Tropecé este
pasado lunes, recién llegado de La
Palma, con un artículo firmado por María Fresno (Diario de
Avisos) y que llevaba por título “Con el Imserso hemos topado”. Como se inicia
con el siguiente texto: Todos conocemos a
alguien que se ha ido de viaje del Imserso, me hallo, por razones más que
obvias, en condiciones de comentar algo al respecto.
Sostiene la
periodista que el presidente de Ashotel, Jorge Marichal, recuerda que es
necesaria una revisión profunda del programa. Pero no abunda demasiado en el
cómo. Pues se limita al argumento de que los retrasos en las adjudicaciones del
programa de la temporada 2015-2016
ha supuesto un terrible caos para los hoteleros, quienes
se han visto obligados a vender las habitaciones reservadas a otros turoperadores.
No olvidemos que el conflicto por los lotes entre Mundo Senior y Mundiplan ha
provocado demasiados quebraderos de cabeza en la mayorías de los destinos.
Bueno sería, asimismo, insistir, en que la costa mediterránea y Baleares
depende casi exclusivamente en estos meses de tales viajeros. No comparto, sin
embargo, las alegrías del representante de la patronal para que se cambien las
fechas, y alargarlas hasta el mes de julio. Pues si he de aceptar como ciertas
sus afirmaciones de que el turismo europeo en temporada alta compra las camas a
un mejor precio, debería explicarnos el porqué hoteles portuenses, que todos
conocemos, se mantienen fieles a los viejitos. Y ello a pesar de la cantinela
que la escasa rentabilidad de estos paquetes vacacionales les brinda.
En
consecuencia, aparte de mejorar el precio que se paga al hotelero (¿de dónde va
a salir?), se insinúa que el régimen de estancia sea solo de media pensión para
que también se incentive el consumo fuera del recinto hotelero.
Yo sé lo que
pago. Estipuladas están las cantidades en el programa. Sé, asimismo, todo lo
que se mueve en el capítulo de excursiones. Muchas de ellas de jornada
completa, lo que implica una comida en ruta. Amén de las paradas en lugares de
interés en los que la compra del recuerdo (llámalo souvenir, que a lo mejor te
llena más) es norma de obligado cumplimiento. Y el cortado, porque no vas a
entrar a mear por la cara. Y sigue sumando.
Además, y
este aspecto es más triste, hay jubilados que tienen otras obligaciones más
perentorias. Que ni siquiera pueden realizar un solo y mísero viaje en el año.
Porque deben acudir a Mercadona el día del cobro a echar una mano al resto de
la familia. Y claro que habría que cambiar las condiciones para que todos –sí,
todos– tuvieran la oportunidad de ‘más que sea uno’. Aunque los más pudientes
(funcionarios y empleados de banca en su vida activa, por ejemplo) debieran
pagar unos euros más. Y en vez de tres, cuatro, cinco o más, se conformaran con
menos para compensar. Denomínalo justicia social. Que no se nos llene la boca
con cuestiones de menor importancia.
En este tipo
de asuntos deberían tener voz (y voto) muchos más currantes. Los dirigentes
políticos buscan otros réditos. Los hoteleros, tres cuartos de lo mismo. Ocurre
aquí lo que en el sector educativo. Donde las leyes salen de las entendederas
(más bien escasas) de burócratas de tres al cuarto. Mientras docentes de enorme
prestigio y mayor calado social ni siquiera son consultados. Y a los que se les
exige horas y horas para rellenar papeles que luego serán pasto de las
destructoras.
Concluye la
periodista con la siguiente sentencia: No
soy yo quien debe decidir si las medidas que propone la patronal son o no
correctas. Aunque bien mirado, son muchos votos los que hay en este segmento y
quien debe decidir si se mejora o no son aquellos que precisamente necesitan
esos votos.
Cae usted,
estimada compañera, en el error que se viene cometiendo desde que fue creado el
Instituto de Mayores y Servicios Sociales. Al menos en lo que se refiere al
apartado de los viajes. El creer que cuando alcanzamos determinada edad nos
convertimos en borreguitos que acudimos con la papeleta a buen recaudo cuando
nos citan a las urnas para demostrar agradecimiento infinito al gobernante de
turno por llevarnos de excursión con casi todos los gastos pagos. Y en este
colectivo en el que ahora milito habemos de todo. Como en cualquier otra
parcela de la viña del señor. Ni más ni menos. Ya llevo siete cursos
matriculado en esta, así lo espero, carrera más larga de mi vida y ni la más
mínima tentación de votar a Mariano. Botarlo sí, para qué vamos a negarlo.
Estos logros sociales se alcanzan a pesar de los políticos. Y hasta pienso que
nos los merecemos.
Dicho lo
cual, sí hay que cambiar los procederes y baremos. No se puede establecer tabla
rasa para todo tipo de pensiones. No juega en igualdad de condiciones quien
percibe quinientos euros con hogares en los que entran casi cuatro mil (los dos
frescos y lozanos que da gusto verlos). Y el agravante de que suelen coincidir
las penurias (paro, escasa preparación, desarraigos familiares…) con los que
menos poder adquisitivo poseen. Se cumple en este particular, y con creces, lo
de que no hacemos justicia tratando a todos por igual. No, a los desiguales,
trato preferencial. Aquellos que rigen multitud de destinos (nos viene al dedo)
y entienden que desde un despacho se pueden trazar unas líneas maestras, bien
harían en pedir el consejo de los que, simplemente por edad, han tenido la
oportunidad de mamar en contextos adversos. Que no, la veteranía no es un grado
per se, pero a veces sí.
¿La foto? De
un viaje del Imserso. Aquí en Tenerife, ¿qué te parece? Algunos tengo en mi
haber. No muchos, pero me dan para contar boberías. Sé de casos en que te
asustarías si te expreso la cantidad. Existe una descompensación brutal.
Hasta mañana.
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