viernes, 30 de agosto de 2013

Algo más que panza de burro (y 5)

Sí, mis abnegadas asistentes; ni la amenazas de los limones y el bucospray han surtido efecto. Les resbala. Se asemejan sobremanera a quienes deben guiarnos. Que trazan rumbos dispares en función de lo que hallen cada mañana cuando asoman allá en la proa. ¿O la popa?  ¿Un proyecto inacabado o la historia interminable? ¿Los vericuetos de la vida o la insoportable levedad del ser? Y la madre del cordero. Que no divago, reflexiono.
Se me han acumulado diversas tareas, virtuosas llagas, y no he sido capaz de desarrollar mis competencias básicas, elementales, primarias, que no fundamentales, esenciales, primordiales. Mi alumbrado de cruce no alcanzó más allá de la veintena de metros. Y me agobié, por qué no decirlo. Me vi rodeado por quehaceres variopintos que provocaron apariciones inoportunas –sus apariciones, respetables costras blanquecinas– y me causaron estrés, a decir de la sapiencia culta y bien ponderada de los que más saben. Que de enfermedades van servidos.
Los pasajeros de esta nave, preciadas úlceras, observan anonadados cómo la tripulación comienza a hacer aguas y siento inmensa tristeza, plaguitas mías, y quisiera disponer de un rato para ponerme a fregar la cubierta. Me apetece. Quizás me distraiga un poco y puede que la fregona se lleve ponzoñas, contagios y microbios. Ahora que los virus andan viene a resultar que hasta los cuartos de baño se nos atascan. Y eso en medio del océano no implica mayor peligro, si la avería es transitoria, pues, de lo contrario, habría que ponerlo en manos de mantenimiento, y puede que sea peor el remedio que la enfermedad.
Hace un rato creí ver, astutas incordias, una isla desierta. Pero saqué fuerzas de flaqueza y miré para otro lado, no sea que hubiese sirenas y me atrajeran con sus cantos. No aprendo, aunque sigo creyendo que si el trabajo transcurriese en otro ambiente, donde la armonía fuese norma de obligado cumplimiento, otro gallo nos hubiese cantado. Pero la gallina turuleca ha puesto un  huevo, ha puesto dos, ha puesto tres…
“Siempre estás de buen humor”, me señaló cierta viajera hace unos días. Menos mal que ustedes, sagaces hostigadoras, no me han podido. Me han dejado chungo, pero he resistido sin pedir quince días por asuntos propios (llagas en la lengua). Y todavía me río de vez en cuando, toma ya. Y aparento uno menos, chúpate esa. Cuando llegue a puerto, si  antes una tormenta tropical no nos deja en la estacada, me afeitaré, cambiaré mi rostro curtido por las sales –interiormente por cuanto potingue calme escozores y roces inoportunos–, y me embadurnaré con multiactiv de Astor hasta que no me reconozca ni la nueva tripulación. Porque… dimito, me jubilo, me dedicaré a pasear el carrito –con Emma dentro, claro–, a caminar cuando me venga en gana, a fotografiar ánades hasta quedarme palmípedo perdido, a dormir… ¡Ay!, dormir, qué añoranzas.
Y como ya no tendré aftas, quedaré cuando menester fuere con otros extripulantes (que también sumaron –y mucho–  en anteriores travesías) para reírnos a mandíbula batiente tras la ingesta de un par de vasos de vino, porque las penas habrán quedado ahogadas. Atisbaremos en lontanaza otra derrota (acepción náutica; ¿cómo?: ¡¡¡diccionario!!!). A la que desearemos desde nuestro atalaya toda la suerte del mundo, porque en el navío irán signadas huellas de un pasado que ya formará parte de nuestra historia. Invisibles a la política del bien quedar y del ahora mismo, pero bien interiorizadas, allá donde no llegan las miradas superfluas.
Necesitaba desahogarme. A lo peor no lo he conseguido y el próximo lunes caeré nuevamente. Pero estarán conmigo “los que lloran de rabia y se tragan el tiempo en “llaga” viva”. Perdone usted, don Pedro García Cabrera, gomero ilustre, que da nombre a mi calle vecina, por haber osado a cambiar “carne” por “llaga”. Sí, “solo nos estoy. Están conmigo siempre horizontes y manos de esperanza”. Por eso, y no es poco, aftas mías, voy a seguir. No me fugaré ni subiré a contarle los botones al santo, ni asumiré competencias en el Comité de Honor para conmemorar El Voto de San Vicente. Pero seguiré haciendo lo único que he sabido desde que me sacaron de la cuna, qué digo, del cajón: trabajar. Sé, soy consciente, de que van a acompañarme hasta el próximo espacio vacacional largo –verano–, pero al menos tendré de qué y con quien quejarme.
De ustedes, afectísimo, su seguro servidor, para lo que tengan a bien disponer.
P.D.  Me temo que no haya sido demasiado original. El género epistolar, tan generoso en nuestra literatura, se merece actores de mayor porte. Y este humilde juntador de palabras, ahora, para más inri, en período aciago, cree no haber alcanzado siquiera la condición de aprendiz. Ojalá. Máxime cuando otras ocupaciones lo traen por la senda de la malaventuranza. No quisiera que mis cuitas se convirtieran en malquerencias. Sería mal síntoma. Gracias, mis aftas, por dejarme escribir en soledad. De no haber sido por ustedes, la reflexión escrita no hubiera tenido lugar. Y seguro que con la impetuosidad del lenguaje oral no hubiese sido lo mismo. Ustedes, mis aftas, también lo han hecho posible. Reitero mi agradecimiento.
Tengan un feliz fin de semana y que el inicio de septiembre no le suponga mayores quebraderos de cabeza.

