Este pasado
sábado nos dimos cita en Casa Yeye (Las Mercedes) unas viejas glorias del
Magisterio. Como cada año, por estas fechas próximas al inicio de las
vacaciones veraniegas, una promoción parida en la vieja Escuela Normal, se
congrega en torno a una mesa para platicar largo y tendido. Y manifiesto lo de
‘viejas glorias’ por la etiqueta que lleva adherida un documento de identidad,
porque en lo físico –y de lo mental ni te cuento– todavía somos capaces de ir a
primera hora de la mañana a rememorar las clases de Educación Física en las
instalaciones de La
Manzanilla (pelete incluido).
Alguno (e
incluyo el femenino) queda en activo, pero la inmensa mayoría pasó al estadio
feliz (qué coño, felicísimo) de la jubilación. Y cual mayores avezados, nos
permitimos el lujo de sacar las de cerca para visionar aquella fotografía del
campamento de La Esperanza
donde se vislumbran unos apolíneos mozalbetes (expresión para presumir) o unos
jóvenes flacos y esmirriados (expresión de andar por casa), uniformados y
prestos para el estado de revista. Lentes (dos en cada ojo, por ejemplo) que
valen, asimismo, para rellenar el estadillo que a bien tuvo ponernos delante de
nuestras narices el incombustible Carricondo para que actualizáramos datos de
contacto. Ahora nos tupirá a ‘emilios’.
Siempre es
complicado dar nombres en estas semblanzas, por aquello de las omisiones, pero
es de justicia resaltar cómo los incondicionales de otras islas acuden año tras
año a la reunión que ha lugar en las postrimerías de la primavera. Aunque ayer
en la Vega
lagunera, al caer la tarde, cierto biruje parecía indicar que hasta el 40 de
mayo… Permítanme simbolizar en Cándido esa fidelidad al hecho que nos concita.
Puede que alguien me saque de dudas acerca de si ha faltado en alguna ocasión
desde que se instauró la feliz iniciativa. Ni siquiera se escaqueó cuando
acudimos a tierras conejeras a felicitarle por su 60º aniversario, sino que
allí estuvo, solícito y gentil. Y no solo en el instante de soplar las velas.
A todos, me
imagino, nos quedan retratadas imágenes que nos impactaron o nos llamaron la
atención en aquellos cursos laguneros. Unos nos decantamos por los fríos soportados
en el Padre Anchieta en las esperas del autoestop. Otros rememoran los
comportamientos de algunos profesores que marcaron improntas en los estudios.
Pero, y eso es lo verdaderamente importante, a pesar de las cuatro décadas
transcurridas, persistimos. Parecen no haberse agotado las ganas, el
entusiasmo. Y nos repatea tanto cambio legislativo surgido de mentes vacuas
cuyo contacto con la escuela, semilla y germen de todo el proceso, es tan
virtual como bastantes de las amistades en las redes sociales.
Como muchos
acabamos la singladura incrustados en los IES para atender el alumnado del
primer ciclo de secundaria, no dejamos pasar la ocasión para el pertinente
análisis de la situación en tales centros educativos. Y no todos podemos estar
equivocados para coincidir en el diagnóstico. Hemos pasado largas etapas
dispersos por la geografía de estas ínsulas. Cada uno en sus particulares
cometidos. Es harto notorio y bastante sintomático el que en estas agradables puestas
en común, siendo todos docentes y conociendo los alborotos que se arman en las
reuniones claustrales, la coincidencia de pareceres sea la tónica dominante.
Dado que en el colectivo también nos encontramos con un inspector de educación
–qué te ibas a creer; luego fuimos capaces de seguir formándonos–, cuyos
planteamientos no discrepan del sentir de la generalidad, la reafirmación de
que hace falta mucho más que papeles y decretos es más que evidente. Lo mismo
si escribo la palabra “vocación” me tildan de vete a saber qué. Pero, y
perdónenme licenciados y catedráticos de tarima y discursos solemnes, fuimos
capaces de mantener el tipo hasta el último instante en el que entramos en una
clase y… ¡dimos clase! ¿Que cómo lo hacíamos? Creo que lo llevamos siempre en
nuestros genes, con prestancia (distinción, garbo, arrestos y donaire), sin
recetas, sin etiquetas, sin alharacas, comedidos pero rectos, convencidos… Ya
está, que eso no se pega (fija, suelda, incrusta). Ños, parezco un maestro.
Pues sí, de eso se trata.
La debida
constancia gráfica del ‘evento’ (es que me hace gracia el vocablo) la puedes
encontrar en la versión II de este blog, cuyo enlace, por si no te has alongado
aún, hallas en la columna de la derecha (pestaña ‘Mi otro blog’) pinchando en
el dibujo de esa flamante escuela de aquella época en que casi todo constituía
una odisea.
Eso, sí, el
amigo Chene, casi siempre la voz cantante en las cosas del buen comer, enemigo
acérrimo de las nuevas tecnologías, sigue empeñado, a la vieja usanza, en
formar comisiones que tracen los objetivos de rigor, establezcan la metodología
para la consecución de los mismos y elaboren el adecuado plan de actividades
para que el primer sábado de cada mes de junio –al menos hasta el próximo 2050–
acudamos a estos ejercicios espirituales para la debida vigorización. O
evaluación, para una más exacta precisión. Con la adecuada prudencia para que
no peligren las pensiones, no sea que Rajoy nos envíe un espía a comprobar el
estado de lozanía del personal.
A todos,
asistentes o no, mis más cordiales saludos y el ruego encarecido de seguir en
la brecha al menos otras cuatro décadas más. Y estén atentos al Pepillo y
Juanillo (II) por aquello de que una imagen vale más… Un abrazo.
Gracias por tus comentarios. Nos hacen poner en valor algo que hacemos siempre, con la naturalidad y sencillez de las cosas que nos resultan agradables y gratificantes.
ResponderEliminarUn abrazo y hasta el próximo año.
Estupenda semblanza de unas horas extraordinarias!.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo.
Un abrazo.
José Manuel Barroso.