Se produce el
ingreso, tras las pruebas de rigor, y comienza la etapa más complicada, la de
más temor. Pero la epidural hace milagros: no te enteras un carajo. Y esto es
lo que ocurrió:
El veinte de abril corría
y del año dos mil doce,
cuando a quien usted conoce
al quirófano acudía.
En Hospiten recibía
al personal preparado,
y casi recién ingresado
lo llevan al “paritorio”
con alegría y jolgorio
por dos mozos transportado.
Ya rasurado bajó
y dispuesto al
sacrificio,
aunque previo al
estropicio
la epidural recibió.
Luego todo se nubló
y vino el sueño
profundo;
fue levitado a otro
mundo,
del cual retornó al
momento
en que acababa el
invento
con un éxito rotundo.
Buena bola le sacaron,
según indicó el
doctor
a quien fue del afer
actor,
por el corte que sajaron.
Allá abajo lo dejaron
hasta el volver
absoluto,
pues es el ansiado
fruto
o culmen de este
proceso,
que no será pan con
queso,
pero destupe el
“conduto”.
Ya sube a la
habitación
que le habían
asignado,
con ingente cableado
y con agua a
mogollón.
Un enorme botellón
solo un suspiro
duraba,
pues el líquido
regaba
el circuito urinario:
doscientos litros a
diario
la porquería
limpiaba.
Sondas, vías y mangueras,
con el resto del
menaje,
procuran que siempre
encaje
sin alargar las
esperas.
Aunque de todas maneras,
aun pareciendo
extraño,
nada de ello causa
daño,
pues el conjunto o
tinglado
es un todo preparado
que desobstruye tu
caño.
En esta que yo te
cuento
se suceden las
molestias,
y sin duda son más
bestias
los espasmos: no te
miento.
Se te corta hasta el
aliento
cuando ese instante
se alcanza
y en los bajos de la
panza
se te clava fuerte
espina,
y el cuerpo no te
atina
a cobrarse la
venganza.
Procura que tu temor,
si te vieras en el
trance,
al coco que no te
alcance
ni te produzca pavor.
Hazme caso, por
favor,
y que tu mente
procure,
mientras el trauma
perdure,
relajarse en
cualquier plan,
pues como dice el
refrán
no hay mal que cien
años dure.
A cuerpo de rey me
tratan,
cual un viaje del
Imserso,
que quiero contarte
en verso,
al igual que se
relatan
las viejas gestas que
datan
de tiempos
inmemoriales.
Hay remedios pa´los
males
y auxilios pa´los
dolores;
porque obras son
amores:
loor a los
hospitales.
Una mención especial
al personal que te
atiende,
porque al enfermo
comprende
para aliviar todo
mal.
Es de gran
profesional
aunque pinchen y
aprieten,
y digo a los que se
meten
a cuestionar su labor,
que merecen nuestro
honor
por todo cuanto
acometen.
A Pablo Sánchez
Clavero,
amistad y gratitud,
por prestar con
prontitud
auxilio a este
pasajero.
No se paga con dinero
el cariño y el
afecto,
y aunque él me “joda”
el recto
se nos muestra
campechano:
queda tendida la mano
por este trato
directo.
Vaya también el
aprecio
para el resto de la
tropa,
alzo por ella mi copa
por esa misión sin
precio.
Y omitan a todo
necio,
–aquel que de todo
sabe–,
pues vuestro trabajo
es clave
en esta gran
aventura,
cuyo objetivo es la
cura
y mayor gloria no
cabe.
Entra uno acongojado,
pero sale satisfecho
por ese quehacer bien
hecho
felizmente ejecutado.
Ahora todo ha
culminado
y nos vamos bien
contentos.
Mas hemos de ser
atentos,
y al llegar la
despedida:
¡a preservar nuestra vida
y a perdonar estos
cuentos!
Si de algo
les valió, satisfecho quedo. ¡Ah!, y beban agua, pero con cierta moderación,
que algunos machacan los riñones con estanques más grandes que la balsa de la Cruz Santa.
Hasta mañana. ¿Recuerdan cuando
Aznar nos deleitó con “estamos en ello”? Hace muchos años, lo sé. Pero sus
discípulos realejeros han rescatado la frase para aplicarla a cuanta moción o
propuesta haga la oposición. Se bastan, son autosuficientes, van de sobrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario