insospechados. Pero La Gomera –tanto mía como tuya, según la teoría de tu solidaridad– requiere zafarse del yugo que la atenaza. Es mucho más que un simple silencio amordazado. Amo la libertad, reza el cartel de Vallehermoso. Hágase realidad. Que los jóvenes gomeros, una vez acabadas sus carreras universitarias, retornen al hogar a realizarse en proyectos ilusionantes y no a recibir la paga vitalicia del papá dadivoso con los caudales del descrédito y del pago de favores, el canon de la sumisión.

Hacer política, de verdad, de la buena, es mucho más que ganar adeptos. Es mucho más que acudir a Puntallana el primer lunes del mes de octubre a darse golpes en el pecho. Es mucho más que reunir en Las Nieves a cientos de incondicionales para jartarlos de vino y carne cochino. Es mucho más que hacer fiestas para los viejos –algunos menos que yo– a “los ritmos que marca la isla”, según tú, “como seña de identidad de la idiosincrasia gomera”.

Sí, hay que echar una mano al que se lo merece. Sí, las mal llamadas islas menores no deben seguir sufriendo los acaparamientos de las mayores. Sí, igualdad para todos. Sí, Casimiro, sí: solidaridad. Pero no a Dios rogando y con el mazo dando. No oficiando misa y repicando al mismo tiempo. No aborregando hasta convertir esos predios en un gregarismo que raya la indecencia. En suma, te acostumbraste a comprar voluntades y tuviste la tremenda suerte de poder persistir en tus prácticas caciquiles con tus dos nuevos siervos parlamentarios. Uno de mi pueblo, fuerte desgracia. Porque una obscena ley electoral provoca los desajustes que te permiten campar a tus anchas. Lo malo es que, como nadie te tose, has convertido una isla encantadora en un sumidero incontrolado. Con el peligro añadido de que sus potencialidades acaben como la mierda. El dinero lo es, y la prueba evidente de tu “a manos llenas” es que dejas al resto con “las manos atadas”. Que podría se justificable si las acciones acabasen en buenos fines. Me da que “no echas una mano”, sino que, en todo caso, “se te va la mano”.

En fin, ¿me excedí? Ignoras lo que se me queda en el tintero. Si la salud me acompaña, como seguiré visitándola… hasta la próxima.

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