Me señala el
DRAE que jubilación (Del lat.
iubilatio, -ōnis.) tiene tres acepciones o
significados. A saber: 1.
f. Acción y efecto de jubilar o jubilarse. 2. f. Pensión que recibe quien
se ha jubilado. 3. f.
desus. Viva alegría, júbilo. Y yo que he sido acérrimo defensor del uso del
susodicho, vengo a estar en completo y rotundo desacuerdo con ese “desusado” de
la tercera. Intuyo que ninguno de los académicos redactores del mamotreto (no
el de Las Teresitas) o Libro de Petete se halle en las condiciones de un
servidor. Quien el 30 de junio de 2009 dijo adiós al IES Mencey Bencomo dando
por concluida su etapa como docente en activo. Ahora puede que lo esté más
(activo) pero en aquellos menesteres que yo estime conveniente.
Por
consiguiente, que diría Felipe, mi júbilo, que no jubileo, es tal que me
permito, de tener capital para ello, viajar cuando me venga en gana, dormir
hasta la hora que me dé la realísima (como si no me quiero levantar) e ir a
comprar en cualquier momento del día. En lo de sacar la basura suelo cumplir
con las normas cívicas dictadas. Porque es harto conocida la transformación
total en este paso trascendental de la vida, al convertirnos en agentes de
bolsa.
Este curso
académico (2015-2016) es el séptimo que no me ha causado mayor estrés cuando el
mes de septiembre hace acto de presencia. Lo más, ir a recoger algún nieto.
Pero nada de madrugar, de sufrir cambios de metabolismo cuando cambian la hora,
de estar pendiente por si cualquier alerta meteorológica te da una buena
noticia, de preparar la maleta para el día siguiente, de corregir controles y
exámenes… Quita, nada más escribirlo me deja el cuerpo con más escozores que si
te trinca una pulga por la noche.
Tengo la
impresión de que año que pasa me reconstituye. Organizo un viaje, o me sale uno
del Imserso, y disfruto igual que cuando uno era joven y le brindaban la
oportunidad de subir a un barco o a un avión. Qué digo igual, más, mucho más.
Porque uno debe valorar que el organismo te responda y te halles en condiciones
de colgarte una cámara al hombro para perderte por los encantos que la
naturaleza te brinda en cada esquina.
Así que,
señores académicos, nada de en desuso. Júbilo y viva alegría, sí y sí. Para
regocijo propio y puede que sana envidia para otros. Por eso, y algún aspecto
colateral más, en este próximo mes de diciembre no votaré por el partido de
Mariano Rajoy. Porque yo no he visto personaje más impopular, desabrido y falto
de sensibilidad. Me parece tétrico y demasiado tecnócrata. Si fuera ducho en
idiomas, que no lo es, defendería una procedencia alemana antes que gallega.
Sus cuadrados planteamientos me conducen a tal idea. Y a lo peor no se le quita
cuando lo jubilen. Que sí, los suyos propios lo conducirán a su particular
sanmartín. ¿Te apuestas algo?
La semana
pasada –algo te señalé el lunes– estuve en El Hierro. Debo reconocer
públicamente –lo mismo es la enésima vez– que soy un enamorado de estos
peñascos atlánticos. Y me entristece sobremanera el que se haya cogido la manía
–bendita, por otra parte– de querer visitar lugares exóticos, mejor cuanto más
lejanos. Y no digo que sea malo, todo lo contrario, pero me duele que esa misma
persona me reconozca a continuación que le queda por visitar una de nuestras
perlas autóctonas. Eso no tiene perdón de la divinidad (en caso de existir,
porque esa experiencia me interesa seguirla retrasando).
Coincidió la
estancia con esos días de avisos coloreados. Pero ni se cayó el más mínimo
trozo de la Fuga
de Gorreta, ni los aerogeneradores de Gorona del Viento sufrieron desperfecto.
Me dijeron que, incluso, los lagartos gigantes durmieron a pata suelta, sin
temor de que les vinieran encima aguaceros inoportunos.
La casualidad
hizo que en el viaje anterior (octubre de 2012) cayeran, asimismo, lindos palos
de agua. Tantos que debieron cerrar el Túnel de Los Roquillos por unas horas
debida a una avalancha de lodo en su salida por La Frontera.
Como sigo con
la costumbre de disparar (qué gozada el no tener que llevar los rollos a
Valero) a todo lo que se me ponga por delante, y aun en mis carencias técnicas
más sonadas, qué colores adquiere el panorama tras una buena rociada. Aquello
de que tras la tormenta viene, o renace, la calma tiene mucho de cierto en el
campo de la fotografía. Y las panorámicas que se te brindan, sin ese sol de
justicia que te quema la visión, son espectaculares. Todo con mi vieja Canon
que no sabe, como yo, de formatos raw. Como tampoco de composiciones y arreglos
de Photoshop. Lo más, poner algún horizonte derecho con la inestimable ayuda de
Picasa. No me hallo en edad de presentarme a un concurso. Más que nada por si
me premian. Qué vergüenza.
La
instantánea, cómo no, una de las tantas de la Isla del Meridiano. Del inicio del sendero que
desde Jinama (Mirador) te lleva hasta la puerta de la Iglesia de La Candelaria, con su
campanario elevado, y a cuyo costado se halla el antiguo terrero de luchas… Y
como escribía años ha para un tema titulado Isla de luchadores, que grabó Higa
como una berlina, esta introducción recitada por José Manuel Pitti, quien ahora
brega en arenas parlamentarias (cómo se echa a perder uno):
El Hierro,
pequeña, avanzadilla en la mar océana, que se alonga por Orchilla a las tierras
de promisión; faro de la despedida, pero también de la añoranza, de la
esperanza por retornar algún día.
El Hierro, la
antigua Hero, la fuente del mítico Garoé, isla de la soledad que une, isla del
Meridiano Cero, al decir de Ptolomeo.
El Hierro, la
isla de las sabinas doblegadas por el alisio, árbol viejo y de formas
caprichosas que se retuercen tumbadas y abatidas buscando el socaire en las
alturas de La Dehesa.
Y arriba, muy
arriba, las nubes que se abrazan a las cumbres configurando la techumbre
preñada de humedad. Y sobre ellas, el azul infinito.
Abajo, la
nobleza, la hidalguía, la isla de los hombres de noble lid y generosas y
amplias miras. Porque El Hierro es, además, isla de luchadores: Ramón Méndez y
Machín, / El Chorizo y El Piñero, / se batieron con honor / en la arena del
terrero.
Descansen.
Feliz fin de semana. Y de tener posibles: ¡Viajen!