Si alguno dudaba aún de quién tiene la manija que acciona
los pestillos de puertas y ventanas de todas y cada una de las consejerías que
conforman el gobierno autonómico, que se quite la venda de una vez. Sin la
licencia expresa de Curbelo (al cuadrado), en Canarias no silba ni Dios. Hasta
yo voy a dejar de hacerlo, porque, como manifestaba cierto teniente coronel que
nos traía a mal vivir en Hoya fría, esa es acción de gente ruin, soez y
plebeya. Así mismito se lo espetó a un alférez que recorría un pasillo de la
residencia de oficiales bien contento y feliz unos días antes de finalizar el
periodo de prácticas. Y aunque este silbido, con el que el amigo entonaba una
canción, no guarde relación alguna con el objeto del presente artículo, sí que
coinciden las formas –manu militari–
de ambos casos. Porque el gomero no admite réplicas. Es más no hay quien le
tosa. Y menos que le silbe. Cuidadito con eso.
Anécdotas aparte, harto complicado va a ser el recorrido de
los herreños. Los antecedentes históricos y los fundamentos argumentados desde
la Isla del Meridiano son, sistemáticamente, escachados por el monopolio
curbeliano. El caciquil proceder alcanza cotas tan elevadas que quienes se
dicen entendidos en la materia caen bajo las redes del todopoderoso y se
dedican a poner palos en las ruedas para negar la existencia o la legitimidad
de cualquier otro silbo en el resto de islas.
De tal suerte –o desgracia, vaya usted a saber– se cierran
puertas a quienes intentan demostrar otras visiones. Solo aquellos que cuentan
con la ventaja del unto institucional (gomero) parecen ser los que gozan las
prerrogativas investigadoras. Y aquellos que enfocan la temática desde otras
ópticas son condenados al fuego del Averno.
Tanto es así que Maximiano Trapero, Premio Canarias de
Patrimonio Histórico en 2017, vio truncada su participación como ponente en
unas jornadas de estudio de la décima cubana, organizadas por la Agrupación
Folclórica Hautacuperche, y que debieron suspender porque Casimiro les retiró
la subvención concedida inicialmente. Y es que el profesor emérito de la
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria había cometido el pecado mortal de
sumarse a los estudios que defienden la existencia en otras islas de lenguajes
silbados. Poco importó el que se intentara explicar al señor Curbelo que en el
pretendido encuentro solo se iba a tratar la vinculación de Canarias con las
otrora Perla del Caribe a través de la décima.
Uno, humildemente y desde la más supina ignorancia, entiende
que estas luchas no conducen a nada. Porque esta solicitud herreña no va en
detrimento de nada ni de nadie. Ni mucho menos pretende acabar o sepultar con
las distinciones más que merecidas del silbo gomero. Como si la posibilidad de
declarar Parque Nacional a la Reserva Natural Especial de Güigüi (Gran Canaria)
viniese a constituir un notable detrimento para los otros cuatro espacios
canarios de idéntica categoría.
Cuando la riqueza del lenguaje es tal que por el habla
conocemos la procedencia de nuestro interlocutor –aun siendo ambos canarios– no
acabo de entender estas meadas por fuera de la bacinilla. Máxime cuando no son
fruto de conclusiones obtenidas tras estudios concienzudos, sino provocadas,
única y exclusivamente, por el afán de protagonismo y desmedidas e ilegítimas
codicias de quien se siente rey del mambo por mor de los “tres disputados
votos”.
Y más triste aún el que los que se autoproclaman de
obediencia canaria caigan en tales incongruencias. Pero después de que esos dos
gilipollas –en canario, pollabobas– de la foto se prestaran a la machangada de
rigor, de culo y sin frenos. Y antes de enfadarse y amenazar con llevarme a los
tribunales, vayan al Diccionario básico de canarismos (DBC) y al Diccionario de
la Lengua Española (DLE). Que a mis 76 vengo de vuelta.
En dos días, y a poder que yo pueda, seguiremos al pie del cañón.
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