Recomiendo
encarecidamente a mis estimados lectores que si tienen menos de dieciocho años,
hagan el favor ahora mismo de abandonar este blog e ir a ver Clan. Porque esta
lectura de hoy es, exclusivamente, para mayores. Advertido quedas.
Como los
hombres somos muy hombres, por las zonas bajas, y relacionamos la próstata con
el aspecto sexual más que con el urinario, nos produce escozores hablar de
dicha glándula. Es tema tabú en la cultura del españolito muy macho.
Ya he escrito
algo en anteriores ocasiones de este particular. Porque lo he vivido demasiado
cerca. Compuse, incluso, unas décimas (ya publicadas en diferentes medios) que
entregué a mi urólogo, el doctor Pablo Sánchez Clavero, por si podían prestar algún
auxilio emocional a los enfermos rebeldes. A los muy machos, otra vez.
Padecía un
servidor hiperplasia benigna prostática (HBP), que consiste en un crecimiento
no maligno (no cancerígeno) en el tamaño de la próstata. Yo tenía un prostatón,
me señalaba siempre Pablo cuando acudía a la revisión pertinente. La próstata,
al crecer, puede ir comprimiendo progresivamente la uretra y provocar, por
tanto, dificultad al orinar. Esto sucede porque esta compresión impide el flujo
de la orina desde la vejiga hacia la uretra hasta el exterior. Las posibles
consecuencias son retenciones de orina en la vejiga o reflujo de la orina hacia
los riñones y una necesidad de orinar frecuentemente. Si la inflamación fuera
muy grave, puede bloquearse por completo el sistema urinario.
Vaya que sí.
Que me lo cuenten a mí. Todo iba bien hasta que un buen día (8 de febrero de
2012, miércoles) me quedé completamente trancado. Ni te quiero contar los
padecimientos hasta que me vaciaron a través de una sonda en urgencias. La
espera fue insoportable. Ignoraba yo la capacidad de ese recipiente llamado
vejiga. Sondado estuve hasta el 20 de abril del mismo año, fecha en que fui
operado de manera satisfactoria. En fin, que ahora meo que da gusto. Y lo otro
(porque sé que ya lo estás pensando) no decae (hasta diría que se incrementa)
sino hasta los límites que la edad establece. Bien distinto es cuando la
próstata debe ser eliminada, y no reducida (me quitaron 80 gramos, cuando lo
normal son 20; imagina una naranja china, te quitan lo de dentro, los gomos, y
te dejan la cáscara) por una causa maligna. Pero, y perdón por la familiaridad,
entre un polvo muy de vez en cuando (insisto, por la edad) y mear con sumo
placer, creo que la disyuntiva está meridianamente clara. Jolines, soy
consciente de que el concepto de virilidad, en este particular caso de
extirpación por cáncer, pesa demasiado en esta sociedad, pero no querrás que
acabe el proceso en una metástasis cuyo final de recorrido ya te puedes
imaginar. Y de ser así, ni lo uno (placer sexual) ni lo otro (miccionar, que
ahora me pongo fino).
La HBP es una enfermedad muy
común en los hombres: aunque generalmente comienza a partir de los 30 años, es
muy raro que se manifieste antes de los 40. A los 60 años, aproximadamente, más del 50%
de los hombres padece HBP y entre los 70 y 80 años hasta el 90% presenta alguno
de sus síntomas.
Dejados de
lado los conceptos más técnicos, vayamos al meollo de la cuestión: la frase del
titular. Utilizada por varones con una frecuencia que raya el despropósito.
Incluso por muy jóvenes que a lo peor no piensan llegar a viejos. Además, con
tanto potingue que nos introducimos vía alimentación u otros medios, lo mismo
hay que adelantar los baremos de edad para notar los efectos prostáticos. Pues
a tales lumbreras les indico que cada vez que tengo delante de mis ojos la
expresión de marras, me entra una alegría en el cuerpo que solo le deseo al
autor que se quede tan trancado que deba ir con una goma colgando del aparato
durante un par de años. Por gilipollas.
Y a las
jóvenes, que en su afán de igualdad con el sexo masculino caen en lo chabacano
más grosero, con un vocabulario soez en grado supremo, qué decirles. Nada,
porque todos no somos iguales. Pero sí también entienden que hacer el
gilipollas (en versión femenina; que mal suena, por cierto) es lo progre, que
se vea tu padre en tesituras de mucha preocupación. ¿Por qué? Por gilipollas.
¿Lo entendiste?
Y como me he
explayado a gusto y con conocimiento de causa, quedo de ustedes a su entera
disposición. Si me lo piden expresamente más de tres lectores (coño, no me dejes
en ridículo), mañana vuelvo a reproducir las décimas (prostáticas y
hospitalarias) que te mencioné unos párrafos atrás. Y ahora, con tu permiso, me
voy a mear. Porque me he acostumbrado a beber mucha agua sin temor alguno. Si
llegan las ganas, a evacuar, y santas pascuas.
Sean felices.
Y si les alcanza la tentación de utilizar el título de este post, piénsenlo un
rato, cuenten hasta cincuenta y después actúen en consecuencia. Hasta mañana.
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