miércoles, 23 de octubre de 2024

¿Igual para todos?

Antes de entrar en el asunto por el que adjunto la ilustración pertinente, vayan dos apuntes breves a modo de preámbulo:

Estoy completamente de acuerdo con doña Rosa Dávila, presidenta del Cabildo de Tenerife, en su comentario de ser partidaria de construir túneles para la ampliación de la TF-5 desde Los Realejos a La Guancha (linde con Icod de los Vinos en el barranco de las Ánimas), donde se inicia el tramo hasta El Tanque. Cuyo asfalto, por cierto, da pena. Habrá que invitar a Casimiro para que desde Los Cristianos no coja siempre para Santa Cruz. Pero me surge una duda razonable: ¿Llegaré a su inauguración?

“Mueren dos deportistas durante el Mundial de triatlón en Torremolinos”. Ya lo escribí tiempo atrás. Los excesos pueden ser tan –o más– peligrosos como los defectos. Y esa carrera, sin límite aparente, en las competiciones deportivas está poniendo en jaque la resistencia humana. Si las salvajadas en los kilometrajes no se acompasan con la preparación física adecuada y el debido autocontrol para fijar el aguante del cuerpo humano, mal asunto.

Que el patio (político, con sus efectos colaterales) anda revuelto –qué raro– no constituye una novedad. La persecución al adversario, que no enemigo, alcanza cotas inimaginables. Y si los mecanismos de la administración pública no son suficientes, al juzgado, previa fase del insulto a mansalva. Haya o no fundamento y base para ello. Porque los jueces también quieren jugar en este partido y participar en una carrera alocada. Maratón que ni siquiera tiene fijada una meta de antemano. Porque todo es imprevisible. Y no es que Jesús se haya investido de ciencia infusa. Basta con escuchar lo que opinan “prestigiosos juristas”, en uno y otro sentido, y acabas por tildar de locura pertinaz esta especie de tormenta –también mediática– que nos envuelve.

“Es una canallada lo que se hizo en las residencias de Madrid no trasladando a los ancianos a los hospitales. Debería investigarse, pero la Justicia no está haciendo su trabajo. La Justicia no es igual para todos”.

Si lo hubiese manifestado yo, otra parida más de mente calenturienta. Pero si se trata del juez José Castro, quien instruyera, entre otros, el denominado Caso Nóos (¿se acuerdan de Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina de Borbón, la que nunca supo nada de los pelotazos –de balonmano– de su marido?), el que reconoce abiertamente que la justicia (en minúscula) está podrida en grado superlativo, algo, o mucho, falla en el sistema.

Eso de que los jueces se autocalifiquen de conservadores y/o progresistas chirría un poco. O un mucho. Porque cada cual es muy libre de tener tales o cuales predilecciones. También políticas, por supuesto. Faltaría más. Pero si en el ejercicio de su labor afloran propensiones y desvíos por mor de vete a saber tú qué tipo de componendas, haremos saltar por los aires independencias y otros sagrados conceptos en el ejercicio de sus competencias. La ejemplaridad brilla por su ausencia.

Sentencias que rayan los despropósitos, admisiones a trámite que se sustentan en bulos y falsedades, causas que se eternizan en sumarios incoados mediante trayectorias erráticas, filtraciones interesadas, connivencia con medios afines, permisividad o inquina a la carta…

Flaco favor el que algunos poderes del Estado llevan a cabo en el ejercicio constitucional de sus funciones. Lo que conduce al incremento progresivo del descrédito. Y si a los políticos todo eso les resbala y se les importa un pimiento, tendremos los ciudadanos el recurso a nuestro alcance de castigar las osadías cada cuatro años. Que lo hagamos bien o mal, a la consideración de cada cual.

Mas si se trata del poder judicial, encargado de velar por el cumplimiento de la ley, el que daña con sus acciones los cimientos del estado de derecho, está mandando los principios de imparcialidad, proporcionalidad y debido proceso al contenedor de la basura más cercano. Y como no está sujeto a la consideración del voto ciudadano, cuando no cumplen con su trabajo, según lo declarado por Castro, ¿qué nos queda? ¿Nos tomamos la justicia por nuestra mano, estilo Netanyahu? ¿Recurrimos al insulto permanente, estilo Asamblea de Madrid?

Cordura, señores togados. Que insensatos ya tenemos bastantes.

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