En el mismo se indica que el artículo 3.1.a) del Decreto 86/2000, de 22 de mayo, por el que se
regula la Orden “Islas Canarias” (BOC n.º 65, de 26.5.2000), determina que el
grado de Collar se otorgará con carácter nato a los presidentes o expresidentes
del Gobierno de Canarias, presidentes o expresidentes del Parlamento de
Canarias y presidentes o expresidentes del Tribunal Superior de Justicia de
Canarias.
Y, en consecuencia, se resuelve otorgar tal distinción,
entre otros, a él mismo (mismamente). Todo ello, según se detalla en el texto
del propio decreto, porque la dignidad de
las distinciones se proyecta sobre la personalidad de los distinguidos pero
adquiere la máxima relevancia por el reconocimiento social, que trasciende de
su propia existencia vital para enmarcarse en la memoria colectiva.
A lo que un servidor añade aquello de modestia aparte. A
saber, terminaremos por condecorar a cualquier bicho viviente que haya ocupado
un cargo público. Y como todos conocemos a quienes han hecho su profesión de
vivir a costa del erario público, no debemos conformarnos con pagarle buen
salario cada mes a los susodichos, sino premiarlos de por vida. No tardarán
mucho en demandar una paguita vitalicia. Ya puestos. Con lo que concejalitos que
fuera del ayuntamiento no se van a comer una rosca porque no habrá empresa que
contrate a semejantes ineptos, verán resuelto su porvenir. Bueno, siempre queda
el recurso de nombrarlos directores generales en el gobierno autonómico, que
basta el graduado escolar comprado en cualquier feria de pueblo.
Como en la relación de laureados eché en falta a
determinadas personas, me puse a indagar y viene a resultar que tal honor se le
ocurrió al ínclito de Román Rodríguez. Y ya lo habían recibido anteriormente
Manuel Hermoso, Lorenzo Olarte y Fernando Fernández. Si el presente fuera algo
más que un mero artículo de opinión, deberíamos sumergirnos en una
investigación más profunda para averiguar si el propio Román Rodríguez y
Jerónimo Saavedra también se colgaron el collar. Quiero pensar que a Jerónimo
no, pues por su condición de exministro, como ocurrió con José Manuel Soria, le
habrán concedido la máxima distinción en España, es decir, la gran cruz de la
Orden de Carlos III. Por colgaduras que no quede.
Colijo que dios guarde la teta de esta vaca, que siga dando
leche para tanto mamón (bueno, lee mamífero si te parece fuerte). Es que tienen
unos morros que se los pisan.
Me imagino que los celos se comerán a Domínguez. Porque observar
cómo Clavijo, sin el más mínimo rubor, y sin esperar a que pase un fisco de tiempo,
cuelga el collar en su lindo cogote, no debe ser plato de mucho agrado. Y
conformarse con la medalla de la Villa de Viera me da que no le va a servir de
consuelo.
Los regidores de los asuntos públicos harían bien en
establecer prioridades. Y como no les va a quedar tiempo, en el hipotético caso
de que se dediquen en exclusiva a gestionar los presupuestos de las
instituciones, no darían lugar a espectáculos tan poco gratificantes. Pero
ello, desgraciadamente, no se cumple. Y no quiero volver al asunto de los
superávits, pero es que distan tanto del modelo de cargo público que uno tiene
en mente, que la valoración no alcanza, ni por asomo, los estándares requeridos
para gracias, honores y galardones.
Así que, Clavijo, coge vergüenza, invierte el dinero de los
collares en menesteres más perentorios y sujétate a tu puesto de trabajo para
dar el callo por esta tierra. De lo contrario, y siguiendo la teoría machacona
del presidente nacional del partido de tu segundo de a bordo, deja gobernar a
quien ganó la elecciones en Canarias. ¿O es que, acaso, eso solo vale para el
territorio nacional? Cuánto cinismo y cuánta falta de congruencia. La
ecuanimidad, que decía don Domingo, el de La Hoya.
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