Sé que vas por libre. Si Feijóo te había señalado –no ha
tanto, en septiembre– que sería un error no acudir a la convocatoria del
presidente del Gobierno, tú sostienes que él te ha difamado. Y lo que es aún
peor, ha llamado delincuente confeso a un ciudadano particular. Eso que por ahí
denominan respeto institucional, a ti se te importa un bledo. Vamos, que te lo
pasas por el ático. O por el frutero.
Y desde la Asamblea madrileña has venido ejercitando una
labor de buenos portes y nobles modales, que ya bien quisieran practicar en
otros lugares. Eres todo un ejemplo a seguir. No me atrevo a escribir que con
esa carita de no romper un plato constituyes el espejo donde debemos dirigir
nuestras miradas, por si piensas que lo manifiesto con ironía. Nada más lejos de
la realidad.
Ese ciudadano particular al que antes aludí, y según leo,
exige al señor Sánchez –ese ser malvado al que hay que echar utilizando
cualquier medio al alcance popular– una compensación económica de 150.000 euros.
Puede que sea una ayuda para pagar lo que debe a la hacienda pública si le suma
los otros tantos que exige al ministro Bolaños. Pues me da que va a tener que
incrementar la nómina de los denunciados para que, granito a granito, el
montante no se le quede corto.
Una aclaración necesaria, ineludible, justa. Vamos el
diccionario. Delincuente: que delinque. Delinquir: cometer delito. Confeso (dicho
de una persona): que ha confesado su delito o culpa. Difamar: desacreditar a
alguien.
Fue el precitado ciudadano particular quien reconoció ante la fiscalía que había defraudado a Hacienda (más de una vez) y que, por consiguiente, debía pagar la cantidad no declarada, amén de los efectos colaterales que el proceso judicial iniciado conllevara. ¿Asumió, pues, la comisión de un delito? O de varios, vaya usted a saber. ¿Confesó que ello fue así? Pues, ya está: delincuente confeso. ¿Es un insulto, agravio, ofensa, ultraje, injuria, etc., etc. decir la verdad? ¿Lo llamó Pedro Sánchez –o Bolaños– cachanchán, botija verde o lancha rápida? Hasta donde yo sé, no. Por lo tanto, ¿dónde está el pecado cometido?
Sí, las verdades duelen. Alguien escribió que son como
puñales que perforan la armadura emocional. Tal vez por ello surgen las
mentiras piadosas. O lo bulos interesados. O los rumores, que no noticias. Que
se aderezan y complementan desde medios afines por mor del unto institucional
basado en las inyecciones económicas para publicidad y propaganda en digitales
panfletarios. E incendiarios. O, incluso, en la prensa tradicional, con líneas
editoriales tan bien definidas que ven pajas en ojos ajenos y no vigas en los propios.
Que escrutan los discursos de Sánchez vocablo a vocablo y no tienen, al
parecer, acceso a las actas de sesiones en parlamentos autonómicos. O que confunden
el mural de Tellado, el de las víctimas del terrorismo etarra, con una viñeta
humorística. Cuánto cinismo.
Y perdona si al principio te llamé Isabelita en un exceso de
confianza. Cosas de persona mayor. No te iba a mentar como Isabel Natividad. Te juro que si me llevas al juzgado, me pondré
de rodillas para pedirte perdón. Aunque no me saquen en el telediario. Pondré
tu misma cara –así como de ingenuo; exacto, ahora que caigo, como la de tu subordinado
Domínguez cuando habla de los inmigrantes– y ya verás como convenzo al
magistrado. Es que me salió la vena docente y me acordé de cuando los menudos
se peleaban en el recreo y se reprochaban con el clásico “ya no me junto
contigo”.
No persistas en jugar con fuego. Te vas a quemar. O, como
mal menor, puedes mear la cama. Esas huidas a base de pasos en falso solo
contribuyen a enfangar. Rentable políticamente a corto plazo. Ejemplos a escala
mundial, unos buenos cuantos. Pero a la larga, inexorable ley de vida, la gente
despierta. Y no estará el dinosaurio. Sino un horno de fuego, y allí será el
llanto y el crujir de dientes. Para ustedes que son tan religiosos, qué menos
que este pasaje bíblico. A mandar.
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