Ayer en la
mañana estuve en La Guancha. Me
tocó ejercer de electricista. O de técnico instalador. Ya lo era, desde hace
varias décadas, en radio y televisión, pero como estos aparatos ya no se
arreglan sino que se compra uno nuevo, he tenido que buscar alternativas. Si no
hubiera ejercido de maestro de escuela, puede que me habría decantado por esta
rama. Quizás por lo de los enchufes, pero como no le he tenido miedo nunca a
los flujos de electrones… Por cierto, te cuento el penúltimo:
–¿Sabe usted
a qué signo asociamos el electrón –pregunta el profe al despistado alumno.
–Negativo.
–¿Y el
protón?
–Tampoco.
Estuve en
aquel pueblo (la descendencia la tengo repartida entre este y el vecino de San
Juan de la Rambla)
hasta después de las dos de la tarde. La alcaldesa no se presenta a la
reelección. A las anteriores elecciones (2011) tampoco lo iba a hacer. Aunque
ahora la marcha del que fuera su primero de a bordo, la creación de un nuevo
partido con el fichaje estrella de Pepe Regalado (debe añorar puestos de más
alto rango, con más calorcito que en el IES Mencey Bencomo) y la más que
probable alianza con el recolector (Román y otros), no da la suficiente
seguridad a Coalición Canaria. Bueno, como en otros municipios, ni más ni
menos, en que la dispersión del voto va a causar más de un quebradero de
cabeza.
Tras dejar
constancia de mis habilidades con cables, regletas, plafones y resto de menaje,
después de comprobar que todos los bombillos encendieron, me vine para mi villa
natal (en la que alguno de los políticos que tenía en mi lista de “amigos” –qué
equivocado estaba–, se dio de baja, porque, a buen seguro, debe molestarle que
un servidor siga con su manía escribidora) por Icod el Alto. Qué bonitas están
las ripias en los aledaños del Barranco de Ruiz, en los terrenos que están
hacia el costado norte de donde se ubica la Casa de la Pared. Aunque, como no hacía
sol y el día estaba algo gris, no
destacaban demasiado en el paisaje. Por lo tanto, otras fotos chungas.
Por la tarde
me fui a La Orotava. A
la señora le tocaba revisión en el dentista y yo aproveché para darme una
vuelta. Una media hora, no más. Dispuesto a sentarme un rato en el fotingo, me
debió columbrar el amigo con el que intercambio nociones periodísticas. Mejor,
me viene con los cuentos y chismes. Yo creo que está cabreado desde hace unos
tres o cuatro años.
Me habló de
las concomitancias entre los unos y los otros, entre medios y cuartos, entre
micros y cámaras, entre lo público y lo privado. Como le insistí en mi negativa
de sintonizar una emisora de radio municipal y una bazofia audiovisual (si
todos hicieran lo mismo: muerto el perro, se acabó la rabia), se disparató con
sus particulares rezados. Se atrevió, incluso, a confirmarme el bautizo (si
fuera religioso diría que junté dos sacramentos; ya que me acuerdo, y guarda
estrecha relación, tengo un buen amigo, Segundo Sacramento, al que siempre
mentamos (Carricondo y yo) como Confirmación) de la
MRRN. No me desveló el secreto. Solo me
puso en la pista de que se trata de una fusión.
El asunto
estrella de la conversación fue el carnaval recién estrenado. Y dentro del
amplio abanico: las murgas. Parece, eso deduje después de rebobinar el cúmulo
informativo, que bajan turbias las aguas. Y no tanto entre ellas como en todo
lo que se mueve a su alrededor. Desde que el título de periodista se adquiere
en cualquier tómbola de la fiesta más insignificante de la geografía isleña,
desde que las envidias ‘presentadoras’ hacen acto de presencia, desde que los
símiles Telecinco proliferan en los lodazales del rencor (por favor, sigue tú
que voy un momento al baño)… Y el político de turno, de carantoñas, cucamonas y
componendas. Tienes carta libre, pero a mí no me toques las narices.
Hace
bastantes años, cuando estaba de alumno en La Pirámide (antes en el
Seminario) realicé un extenso trabajo que titulé Folclore y Turismo. Pretendía
obtener conclusiones de qué producto ofertaban los grupos al visitante en sus
actuaciones hoteleras, fundamentalmente. Para ello, y como refuerzo documental,
llevé a cabo una decena de entrevistas a personajes que guardaran relación con
ambos conceptos. Benito Cabrera (no hace falta indicarte quién es) me señaló
que, aun reconociendo que algunos colectivos solo estaban por la labor de sacar
cuatro duros (eran los tiempos de la peseta), prefería que tocaran mal,
cantaran peor y brindaran un quehacer adulterado, antes que estuvieran
‘entretenidos’ en otros menesteres de más graves consecuencias.
Me imagino
que en las murgas ocurrirá tres cuartos de lo mismo. Las habrá mejores, otras
regulares y las menos no tan buenas. Pero todas, a buen seguro, con un curro a
sus espaldas de muchos meses de trabajo y dedicación. Con más o menos fortuna,
con mayor o menor éxito.
Concluí que
el amigo quiso transmitirme que los seudoperiodistas (cargados de rivalidad y
celos) arremeten, para tapar sus vergüenzas, contra estas formaciones porque su
larga experiencia, su preparación exquisita, su academicismo riguroso… Échense
un higo de pico.
Feliz fin de
semana, mis estimados. Nos vemos en febrero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario