Está a punto
de cumplir 80 años. Don Luis Millares Sall (cada vez que leo o escucho este
segundo apellido me acuerdo de la inefable Rita Martín, quien fuera Consejera
de Turismo, y su mayúsculo desliz en la ciudad de Telde con la tristemente
célebre Casa de la Sal),
más conocido como Totoyo Millares, ha sido, como pudimos comprobar hace unos
días en el acto institucional del Día de Canarias, distinguido con el Premio de
Cultura Popular 2015.
De una
entrevista publicada en Canarias7, tomamos unas notas para la pertinente
disección y la posterior redacción del presente comentario. Totoyo, a sus
‘cuatro veintes’, es un asiduo de la
Playa de Las Canteras y se le puede ver cada día en su
recorrido desde el Auditorio Alfredo Kraus hasta el mismísimo Confital. Como si
aparentara ‘tres veintes’.
Te dejo el
enlace por si es de tu interés los detalles de la misma, mientras yo me dedico
a lo que me llamó la atención: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=377918.
Totoyo,
miembro de una familia acomodada pero numerosísima, pasó hambre y necesidad en
aquellos duros años desde finales de la década de los treinta del pasado siglo.
Iba para violinista, aunque se enganchó al timple por escucharlo desde bien
temprana edad a un guarda majorero, de apellido Gopar, como el de las Salinas
de Janubio, que cada tarde furrunguiaba delante de su casa.
“Néstor Álamo
no es autor de nada”, afirma de manera tajante. Solo se aprovechó del maestro
Agustín Conch, su profesor de violín, quien se veía en la tesitura de vender
sus partituras para paliar las terribles calamidades de la posguerra. Néstor le
añadía unas letras y las registraba a su nombre.
Cuando leí
este pasaje (que tú puedes ampliar en el enlace que te dejé reseñado), me vino
a la memoria Elfidio Alonso, amo y señor de los Sabandeños, que debe tener dado
de alta en la SGAE
hasta la Biblia
en pasta. Y al que volveré en unas líneas por mor del cincuenta aniversario del
grupo. Según él, claro. Hasta que en 2016 le dé por decir que son sesenta. O
más.
Se ha perdido
el violín en las parrandas, argumenta Totoyo, como el timple auténtico. “Yo no
estoy oyendo timple ya. Oyes timple, pero no es el sonido del timple de verdad.
Ni se construye como era. Lo empezaron a hacer la familia de los Morales
Tavío, en la villa de Teguise, en la
Caleta de Famara, de los carpinteros de ribera que hacían
barquillos. Porque, contra lo que se dice –que es majorero y está
inspirado por la corcova del camello, ¡eso son cuentos chinos!–, el timple es
un barquillo y la barriga es la quilla. Le pones un mástil y dos velas y es un
barquito de pesca”.
Totoyo fue
uno de los fundadores de Los Gofiones. Y su primer director. Del excelente
grupo manifiesta que se creó en 1969, nueve meses después que Los Sabandeños,
el proyecto lagunero fraguado por Enrique Martín, El Peta. “Era el alma del
grupo y se le ha querido enterrar después de muerto”, dice sobre el creador de
la parranda lagunera que, “no es la sombra de lo que fue”. Mejor suerte ha
corrido Los Gofiones con Víctor Batista, un extraordinario director.
Me volví a
acordar de un señor que, pandereta en mano, compra, vende, hace, deshace y
sentencia. Palabra de Dios. Ni hemerotecas, ni opiniones de quienes también
cargaron la manta, ni reconocimientos a quienes elevaron el nivel y pusieron
listones bien altos… Nada, yo, y si acaso mi sombra.
No sostengo
que Totoyo tenga toda la razón de su parte. Pero es que son muchos los que
discrepan de los procederes del señor Quintero. Y de sus particulares versiones
de los hechos que conforman la historia de los de Sabanda. Mas con todo atado,
y bien atado, caigan chuzos de punta. Poderoso caballero es don dinero. Y con
él, todo se adquiere. Como si hay que ensamblar treinta componentes nuevos,
incluido el director. ¿Cuánto cuesta? Hecho.
De música no
entiendo gran cosa. Puede ser, aun desde mi ignorancia más supina, buen inicio
para el debate este contenido de Millares: “Tener un timple de Simón es como
tener un Stradivarius. Ahora el brazo del timple tiene un diapasón amplísimo,
como una guitarra. Se parece más un charango que a un timple. El original se ha
perdido. Son más guitarristas que timplistas. Salvando a El Colorado, que es
único y extraordinario. Y el revolucionario del timple, que fue José Antonio
Ramos. Las cosas que compuso las hizo con calidad. No como ahora, que se hacen
cursiladas…”. “¿Dónde hay un grupo folclórico serio? Hoy todo el mundo quiere
figurar como cantante de música popular canaria. Hay programas que quieren
imitar a Tenderete, pero dan pena. Son una auténtica basura. Todos están
copiando lo que se le encargó a Nanino”.
Debía estar
yo estudiando quinto de carrera (Ciencias de la Información) cuando
realicé un trabajo que titulé Turismo y Folclore. Muerto de risa debe estar por
cualquier carpeta (informática). Pretendía obtener alguna conclusión acerca de
si lo que se ofertaba al turista era auténtico o una farsa. Amén de la
documentación, tanto bibliográfica como de hemeroteca, unas entrevistas a
personas relacionadas con ambos sectores. Una de ellas, a Benito Cabrera, en
aquel entonces director de la AFU. Y
hasta aquí puedo leer. Cómo cambia todo. Cómo cambiamos todo. Se rasguean los
euros más que las cuerdas. Y se montan emporios en torno a los trastes.
Timple de
tristes sonidos / y timple de miles viandas, / arpegios de tiempos idos / y
primores de parrandas.
Sean felices.
Échense un vasito de vino con un puñado de chochos y mañana volvemos a hablar.
O a escribir.
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