Circulan por
Internet algunos vídeos con declaraciones políticas de no ha tanto. Que
difieren notablemente de las que idénticos personajes nos trasladan en estos
instantes. Por lo que inocentemente nos preguntamos aquellos que debemos decantarnos
por la opción de votar a unos o a otros, si ellos ignoran que hemerotecas,
videotecas, fonotecas y todas las tecas que ustedes gusten poseen una memoria
histórica formidable. Ayer mismo echaba una visual a unas manifestaciones de
Román Rodríguez apenas un trienio atrás. Y luego lo columbré en un telediario
alegando lo contrario sin que se le modificara lo más mínimo el aspecto
ceremonial de su disertación. Y sin que se le cayera la cara de vergüenza, en
definitiva.
No, por
supuesto, no es el único. Es más, no hay nadie que pueda tirar la primera
piedra. Y jamás se atreven a disculparse. No son capaces de reconocer errores,
o que las circunstancias han variado, o que los cambios de opinión son
consustanciales con la propia condición humana. Algo, un pizco, un detalle, un
cachito. Qué va. Pueden enrollarse en un lenguaje de lo más enrevesado en el
vano intento de convencerte antes de imitar al que nos largó lo de lo siento,
me he equivocado y no volverá a ocurrir (te lo cambio por un curiel castrado).
Regeneración,
renovación, transformación, remodelación… Pero siguen los mismos. Y cuando me
señalan que no es un problema de caras o de nombres sino de ideas, de
programas, no entiendo cómo se puede llevar a efecto unas políticas diferentes
con los mismos personajes. Porque en todos los años que llevan enaltecidos y
glorificados, han moldeado unas hechuras que serán incapaces de poner en
práctica unas directrices que no han mamado y con las que a buen seguro no
estarán de acuerdo.
Se exigen
cambios profundos en una sociedad que se habituó al bienestar per se. Por el
mero hecho de estar aquí, ya se me debe un reconocimiento y un estatus. Sin
exigencias ni contraprestaciones. Y todos nos acomodamos. Los dirigentes y los
dirigidos. Y los unos y los otros nadamos en la abundancia sin que límite
alguno nos pusiera cortapisa alguna. Los que debieron poner freno al descontrol
no pueden ahora erigirse en salvadores de nada. El éxito de Podemos, entiendo, radica
en las escasas posibilidades de culpar a sus dirigentes de los errores que
hasta aquí nos han conducido. Algo diferente será el cómo se articulan para
poder llevar a cabo esas políticas –nada claras, por cierto– por las que
pretenden un cambio radical. Aunque si todo se reduce a denominar castas a todo
lo que pueda guardar relación con el pasado, no les auguro horizontes de
esperanza. Gracias a muchos de los que fuimos ese pretérito tan nefasto, pueden
levantar banderas inconformistas.
La política
es, en general, una muy noble actividad. En la que una minoría se ha encargado,
con una praxis nefasta, de generalizar la creencia ciudadana de que las malas
artes son una maña cotidiana. Por ello es muy difícil que los que han profesionalizado
tan noble quehacer puedan ser adalides de proyecto alguno. Y como la dirigencia
de las formaciones está formada por los mismos que acaparan los cargos en las
instituciones públicas, se han creado unos cotos privados de caza en los que
solo rigen pensamientos únicos, en los que las discrepancias se pagan con altos
precios y en los que sólidos pegamentos impiden intercambios en los asientos de
las sillas.
Algunos
levantan, eso sí, tímidamente, la voz para poner cortapisas y limitar las
estancias a dos mandatos. Por cargo, claro. Para que puedan seguir saltando de
uno a otro como en el juego de la oca. No he oído a uno que proponga un periodo
de ocho años en la política activa y luego a la reserva. No, porque hay no hay
curro alternativo. Son tan mediocres que no saben hacer otra cosa que medrar
con sudores ajenos. Es más, los elegidos ya nacieron políticos, fueron
bautizados como tales y a la hora de matrimonio juraron bien alto aquello de
hasta que la muerte nos separe.
Claro que hay
excepciones. Honrosas muchas de ellas. Como en todas las facetas de la vida.
Creo, por consiguiente, que no es menester más leyes, más normas. Cuantas más
estipulemos, mayores las apetencias por no cumplirlas, por llevar la contraria.
Si nos rigiéramos por el sentido común, mejor nos iría y mayores avances se
conseguirían. Aunque parece que desde que se llena la ficha de militante o
afiliado y se alcanzan puestos de relevancia, tabla rasa.
Y que me
llamen casta estos advenedizos cuando quemé pestañas en la docencia hasta que
cumplí escrupulosamente las condiciones legalmente establecidas para poder
jubilarme. Cuando bastantes otros simultanearon su labor profesional con cargos
de concejal en prolongadas jornadas de ayuno y abstinencia. ¿Tú me llamas
casta? Llámame en todo caso casto, entendiendo por tal el que se atiene a lo
lícito. Que ya a nuestros años las connotaciones sexuales pasaron a segundo
plano. Y van para el tercero a marchas forzadas.
Hasta mañana.
¡Maestro Jesús! Esto deberían ponerlo en la documentación de las reuniones a las que asistan componentes de ejecutivas, comités, aspirantes y dirigencia en general. Ojalá te lean.
ResponderEliminarImposible, maestro. Uno es, o está, proscrito desde que volvió a su trabajo de siempre: la docencia.
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