Aquellos que nos dedicamos a garabatear cuatro letras para
estar entretenidos, sufrimos lo indecible cada vez que nos enfrentamos a
situaciones iterativas. Como la presente de fin de año. En la que, eso parece,
debes estar obligado a los buenos augurios, a los propósitos de que el
siguiente (2025) borre las malas rachas del anterior y nos colme de felicidad.
La salud no la menciono porque el sorteo de la lotería del pasado 22 ya se
encargó de suministrarla a raudales.
Y no es fácil, no. Porque siguen bien presentes acciones,
hechos, situaciones y demás que se erigieron en cargas de profundidad para el
estado anímico de las personas. Menos mal que este inicio del invierno se ha
portado como antaño lo hacía. O puede que las carencias habidas cuando uno era
joven le haga ver las cosas de otra manera. Mas no creo caer en el error si
manifiesto que los tiempos están cambiando. O puede que sean manías de viejo.
Pero qué buenas agüitas para calmar la sed de campos marchitos. Hasta nuestro
principal símbolo –El Teide– se sumó a la fiesta vistiéndose con sus mejores
galas.
Pero no puedo, ni debo, olvidar el encono político que
venimos sufriendo desde ya ha demasiado. Uno que también se dedicó durante un
tiempo al noble ejercicio de cargo público, que siempre entendió como gestión
de los recursos en pro del bienestar social, contempla atónito que priman las
luchas partidarias, la obcecación por cumplir los dictados de los respectivos
manuales de instrucción y el afán de lucir palmito en los mal llamados debates
parlamentarios. Se ha perdido el respeto, tanto el personal como el
institucional. Se insulta a mansalva con el agravante de que serán tomados tales
exabruptos como gracietas por los acólitos de turno. Los que cobran, qué
vergüenza, por ser palmeros (primera acepción) y marionetas. Y no vislumbro,
vaya desgracia, la manera de que se pueda poner coto a los desmanes, que prime
la razón y no prontos y calenturas. No quisiera caer en el escepticismo, pero
el horizonte se antoja turbio.
No, no me gusta el caminar de la perrita. Corren malos
tiempos. Se tilda de corrupto y dictador a quien no piensa como yo, y la salva
de aplausos se escucha hasta en los cayucos de la muerte. Jugamos con las
personas, incluidos los menores, como si de los cromos de tiempos idos se
tratase. Se implanta una tasa turística, amparados en una exposición de motivos
que causa risa y, a renglón seguido, se incrementan el sueldo porque no llegan
a fin de mes. Crucificamos el supuesto borrado de mensajes de un (puto) móvil y
glorificamos a quienes a martillazos destruyen ordenadores. Proliferan las
cirugías de cataratas y desprendimientos de retina para visionar nítidamente pajas en ojos ajenos
sin que nos pesen vigas en propios. Es su religiosidad. A conveniencia.
Entregamos reconocimientos y distinciones a honorables
ciudadanos, pero los protagonistas son otros. A los despliegues fotográficos me
remito. Nos utilizan, nos mangonean, nos engatusan. Las redes clientelares
tienden al infinito. Y en un mundo de avances, la plebe sigue adocenada. Avanza
el mediocre, escala el jeta, la desfachatez se expande.
Jesús es pensionista. Lo seguirá siendo mientras el cuerpo
aguante. Ni debe ni se debe. Continuará, dentro de dos días (2025), denunciando
cuanto entienda razonable. Se equivocará cada jornada, síntoma inequívoco de
que su jubilación no le ha mermado actividad. Se rebelará contra los postureos
y salidas del bien quedar de aquellos que cobran de mis impuestos; los que
sostienen trabajar más de 24 horas al día sin que el sudor les moleste lo más
mínimo; los que no yerran jamás por su habitual inacción; los que dicen representarme
¿cuándo?
Esta noche a las doce, como casi todos estos últimos años,
estaré durmiendo como un tronco. Habré tenido ya dulces sueños en los que me
comía doce uvas en un par de ocasiones. Y si por un casual me despiertan los
fuegos de artificio tan característicos de mi pueblo, alzaré mi copa virtual
para brindar por la salud democrática de este país.
Sean felices.
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