Ayer estuve
en La Rambla. La
antigua Rambla de los Caballos. El Rosario, para los de fuera. Un lugar
encantador del coqueto y bello pueblo norteño de San Juan de la Rambla. Justo en las lindes del
Barranco de Ruiz, que marca la línea divisoria con el mío natal y en el que he
vivido casi toda mi vida: Los Realejos. Al que deseo fervientemente una época
de paz y sosiego tras unos años de continuos dimes y diretes. A ver si es
posible un mandato municipal (hasta 2019) en el que las altisonancias no sean
la comidilla diaria. Los primeros pasos nos indican que la normalidad puede ser
posible.
Llevamos
varios ‘junios’ celebrando allí el cumpleaños de uno de los nietos. En plural,
que ya soy mayor. Y aunque las arrugas se notan y marcan diferencias en la piel
(la región dorsal de las manos suele ser perfecto termómetro), preocupación más
bien escasa ante el convencimiento de que el cerebro está bastante fruncido
desde que nacemos.
Junto a las
cuchipandas de rigor, las conversas que arreglan mil entuertos y los saludos
entre aquellos que solo nos vemos de cuando en vez (a saber, eventos de
obligada concurrencia), el paseo hacia Las Aguas para el debido acopio de brisa
marina impregnada de yodo y sal. Todo bueno para los huesos, al dictado de la
sabiduría popular. No subí a La
Perejila (nombre que damos a unos pequeños huertos), pero
vislumbré desde abajo que las hortalizas siguen los ritmos pertinentes.
El rumor de
las olas da pie a la meditación. Y se me trasladó el magín a otro mar muy
lejano que baña unas tierras marcadas por negros nubarrones de los avatares
económicos que sucesivos gobiernos provocaron. Sí, Grecia, tan de moda. Para
mal…
No es que
entienda gran cosa de lo que acontece en el país helénico. Mejor,
desconocimiento absoluto. Puede que tanto como el de los que la llevaron a este
profundo pozo. En el que se hallan sumergidos varios centenares de millares de
ciudadanos que sufren las consecuencias de nefastas políticas. Convencidos de
la gravísima dificultad para atisbar un horizonte más esperanzador y hartos de
comprobar cómo aquellos que los abocaron a tal estado no padecen idénticas
consecuencias.
Tras varias
semanas de negociación ante la poderosa Troika (Comisión Europea, Banco Central
Europeo y Fondo Monetario Internacional), el primer ministro de aquel bello
país, Alexis Tsipras, ha convocado un referéndum (5 de julio) para que sean los
electores quienes decidan acerca de su futuro, de si las duras condiciones
exigidas por la Unión Europea
ante la deuda contraída son o no aceptables.
Y desde la
ignorancia alegada unas líneas más arriba, me pregunto qué otra respuesta
diferente al No puede contestar el ciudadano que se halla con la soga al
cuello. ¿Va, acaso, a apretar un poco más el nudo para, salvando las
distancias, emular a los 300 espartanos de la Batalla de las Termópilas?
¿No soportaron estoicamente los desatinos de anteriores gobernantes y apostaron
con sus votos por otras salidas que les auguraban un futuro menos negro? ¿De
celebrarse la consulta y ganar mayoritariamente, como es harto previsible, la
negativa a someterse a más recortes, se hallaría en condiciones el actual pacto
gubernamental de garantizar la estabilidad ante la más que probable salida de
la zona euro y, por ende, del club europeo? ¿Van a someter a plebiscitos
continuos cada medida de cierto calado que deban adoptar para escudarse en
hombros ajenos? ¿Será un sistema asambleario el adecuado para que la nación
deje la respiración asistida? ¿Se ha sopesado el tremendo maremágnun, también
económico, que implica cada consulta de esta índole o calado? ¿No supone el
gobernar asumir las responsabilidades contraídas con el resultado electoral?
No, yo no
justifico a los que ahogan. Ni te vayas por las ramas ni recurras a
planteamientos simplistas. Pero me da que estas evasivas no conducen a buen
puerto. Me parecen recursos del bien quedar. Después, con el consiguiente
aislamiento –¿o queda otra?–, en un mundo interconectado a interdependiente,
¿acuñamos dracmas con las piedras del Partenón ateniense en otro efecto o
consecuencia de políticas populistas? No sé…
Sacudí la
testa y respiré hondo. Miré de nuevo la mar. Deshice mis pasos y volví a la
recoleta plaza. La algarabía de los chiquillos inundaba el paradisíaco entorno.
Los no tanto seguían enfrascados en cómo arreglar el mundo. Pero este seguía
dando vueltas.
Espero, pensé,
que Fidela y su equipo tengan las ideas más claras. Y vuelvan a poner al pueblo
en el lugar que se merece. Que suene su nombre muchas veces en los medios de
comunicación por causas bien distintas a las que en estos últimos cuatro años
se han escuchado.
Y así
concluyó el día de San Pedro en San Juan (de la Rambla). Mañana acaba junio
y arranca el periodo vacacional. Tengo una suerte. No me puedo quejar. Aunque
no te lo creas, sigo desechando ofertas de trabajo. Me dijeron que Manolo está
buscando una persona experimentada para coordinar las reuniones con sus
concejales, las de 94 euros. Lo mismo recurre a Marrón para completarle el
modesto sueldo que tiene asignado para hablar por el móvil. Pero este será otro
capítulo.
Hasta mañana.
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