Leo que ha
sido la permisividad del Senado lo que ha imposibilitado que se investigue los
viajes de Monago. Y yo sostengo, rotundamente, que no. Porque si las propias
cámaras (la inútil y la más inútil) establecen en sus respectivos reglamentos
que la caja está abierta para cualquier tipo de garbeos sin necesidad de
justificación alguna, de tontos sería que ahora dieran marcha atrás y se
dedicaran a exigir lo que no está escrito.
Para que
situaciones como la del presidente extremeño (y vete a saber cuántas más que se
conocerán, o no) hay que darle un buen centrifugado a la Constitución.
Operación en la que el primer paso debe ser, ineluctablemente, la supresión
inmediata del Senado, que ni es órgano de representación territorial ni nada
por el estilo. Única y exclusivamente un echadero de elefantes, casi todos
viejos y con retorcidos colmillos (salvo las excepciones de los jóvenes, pero
elefantes asimismo), en el que se vegeta durante todo el mes, se cobra fuerte
pastón al final y se juega miserablemente con gastos superfluos, de dudosa
explicación y que constituyen una tentación para el ser humano, goloso por
naturaleza. Así, cuando todos seamos iguales, a excepción de honrosas
excepciones que el propio cargo demanda, cuando se acaben aforamientos y
privilegios, estaremos en condiciones de iniciar la nueva andadura. Mientras,
nada que rascar.
En varios
digitales de La Gomera
se reproduce la queja de un vecino de aquella isla que lleva esperando varios
meses a que la Oficina
de Atención al Espectador de la Televisión
Canaria le responda algo ante una carta que remitió al Ente.
Que espere sentado, porque de pie se va a cansar. Sé que no es esta la mejor
manera de comentar un asunto de tanta trascendencia, pero el juguete de
Paulino, que dirige un pelele (gracioso, para más señas, formado en la universidad
de la vida), no puede perder un segundo en cuestiones tan nimias.
Aquellos que
siguen los artículos de Pepillo y Juanillo saben de mi batalla al respecto. Que
solo pretende que un medio de comunicación sostenido con fondos públicos sea
digno de un pueblo que demanda mucho más que amigos de Benavente, montadas y
chollos, amén de payasos domingueros. Y no salvo el resto, meras copias de
otras programaciones peninsulares, cuando no refritos de años idos. Pero como
no se puede pedir más de sí a quien da más de no, estimado amigo gomero, habrá
que buscar una vía alternativa. Pero no aguardes a que la mentada Oficina de
(des)Atención te dirija la misiva de respuesta.
Por este
pueblo algo sabemos de estas alegrías en la utilización de la arcas públicas. Y
con motivo de un amplísimo informe que publica la formación Sí se puede en el
que cuenta los avatares de lo que no debe ser un cuarto (lo siento, no llega a
un medio) de comunicación de estos lares norteños, me vinieron a la memoria las
reiteradas concomitancias con otro (sin más). Pero más se me revuelven las
tripas cuando observo las fotos en las que grupos de personas muestran su
rechazo al vil atentado acaecido en Francia. Lo hacen (algunas) en defensa de
la libertad de expresión. Cuánto cinismo.
No es
necesario estar continuamente invocando el derecho que el artículo 20 de la Constitución recoge.
Porque quien más lo esgrime es aquel que cada vez que abre la boca, su lengua
entra en flagrante colisión con los no menos reconocidos derechos al honor, a
la intimidad y a la propia imagen. Sentencias del Tribunal Constitucional han tenido que
armonizar los conflictos surgidos cuando bocazas sin código deontológico alguno
(¿sabrán lo que es?) escupen soflamas pasándose límites de veracidad, por
ejemplo, por la grúa del muelle portuense. Puede (lo más seguro) que estos
choques ocurren con aquellos que se han convertido en periodistas (vaya
profesión con más intrusismo) por mor de un cursillo acelerado de vituperios y
consignas más fundamentalistas que la de los yihadistas. Los unos y los otros,
bajo las mismas consignas del radicalismo más abyecto, dictadas al amparo de un
catecismo ultramontano y unos dioses ciegos e idiotas. Para estos casos no se
le ha caído la venda a la justicia. Y como los fiscales han cambiado sus
papeles y ahora se dedican a defender apellidos ilustres. Y como los delitos de
difícil encuadre (perdón por el desconocimiento de los términos precisos, pero
ustedes me entienden a la perfección) se tornan en meras faltas, juicio rápido
y una multa de hacer reír al condenado. Y como me estoy acelerando, lo voy a
dejar aquí y mascaré el cabreo a la espera de consultar con mis abogados. Por
si acaso.
Hasta la
próxima.
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