jueves, 29 de agosto de 2013

Algo más que panza de burro (4)

Es martes y comenzó febrero
Voy aguantando bien. Lo más interesante ha sido al salir. El vecino, enfundado en una bata y con las canillas al aire, andaba tomando nota de las matrículas de los coches. ¡Pobrecitos, si ellos estaban callados! En todo caso, si alguien hizo ruido, no sería el Michubichi...
Incremento paulatino –¿o ‘paulativo’, que mentaba un conocido gomero– de la velocidad. ¿Hambre? ¿Cansancio? ¿Ganas de mandarlo todo para cierto sitio? No se puede decir lo otro porque estamos en la Natividad y en tal época no se puede disparar la lengua. Al menos, las viperinas. Las diez y tantas. ¿Lenguas? ¡Chacho, déjalo estar!
"Mañana me levanto tempranito, arranco el ordenador y con la fresca compondré un par de páginas en PageMaker, que hace unos días que se me pegan las sábanas. Tengo el diario a la mitad, pero este mes de diciembre me trae loco. Entre el estrés, el turrón, los vasos de vino, el Feliz Navidad y otras menudencias varias ando tres cuartos de desorientado, que es mucho más que medio desorientado. Tanto como una cuarta parte más".
Eso me dije. Eso pensé, mientras me recomponía la manta que se escurría hombros abajo. ¿Estaré más flaco? La cinta no me quedó bien. Tendré que decirle a la costurera –mi mujer– que le ponga un punto. No me atrevo a decirle tres porque me manda al lugar en el que pensaba hace un momento. Como los aficionados del Tenerife, que mentan al representativo... Déjalo estar. Eso, más que sea en segunda.
Por aquí debió haber una escuela, dije. ¿O me dije? Lo leí en cierto periódico de años idos p´al carajo. Un respetito, que estamos en  momentos de buena nueva. Eran los tiempos del cogotazo y tentetieso. Y cuidadito con decir nada en casa. Dos podían convertirse fácilmente en cuatro. Mejor, no tentar la suerte. Generosos los maestros que te calentaban las orejas cuando no se había inventado la estufa. Aquellos cuerpos esmirriados requerían aportes adicionales. Pero no había depresiones, estrés, ni llagas en la boca...
Misiva a mis aftas
Villa de Viera, a 13 de noviembre (Día de la fuga de San Diego) de un año cualquiera de la primera década del siglo XXI.
Queridas y estimadas compañeras de viaje:
Espero que al recibo de la presente se hallen bien. Por aquí, salvo las jaquecas del susodicho, vamos escapando. Estoy apesadumbrado. Por mi mente han pasado –siguen pasando– imágenes de abandono. De seguir así, en este estado calamitoso, puede que antes de que concluya la singladura agarre un bote salvavidas y me lance a la mar océana. Porque el puerto de atraque se me antoja demasiado lejano. Y temo que los vaivenes de la tempestad me hagan zozobrar irremisiblemente. No, no son tiempos de bonanza. Qué más quisiera este otrora quimérico. Sí, entiendo que no me hayan seccionado la yugular, pero los reiterados desplantes, las ignorancias y los ninguneos me han cortocircuitado la ilusión. Y aunque feo esté el reconocerlo, por aquello de falsas modestias y otras zarandajas varias, había