martes, 31 de diciembre de 2024

Se acaba 2024

Con sus pros y sus contras, alegrías y tristezas, avances y contratiempos. Pero proseguimos, que es lo trascendente. Aunque un consejo a modo de preámbulo: sean comedidos este noche en lo del comercio y el bebercio, porque no suelen ser las jartadas buenas compañeras; máxime si tienes pensado volver a casa al mando del volante de tu coche. No olvides nunca aquella campaña de la DGT (1985) en la que Stevie Wonder nos recordaba lo de si bebes no conduzcas.

Aquellos que nos dedicamos a garabatear cuatro letras para estar entretenidos, sufrimos lo indecible cada vez que nos enfrentamos a situaciones iterativas. Como la presente de fin de año. En la que, eso parece, debes estar obligado a los buenos augurios, a los propósitos de que el siguiente (2025) borre las malas rachas del anterior y nos colme de felicidad. La salud no la menciono porque el sorteo de la lotería del pasado 22 ya se encargó de suministrarla a raudales.

Y no es fácil, no. Porque siguen bien presentes acciones, hechos, situaciones y demás que se erigieron en cargas de profundidad para el estado anímico de las personas. Menos mal que este inicio del invierno se ha portado como antaño lo hacía. O puede que las carencias habidas cuando uno era joven le haga ver las cosas de otra manera. Mas no creo caer en el error si manifiesto que los tiempos están cambiando. O puede que sean manías de viejo. Pero qué buenas agüitas para calmar la sed de campos marchitos. Hasta nuestro principal símbolo –El Teide– se sumó a la fiesta vistiéndose con sus mejores galas.

Pero no puedo, ni debo, olvidar el encono político que venimos sufriendo desde ya ha demasiado. Uno que también se dedicó durante un tiempo al noble ejercicio de cargo público, que siempre entendió como gestión de los recursos en pro del bienestar social, contempla atónito que priman las luchas partidarias, la obcecación por cumplir los dictados de los respectivos manuales de instrucción y el afán de lucir palmito en los mal llamados debates parlamentarios. Se ha perdido el respeto, tanto el personal como el institucional. Se insulta a mansalva con el agravante de que serán tomados tales exabruptos como gracietas por los acólitos de turno. Los que cobran, qué vergüenza, por ser palmeros (primera acepción) y marionetas. Y no vislumbro, vaya desgracia, la manera de que se pueda poner coto a los desmanes, que prime la razón y no prontos y calenturas. No quisiera caer en el escepticismo, pero el horizonte se antoja turbio.

No, no me gusta el caminar de la perrita. Corren malos tiempos. Se tilda de corrupto y dictador a quien no piensa como yo, y la salva de aplausos se escucha hasta en los cayucos de la muerte. Jugamos con las personas, incluidos los menores, como si de los cromos de tiempos idos se tratase. Se implanta una tasa turística, amparados en una exposición de motivos que causa risa y, a renglón seguido, se incrementan el sueldo porque no llegan a fin de mes. Crucificamos el supuesto borrado de mensajes de un (puto) móvil y glorificamos a quienes a martillazos destruyen ordenadores. Proliferan las cirugías de cataratas y desprendimientos de retina  para visionar nítidamente pajas en ojos ajenos sin que nos pesen vigas en propios. Es su religiosidad. A conveniencia.

Entregamos reconocimientos y distinciones a honorables ciudadanos, pero los protagonistas son otros. A los despliegues fotográficos me remito. Nos utilizan, nos mangonean, nos engatusan. Las redes clientelares tienden al infinito. Y en un mundo de avances, la plebe sigue adocenada. Avanza el mediocre, escala el jeta, la desfachatez se expande.

Jesús es pensionista. Lo seguirá siendo mientras el cuerpo aguante. Ni debe ni se debe. Continuará, dentro de dos días (2025), denunciando cuanto entienda razonable. Se equivocará cada jornada, síntoma inequívoco de que su jubilación no le ha mermado actividad. Se rebelará contra los postureos y salidas del bien quedar de aquellos que cobran de mis impuestos; los que sostienen trabajar más de 24 horas al día sin que el sudor les moleste lo más mínimo; los que no yerran jamás por su habitual inacción; los que dicen representarme ¿cuándo?

Esta noche a las doce, como casi todos estos últimos años, estaré durmiendo como un tronco. Habré tenido ya dulces sueños en los que me comía doce uvas en un par de ocasiones. Y si por un casual me despiertan los fuegos de artificio tan característicos de mi pueblo, alzaré mi copa virtual para brindar por la salud democrática de este país.

Sean felices.

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