–Oye, tío,
creo que te estás pasando y eso no lo puedo permitir.
–¿Qué dices,
forastera? Debes saber que mi familia lleva en estos contornos desde tiempos
inmemoriales. Menudo atrevimiento, que me estoy pasando, habrase visto.
–No te hagas
el gracioso porque sabes perfectamente a qué me refiero. Mis hermanas y yo nos
asentamos en esta loma mientras tú paseabas por la zona de Ajuy para que te
vieran los turistas.
–Pero mira la
que habla. Chiquita cara se gasta. Y arriba de ascendencia mora, que viniste de
Sidi Ifni y se ha multiplicado tu familia como tus primos los conejos.
–Mira, negro,
no te consiento que me faltes al respeto de esa manera. No te hagas el valiente
que no te he dado alas para eso. Qué culpa tenemos nosotras de que ustedes
tengan pocos huevos.
–Ya me estás
tocando mis sensibilidades. Cada uno se reproduce como la naturaleza le
permite. Cuánto darían ustedes por tener esta brillantez.
–El que te
oye pensará que te acicalas cada cinco minutos. Si eso no es más que aceite
pringoso, merdellón.
–Para esa
lengüita, renacuaja, barriobajera, indecente, prolífica (por no llamarte
casquivana).
–Viene una
guagua. Hagamos un alto el fuego dialéctico. Después seguimos.
Desde Pájara
llegaba el autobús turístico número dieciocho del día. Eran las cuatro de la
tarde. El bullicio volvió a apoderarse de los escasos instantes de quietud en
el Risco de las Peñas. Niños, jóvenes y ejemplares de la segunda y tercera edad
venían bien pertrechados. En sus alojamientos, las recepciones no dieron abasto
con el capítulo informativo, pues nada más poner el pie en tierra la avalancha
se dirigió a todo meter hacia el muro que delimitaba aquel espacio convertido
en mirador. Y en comedor.
Los
ejemplares surgieron de debajo de las piedras. Y no es expresión típica al uso.
Sin recato ni pudor se aproximaban a los reclamos con una familiaridad
asombrosa. Mientras unas manos brindaban frutos secos sin importar los índices
de sal, otras, que portaban elegantes artilugios, inmortalizaban las
instantáneas de rigor.
Por el otro
costado, los parientes del otro interlocutor daban pequeños saltos y adoptaban
poses de esas de echar cogote. Los disparos se escucharon durante una media
hora. Y aquellos seres pasaron a formar parte de aquellas colecciones
digitalizadas para la posteridad.
Luego, rumbo
a Betancuria, envuelta con su aureola de historia desde 1404. Aunque, con casi
total probabilidad, harían otro alto en el camino en Vega de Río Palmas para
que la guía señalase alguna característica de la iglesia de Nuestra Señora de la Peña, construida en 1666 y
lugar de peregrinaje anual…
–Eh, cuervo,
¿ya te hinchaste? El glotón debe estar reposando. Como todavía no están tan
acostumbrados como nosotras, lo mismo le volvió a entrar chorro…
–¿Qué pasa,
roedora esciuromorfa?
–Ya coño
–díjose para sus interiores íntimos de adentro la ardilla moruna–, cómo ha
aprendido el pajarraco de amplias remeras en el centro de las alas con visos
pavonados. ¿Qué te pensabas, bobo tieso? ¿Acaso crees que yo no he aprendido
con el paso de los años? Vine de África, sí; mejor, me trajeron, pero ya domino
hasta cinco idiomas. Mientras, tú sigues graznando como lo hacían tus
antepasados antes de que desembarcara Jean de Bethencourt en la Herbania del siglo XVI.
–Calla,
calla, intelectual de pacotilla y aguda chillona. Debes saber que ese aparente
graznido al que aludes, y del que pareces mofarte con deleite, tiene un listado
de sinónimos que ya bien quisieras tú, y todas tus hermanas bobonas…
–Ji, ji, ji y
ji.
–Sí, ríete,
pero soy muy admirado en el mundo, que no solo me circunscribo a estos peñascos
atlánticos, por grajear, urajear, voznar, crascitar, crocitar, crojar… ¿Qué te
creías, ignorantona? Que tengo un primo con Facebook y vive en el Roque de los
Muchachos.
–Je, je, je y
je.
–No cambies
de voz porque te conozco, mascarita…
Cayó la
tarde. Llegó el ocaso. Se levantó fresco. Las sombras ocultaron las suciedades.
Ardillas (centenares y centenares) y cuervos (una docena) se retiraron a sus
respectivos aposentos. Barriguita llena, corazón contento. Mañana será otro
día.
Eso, mañana
será otro día.
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