(Si no leíste la primera parte, hazlo antes de seguir. Gracias)
“De mayo del 83 hasta vete tú a saber”. En el folleto
explicativo, aparte del semestre en la Residencia Escolar, la escalada más
asombrosa jamás visionada y que ni Marco Pantani ha conseguido superar.
Me desperté en el mismo instante en que comenzaba a saborear
un estupendo queso, adquirido, cómo no, en el recinto de Alajeró un día en el
que, afortunadamente, no tuve que hacer cola (aquello se pone peor que el
mercadillo dominguero de Teguise en Lanzarote). Cuánta variedad de productos
lácteos en aquella quesería. De lo mejorcito que he visto en mi vida y… ¡se
abre la puerta del garaje de la vecina de enfrente y las ruedas de su coche
chirrían; el mejor despertador que he tenido desde siempre!
Cuando me levanté y comprobé que los primeros rayos del sol
radiante entraban por un resquicio de la puerta del balcón, no dudé en hablar
con mi mujer para acercarnos, lo más pronto posible, y poder comprobar, in
situ, que también los sueños pueden hacerse realidad. Y plenamente convencido
de que en estos supuestos jamás me dice que no…
Y aquí estamos, disfrutando del coche eléctrico que Casimiro
tuvo a bien prestarnos –el mismo que utiliza en Tenerife en esos días que se
acuerda de pasar por Teobaldo Power (Melodie y el tocayo usan otro más modesto,
pues no suelen coincidir sus abigarradas agendas)– para observar la preciosidad
de bancales, con sus renovados muros, que desde la amplísima red de miradores
se vislumbran por los cuatro puntos cardinales. Me informan de que en cuestión
de semanas ya sembraremos el terreno con una buena remesa de papas tempranas y
silbaremos emocionados ante tan singular preciosidad. En cuanto llueva –como
antes lo hacía– y vuelva la presa de Los Chejelipes a lucir con todo esplendor, a esta Gomera no la va a conocer ni la madre que la parió. Eres un crack, Papi,
profundo admirador de Alfonso Guerra.
Por Tenerife seguimos entretenidos con la pasarela del Padre
Anchieta. Mientras, los baches de la carretera, en el tramo de Buen Paso a El
Tanque, me tienen al Terracan de un contento subido cada vez que voy a Las
Abiertas. Cuando lo hago, siempre suelo ir cantando aquello de “Solo pienso en
ti”.
En agosto de 1962 fui –me llevaron– al viejo campamento de El Cedro, en la zona de Las Mimbreras. Recuerdo un día de fiesta en la ermita y la desilusión de no haber podido subir a lo alto de Garajonay porque a la caseta de los realejeros le correspondió hacer guardia. Y las frías aguas de la piscina improvisada. Pero aquel primer contacto me marcó. Sesenta y dos años después sigo yendo cada vez que las circunstancias me lo permiten. ¿Y no te cansas? Pues no. Siempre queda algún rincón por inmortalizar. Me queda la magua de no verla despojada del barniz del subsidio. Donde el pueblo gomero demuestre de lo que es capaz sin el patronazgo y vigilancia del cacique. ¿Ayudas? Sí, a quien las necesite. Sin venias ni reverencias. En suma, que no sea silencio amordazado.
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