El pasado
sábado tocó en Casa Basilio (La
Matanza). Hago publicidad pues se come bien y hay buen vino.
No cobro comisión. Es fácil: entras por la Casa del Miedo, doblas a la derecha y a escasos
cincuenta metros ya estarás en el lugar. Insisto, no cobro comisión alguna. Ni
le voy a pedir a Ignacio que me nombre asesor de nada.
Pues sí, la
promoción de Magisterio (con mayúscula) celebraba otro año más la obligada cita.
El primer sábado de cada mes de junio acudimos al encuentro. Buena parranda de
veteranos que quemaron pestañas en aulas de viejas escuelas. Al principio.
Luego todo fue cambiando. A mejor. Los edificios, porque los chicos, con el
paso del tiempo, se fueron volviendo más díscolos. Se empeñaban en que
demostráramos el aplomo adquirido con el cumplimiento de trienios. Y que, a
tenor de los saludos espontáneos de los más rebeldes cuando ahora, en estado
jubiloso, te los encuentras por la calle con barba y bigote, amén de tatuajes y
piercings, parece que supimos salir
airosos de los complejos trances.
Noto que cada
vez rememoramos menos aquellos lances gloriosos. A lo peor creemos que ya nos
van quedando lejos. Porque el tema estrella ha pasado a ser la agricultura. Y
en la presente ocasión correspondió disertar acerca de los productos existentes
en el mercado para exterminar plagas y bichos raros. Como carezco de terreno
donde llevar a cabo esas prácticas, debo permanecer de oyente. En mis tiempos
mozos ‘gorvoraneros’ solo existía el fosferno, compuesto que exterminaba cuanto
insecto osara meter sus narices en la platanera. Lo que me maravilla es cómo
pudimos escapar de su acción sin carteles de aviso y dando debida cuenta de la
fruta que se maduraba en las piñas.
Que yo sepa
quedan dos compañeros en activo. Ambos, gomeros. Carlos, que no acudió en esta
oportunidad, sigue de inspector educativo en su isla. Humberto, con el que
siempre intercambiamos pareceres periodísticos, cuando no lingüísticos, en La Pirámide, donde, tiempo
ha, hicimos nuestros pinitos tras una larga estancia en el Seminario Diocesano.
¿O no me ves la cara de cura que se me quedó?
Nombrarlos a
todos se me antoja complicado. El olvido de cualquiera podría ser imperdonable.
Pero justo es reconocer la presencia de Pino y Cándido, palmera y conejero,
respectivamente, que no se pierden una. Mañana ya me llamará alguien para
reprocharme que no le haya hecho mención.
Tuvimos un
percance. Gravísimo. Al fotógrafo oficial, don Manuel Afonso Carricondo, victoriero
de pro y Teniente Coronel en jefe de la compañía, se le estropeó la tarjeta de
la cámara fotográfica. Todavía no se le ha quitado el cabreo. No es para menos.
Como hay gente precavida, a las últimas convocatorias acude presto el amigo
Juan Jesús (Ringo para los más allegados), especialista en tomas de flora y
fauna (de su huerta), amén de excelente piloto y amante o forofo de los coches
clásicos, quien se convierte en afortunada alternativa. A él le debemos estas
con las que ilustro las líneas del post de hoy martes.
Pasan los
años y seguimos sin entender el porqué la Consejería de Educación no aprovecha tanta
experiencia acumulada y, a cambio de unas generosas dietas, nos nombra
profesores eméritos para ir impartiendo amenas charlas por esos colegios a fin
de que los actuales docentes comprueben cómo es posible continuar tan campante
tras cuatro décadas poniendo orden en tantos manicomios. A lo peor no
interesamos por saber algo del tema. Si fuéramos ignorantes, lo mismo
directores generales.
Dado que
algunos preguntaban por las fotos del pasado año en Casa Yeye, dejo estos dos
enlaces para que no se me pierdan buscando en el blog:
Dejo
programada esta entrada unos minutos antes de marcharme para acudir a una
interesante conferencia del Dr. Javier Dóniz Páez (Volcanes y Turismo), a
celebrar en la Casa
del Pueblo realejera. Hace unos dos mil años (un suspiro si lo comparamos con
las edades geológicas) que no entro allí. Me portaré bien. Lo mismo mañana les
cuento algo. Hasta entonces.
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