viernes, 25 de octubre de 2024

Ayuso

¿Serás tan inconsciente, Isabelita, como para no darte cuenta de todo lo que has venido soltando por esa boquita desde que Pedro Sánchez se trasladó a La Moncloa? El día en que alguno reúna en un dosier el conjunto de exquisiteces que le has dedicado en estos últimos años, lo mismo te sorprenderías. Debe existir ya material suficiente para una tesis doctoral. Y de grabarlo en un disco duro, serían necesarias unas dieciocho mandarrias (mazos de hierro con mango largo, para romper piedras y otros usos similares), porque los clásicos martillos Bellota de los ordenadores de Bárcenas no serían, ni por asomo, suficientes para la destrucción. Ejercicio que bien conocen los tuyos.

Sé que vas por libre. Si Feijóo te había señalado –no ha tanto, en septiembre– que sería un error no acudir a la convocatoria del presidente del Gobierno, tú sostienes que él te ha difamado. Y lo que es aún peor, ha llamado delincuente confeso a un ciudadano particular. Eso que por ahí denominan respeto institucional, a ti se te importa un bledo. Vamos, que te lo pasas por el ático. O por el frutero.

Y desde la Asamblea madrileña has venido ejercitando una labor de buenos portes y nobles modales, que ya bien quisieran practicar en otros lugares. Eres todo un ejemplo a seguir. No me atrevo a escribir que con esa carita de no romper un plato constituyes el espejo donde debemos dirigir nuestras miradas, por si piensas que lo manifiesto con ironía. Nada más lejos de la realidad.

Ese ciudadano particular al que antes aludí, y según leo, exige al señor Sánchez –ese ser malvado al que hay que echar utilizando cualquier medio al alcance popular– una compensación económica de 150.000 euros. Puede que sea una ayuda para pagar lo que debe a la hacienda pública si le suma los otros tantos que exige al ministro Bolaños. Pues me da que va a tener que incrementar la nómina de los denunciados para que, granito a granito, el montante no se le quede corto.

Una aclaración necesaria, ineludible, justa. Vamos el diccionario. Delincuente: que delinque. Delinquir: cometer delito. Confeso (dicho de una persona): que ha confesado su delito o culpa. Difamar: desacreditar a alguien.

Fue el precitado ciudadano particular quien reconoció ante la fiscalía que había defraudado a Hacienda (más de una vez) y que, por consiguiente, debía pagar la cantidad no declarada, amén de los efectos colaterales que el proceso judicial iniciado conllevara. ¿Asumió, pues, la comisión de un delito? O de varios, vaya usted a saber. ¿Confesó que ello fue así? Pues, ya está: delincuente confeso. ¿Es un insulto, agravio, ofensa, ultraje, injuria, etc., etc. decir la verdad? ¿Lo llamó Pedro Sánchez –o Bolaños– cachanchán, botija verde o lancha rápida? Hasta donde yo sé, no. Por lo tanto, ¿dónde está el pecado cometido?

Sí, las verdades duelen. Alguien escribió que son como puñales que perforan la armadura emocional. Tal vez por ello surgen las mentiras piadosas. O lo bulos interesados. O los rumores, que no noticias. Que se aderezan y complementan desde medios afines por mor del unto institucional basado en las inyecciones económicas para publicidad y propaganda en digitales panfletarios. E incendiarios. O, incluso, en la prensa tradicional, con líneas editoriales tan bien definidas que ven pajas en ojos ajenos y no vigas en los propios. Que escrutan los discursos de Sánchez vocablo a vocablo y no tienen, al parecer, acceso a las actas de sesiones en parlamentos autonómicos. O que confunden el mural de Tellado, el de las víctimas del terrorismo etarra, con una viñeta humorística. Cuánto cinismo.

Y perdona si al principio te llamé Isabelita en un exceso de confianza. Cosas de persona mayor. No te iba a mentar como Isabel Natividad. Te juro que si me llevas al juzgado, me pondré de rodillas para pedirte perdón. Aunque no me saquen en el telediario. Pondré tu misma cara –así como de ingenuo; exacto, ahora que caigo, como la de tu subordinado Domínguez cuando habla de los inmigrantes– y ya verás como convenzo al magistrado. Es que me salió la vena docente y me acordé de cuando los menudos se peleaban en el recreo y se reprochaban con el clásico “ya no me junto contigo”.

No persistas en jugar con fuego. Te vas a quemar. O, como mal menor, puedes mear la cama. Esas huidas a base de pasos en falso solo contribuyen a enfangar. Rentable políticamente a corto plazo. Ejemplos a escala mundial, unos buenos cuantos. Pero a la larga, inexorable ley de vida, la gente despierta. Y no estará el dinosaurio. Sino un horno de fuego, y allí será el llanto y el crujir de dientes. Para ustedes que son tan religiosos, qué menos que este pasaje bíblico. A mandar.

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