Allá, en el
más oscuro rincón del patio de recreo, se hallaba Marianín. Intentaba, a duras
penas, limpiar las aún empañadas gafas, fruto de la última llantina. Pero lo
hacía con el revés de su manga (derecha) de camisa y el resultado no podía ser
más patético. A su lado, un flamante balón que no debía haber soportado más de
tres disparos a portería de falta directa, penas máximas incluidas.
En la cancha,
el resto de su grupo chillaba a grito pelado. La tropa apuraba los últimos
minutos antes de que la sirena indicara el retorno al aula. El profesor de
Educación Física siempre dejaba los minutos postreros de las dos sesiones
semanales para que echaran fuera las posibles energías restantes y volvieran a
la siguiente clase con los ánimos apaciguados.
Pero Marianín
no estaba hoy por la labor. Y aquel otro muchacho, que sigilosamente se le
acercaba, creyó escuchar en la soledad de aquel retiro: “¡Ay!, pensé, ¡cuántas
veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: Levántate y anda!”.
–Hola,
Marianín.
El aludido se
viró con cierto desaire hacia el costado del poniente. Agarró el balón con
fuerza, se puso las gafas e hizo ademán de levantarse. Pero, quizás, su orgullo
le pudo y se sintió con moral suficiente para aguantar el envite. Tragó saliva mientras
una extraña mueca se dibujaba en su rostro. El recién llegado creyó observar un
raro movimiento en su ojo izquierdo.
–Me siento
terriblemente agredido en lo más profundo de mis sentimientos. Desde que
estábamos en infantil de 3, nadie, absolutamente nadie me ha desairado de
manera semejante. Este enfado no me va a desaparecer así como así y si vienes a
pedirme prestado el balón… ¡Non me toques
o carallo!
Pedrín quedó
medio desconcertado, más que nada por el toque gallego, pero se rehízo:
–Pero si yo
solo venía a decirte que ya no volveré a llamarte indecente, aunque como te
coges el balón para ti solo…
–¿Y qué, no
es mío? Me lo trajeron los Reyes y mira qué nuevito lo tengo, casi inmaculado.
–Ahora vamos
a entrar. ¿Para qué querría yo el balón? Yo lo que deseo es que volvamos a ser
amigos forever.
El
contraataque (por usar un término deportivo) a la expresión gallega anterior
vino de la mano del inglés, asignatura en la que Pedrín se desenvolvía a las
mil maravillas, lo que para el ahora enemistado constituía un proceso very difficult (todo esto).
–No pienso
juntarme más.
–Eso mismo me
dijiste la semana pasada. Hasta que viniste a pedirme un pacto para que te
nombraran delegado.
–Sí, pero es
distinto. Me llamaste indecente y mi padre me señaló que eso es una palabrota.
No te perdono. No y no. Y un millón de veces no. Que mi padre sabe más que el
tuyo. Y la tiene más grande.
A punto
estuvo Pedrín de llamarlo capullo, mas se contuvo. Su trabajito le costó, pero
tragó saliva y profundas convicciones democráticas.
–¿Y tú no me
respondiste con unos sonoros ruin y deleznable? Y tu amiguito ese, el de
Melilla, ¿cómo se llama?, ¡ah!, sí, el Imbrodín, añadió mezquino y miserable.
Ustedes sí pueden y yo no, qué bonito. Y me dijo mi padre, que tiene más
memoria que el tuyo, que a Felipín y a Zetapín los pusieron a caldo de gallina…
–Y tú mássss.
Y tu padre no tiene el cerebro más grande, es un cabezón.
–Mírate al
espejo, repelente, engreído y…
Tuvieron que
interrumpir la amena controversia los cándidos colegiales y salir corriendo
para la fila. A punto de alcanzar el lugar convenido (punto 5.1 del plan de
seguridad, evacuación y emergencias), dio tan fuerte traspiés Marianín que
estuvo en un tris de irse de narices.
Pudo aguantar el equilibrio, aunque las gafas volaron unos metros. No los
suficientes para alcanzar la dura superficie de la cancha, lo que evitó Pedrín
en un magistral salto de longitud con el que consiguió atraparlas antes de que
los cristales quedaran hechos añicos.
Ante tal gesto:
–Bueno, te
perdono, ya no estoy enfadado.
–Oye,
Marianín, ¿qué significa deleznable?
–No lo sé.
¿Se lo preguntamos al profe?
–Mejor no, si
ya somos otra vez amigos, corramos estúpido velo.
–¿Y eso?
–Lo dice
siempre mi madre…
Subieron en
orden la escalera y cada cual ocupó su pupitre. Marianín en la fila de la
derecha, el primero, como siempre. Pedrín, en el extremo contrario, en la
izquierda, el último. Su abuelo le había aconsejado que desde esa posición
podía tener una visión de conjunto, amén de poder columbrar los peligros cuando
llegaban de frente. Como estaba pegado a la pared, por la espalda era harto
difícil.
Coincidieron
en la puerta del cole a la salida del mediodía.
–Te invito
esta tarde a casa. Tenemos un chorizo con vitamina C estupendo para la
merienda.
–No puedo,
Pedrín. Voy con la familia al pueblo este fin de semana. Sabes que papá es muy
aficionado al dominó y por nada del mundo pierde la partida con los amigos.
–Vale.
–Vale.
–¿Amigos?
–Pero no me
toques la oreja, no me gusta.
–Hasta mañana.
–No, hasta el
lunes.
–Anda, es
verdad…
Indecente,
miserable, ruin, deleznable, mezquino… Cosas de chicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario