Encuestas,
estudios, sondeos… Proliferan tanto que ya es necesario conocer la línea
editorial del medio que publica los datos. Porque no parece entrar dentro de
los cálculos de la normalidad el que hasta tres formaciones diferentes vayan a
ganar las próximas elecciones, habiéndose realizado el trabajo de campo a la
par y siendo idéntico el perfil de los entrevistados. A lo peor viene a
resultar que las respuestas varían en función de la situación anímica o
familiar del que da su parecer, en vez de una convicción política y social
ajena a condicionantes de hambre, sueño o cansancio. Y puede que llamen a los
mismos, quienes se entretienen en saltar a la pata coja. Entre estas
evaluaciones, las presencias en los medios de comunicación (de todo tipo,
estilo y condición) y las veleidades de los que se dicen nuevos pero que por
sus procederes ya se equiparan a los de toda la vida, o más rancios aún, nada
me extrañaría que debamos arbitrar un nuevo sistema electoral.
Los
organismos públicos también se han sumado a la fiesta. El cabildo tinerfeño,
para no irnos muy lejos, ha llegado a la conclusión de que los habitantes del
Norte somos tremendamente felices. Mucho más que los capitalinos o sureños. Se
lo han preguntado a unas muestras de Arona, Santa Cruz y La Guancha. Dicen que
buscando el contraste entre lo urbano y lo rural. Como no tuve acceso a la
ficha técnica –me imagino que en las cocinas de CC se lo habrán guisado bien–
sigo dándole vueltas a la cabeza y no termino de entender cuál fue la regla de
tres aplicada para extrapolar los datos y colegir que todos los que habitamos
entre La Laguna
y Buenavista estamos igual de contentos que los guancheros. Me imagino que
Carlos Alonso quiso contentar a Yeyo, y de paso (ya lo volvió a soltar en el
Taoro este paso fin de semana) poner unas notas de felicidad en la alicaída
población portuense que ya quiere ver al menos un cajón para el futuro complejo
marítimo.
Son,
entiendo, las modernas maneras de lanzar una intrépida reportera (de esas que
cuando llueve o hay algo de ventolera hacen el ridículo más espantoso) a la
calle, plantear la cuestión de rigor a las cuatro primeras parientas que pasan
delante de sus narices y luego, a la hora de editar, seleccionan las dos que
fueron capaces de hilvanar tres palabras seguidas: sí, pero no.
Cuando leí la
noticia, pensé si habían consultado a mi nieta (por lo de la despreocupación y
alegría). Y luego me consolé al percatarme de que al día siguiente, cuando me
cayera con el coche en alguno de los muchos socabrones
que te acechan por las carreteras, brincaría no del sobresalto y del lamento
por un amortiguador averiado, sino por el contento subido que se me presupone
con la encuesta de marras.
Me tacharán
ustedes de reiterativo si plasmo aquí que los organismos públicos se inventaron
para la correcta gestión de los dineros, de que la lata del gofio sea repartida
con equidad. Que nos alegremos por tener unos colegios dignos, una sanidad sin
listas de espera, una atención exquisita a nuestros mayores y discapacitados,
unas vías públicas en condiciones, parques, zonas verdes, jardines… Y que no me
vengan con monsergas de que soy feliz porque veinte o treinta guancheros lo
son. O lo eran cuando los trincaron después de echarse el cortadito de media
mañana.
Estoy
pensando que de aquí a mayo lo mismo me dedico a escribir boberías. Porque
cuando lo hago de cosas serias (la política lo es), me llevo cada chasco. Soy
hijo de un peón de la agricultura. No escribo agricultor porque del vocablo se
han adueñado los propietarios de los terrenos, y mi padre no lo fue. Casi
autodidacta supo ir progresando. Tanto que, junto a sus dos hermanos, se
atrevió a dar clases a los otros vecinos a los que no se les brindó la ocasión
de pisar una escuela. Allí, en la
Casona de La Gorvorana, nos criamos los hermanos. Junto a
varias familias más que ocupábamos las amplias dependencias del vetusto
edificio. Salimos todos pa´lante. Y nos labramos un porvenir, que se decía. A
pesar de las penurias, fuimos unos privilegiados porque jamás faltó la comida.
Estudiamos y aquí seguimos. Los padres se marcharon (una hermana también) antes
de lo que era previsible pero en esos derroteros no pudimos ejercer influencia
alguna. Lo que se relata en Pepillo y Juanillo (libro) no son inventos de mente
calenturienta. Son vivencias, más o menos disimuladas con barnices literarios,
pero experiencias de infancia y juventud. Pero ahora soy casta porque unos
niñatos de papá (nosotros solo llegamos a pá y má), que pretenden auparse para
guiarnos por la senda del bien, estiman adecuado calificarnos de tal guisa.
Todos con carreras universitarias y amplísimas dotes de intelectuales. Son los
que nos van a sacar del atolladero. Para que seamos felices. Y no divaguemos
con ideologías ni otras menudencias. Ellos, los niños bien. Los que lo han
tenido todo porque muchos de aquellos que no tuvimos ni baño ni plato ducha (ni
Roca, ni Fiora, ni Silex) y teníamos que ir a cagar a la platanera (por cierto,
qué gozada) decidimos un lejano día entrar en eso de la cosa pública para echar
una mano (sí, y no fue poco) y poner cimientos. Por ello, soy casta. Los que
deben buscar el botón de arranque en una guataca son los que me van a devolver
la felicidad. Cuánta falta de ignorancia.
Y tú,
elector, despierta de una vez y deja de creer en pajaritos preñados, en el sexo
de los ángeles (por lo de la semana santa sevillana y las iglesias… cada vez
más inconsistente, más vacuo, más veleta y anemómetro). Deja de pellizcar
cristales y correr detrás de los aviones. Date uno bien retorcido donde te
duela, pega un grito y di basta. Porque el afán de protagonismo de los
arribistas…
Soy feliz.
Tengo la conciencia tranquila. Van a cumplirse treinta años. Esa será otra
historia. Me encantaría que cualquier ayuntamiento nombrara, como cargo de
confianza, a uno de estos iluminados para que se le encomendara elaborar la
secuencia histórica de los movimientos asociativos en los pueblos. Tendría
trabajo para una buena temporada. Puede que se llevara más de una sorpresa al
comprobar cómo la gente ponía tiempo y dinero por intentar mejorar las
condiciones de vida de los demás. Lo mismo deben tragarse un buen protector de
estómago para poder hacer esta complicada digestión.
Transito por
mi sexto curso jubilado. Ni aun en estado tan placentero soy casta,
aprovechados, oportunistas, ventajistas, demagogos… A estas alturas de la vida,
etapa en la que sigo aprendiendo a raudales, lecciones: las justas. De ustedes:
ninguna.
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