jueves, 17 de diciembre de 2015

Ya no me junto

Allá, en el más oscuro rincón del patio de recreo, se hallaba Marianín. Intentaba, a duras penas, limpiar las aún empañadas gafas, fruto de la última llantina. Pero lo hacía con el revés de su manga (derecha) de camisa y el resultado no podía ser más patético. A su lado, un flamante balón que no debía haber soportado más de tres disparos a portería de falta directa, penas máximas incluidas.
En la cancha, el resto de su grupo chillaba a grito pelado. La tropa apuraba los últimos minutos antes de que la sirena indicara el retorno al aula. El profesor de Educación Física siempre dejaba los minutos postreros de las dos sesiones semanales para que echaran fuera las posibles energías restantes y volvieran a la siguiente clase con los ánimos apaciguados.
Pero Marianín no estaba hoy por la labor. Y aquel otro muchacho, que sigilosamente se le acercaba, creyó escuchar en la soledad de aquel retiro: “¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera que le diga: Levántate y anda!”.
–Hola, Marianín.
El aludido se viró con cierto desaire hacia el costado del poniente. Agarró el balón con fuerza, se puso las gafas e hizo ademán de levantarse. Pero, quizás, su orgullo le pudo y se sintió con moral suficiente para aguantar el envite. Tragó saliva mientras una extraña mueca se dibujaba en su rostro. El recién llegado creyó observar un raro movimiento en su ojo izquierdo.
–Me siento terriblemente agredido en lo más profundo de mis sentimientos. Desde que estábamos en infantil de 3, nadie, absolutamente nadie me ha desairado de manera semejante. Este enfado no me va a desaparecer así como así y si vienes a pedirme prestado el balón… ¡Non me toques o carallo!
Pedrín quedó medio desconcertado, más que nada por el toque gallego, pero se rehízo:
–Pero si yo solo venía a decirte que ya no volveré a llamarte indecente, aunque como te coges el balón para ti solo…
–¿Y qué, no es mío? Me lo trajeron los Reyes y mira qué nuevito lo tengo, casi inmaculado.
–Ahora vamos a entrar. ¿Para qué querría yo el balón? Yo lo que deseo es que volvamos a ser amigos forever.
El contraataque (por usar un término deportivo) a la expresión gallega anterior vino de la mano del inglés, asignatura en la que Pedrín se desenvolvía a las mil maravillas, lo que para el ahora enemistado constituía un proceso very difficult (todo esto).
–No pienso juntarme más.
–Eso mismo me dijiste la semana pasada. Hasta que viniste a pedirme un pacto para que te nombraran delegado.
–Sí, pero es distinto. Me llamaste indecente y mi padre me señaló que eso es una palabrota. No te perdono. No y no. Y un millón de veces no. Que mi padre sabe más que el tuyo. Y la tiene más grande.
A punto estuvo Pedrín de llamarlo capullo, mas se contuvo. Su trabajito le costó, pero tragó saliva y profundas convicciones democráticas.
–¿Y tú no me respondiste con unos sonoros ruin y deleznable? Y tu amiguito ese, el de Melilla, ¿cómo se llama?, ¡ah!, sí, el Imbrodín, añadió mezquino y miserable. Ustedes sí pueden y yo no, qué bonito. Y me dijo mi padre, que tiene más memoria que el tuyo, que a Felipín y a Zetapín los pusieron a caldo de gallina…
–Y tú mássss. Y tu padre no tiene el cerebro más grande, es un cabezón.
–Mírate al espejo, repelente, engreído y…
Tuvieron que interrumpir la amena controversia los cándidos colegiales y salir corriendo para la fila. A punto de alcanzar el lugar convenido (punto 5.1 del plan de seguridad, evacuación y emergencias), dio tan fuerte traspiés Marianín que estuvo en un  tris de irse de narices. Pudo aguantar el equilibrio, aunque las gafas volaron unos metros. No los suficientes para alcanzar la dura superficie de la cancha, lo que evitó Pedrín en un magistral salto de longitud con el que consiguió atraparlas antes de que los cristales quedaran hechos añicos.
Ante tal gesto:
–Bueno, te perdono, ya no estoy enfadado.
–Oye, Marianín, ¿qué significa deleznable?
–No lo sé. ¿Se lo preguntamos al profe?
–Mejor no, si ya somos otra vez amigos, corramos estúpido velo.
–¿Y eso?
–Lo dice siempre mi madre…
Subieron en orden la escalera y cada cual ocupó su pupitre. Marianín en la fila de la derecha, el primero, como siempre. Pedrín, en el extremo contrario, en la izquierda, el último. Su abuelo le había aconsejado que desde esa posición podía tener una visión de conjunto, amén de poder columbrar los peligros cuando llegaban de frente. Como estaba pegado a la pared, por la espalda era harto difícil.
Coincidieron en la puerta del cole a la salida del mediodía.
–Te invito esta tarde a casa. Tenemos un chorizo con vitamina C estupendo para la merienda.
–No puedo, Pedrín. Voy con la familia al pueblo este fin de semana. Sabes que papá es muy aficionado al dominó y por nada del mundo pierde la partida con los amigos.
–Vale.
–Vale.
–¿Amigos?
–Pero no me toques la oreja, no me gusta.
–Hasta mañana.
–No, hasta el lunes.
–Anda, es verdad…
Indecente, miserable, ruin, deleznable, mezquino… Cosas de chicos.

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