a raudales. Constato, además, que este pesimismo elevado a la enésima potencia es compartido por más miembros de una tripulación desmotivada. Sacudo la cabeza en demasiadas ocasiones para quitarme del magín el que entre tanto trajín por la cubierta de este barco a la deriva, pueda ser algún capitoste quien no haya sido capaz de llevar el timón con mano firme. Mejor, con mano consecuente. Presiento que la brújula esté realmente averiada. Que su norte no sea una meta sino un mero instrumento, una justificación.
Hacía tiempo, bastante, mis entrañables amigas, que no reflexionaba ante un papel. Y aquí estoy. Si lo hago es porque he vuelto a sentir la necesidad vital de plasmar por escrito lo que me hace malvivir. Y ustedes, cómplices de mis desazones, sólo acrecientan temores en las largas estadías del insomnio. ¿El estrés? Sacrosanto descubrimiento. Sí, pero no solo. Porque ni siquiera los disimulados intercambios de pareceres con más descorazonados, cual prófugos que huyen de la justicia, sirven de consuelo a los que parecen nadar a contracorriente.
Qué dilema, apreciables acompañantes, para quien no dado a lisonjas y halagos, reclama, sin embargo, proyectos bien definidos en los que es fundamental el “todos a una”. Cada cual con su cometido; sí, pero a través de un mismo cauce; varios vectores, varias fuerzas, pero una única resultante. Y ustedes, cordiales agregadas, son tan culpables como yo, porque por algo me siguen –me persiguen– en mis correrías por pasillos, documentos y archivos.
(Continuará)

miércoles, 28 de agosto de 2013

Algo más que panza de burro (3)

Quiero y no quiero querer a quien no queriendo quiero... Llegan dos. Los rezagados habituales. O los que se retrasan habitualmente. No importa. Vienen. Los hay que no. Aquellos aportan. Poco, pero suman. Estos, no. Restan. O detraen. Es más fino. Como el vino dulce y el anís. Que se toman a pequeños sorbos. Asiendo el minúsculo recipiente de vidrio con los dedos pulgar e índice. No da para más. Ni para menos. Hasta tal punto enano que ni siquiera te molesta la nariz. Lo más, el bigote. No te olvides de las pastas. O los pasteles del Realejo. Sí, pastas y licores. A la antigua usanza. De cuando maestras y maestros, que no tenían donde caerse muertos, invitaban con semejantes deleites a las autoridades que acudían a los exámenes en sus escuelas. ¡Oh, progenitora que los trajo al mundo!
Nueva parada. Nadie sale. Deben estar a las once en la fábrica de hacer chicos. Seguro que algunos así lo desean. De no estar aquí... Y este tenía buen vino, me cago en la madre que lo parió. La madre, siempre inspirando buenos sentimientos. Es la Navidad. Se nota, ¿no?
El cielo limpio, radiante. Muchacho, si ya lo dijiste al inicio. Pero es verdad. Estrellas, constelaciones, osas, sagitarios, escorpiones, piscis y tauros. Mide cinco veces la distancia de las dos estrellas que conforman el lado inferior del cuadrilátero de la Osa Mayor, traza una línea en la dirección que ambos puntos luminosos indican y ahí mismito te encontrarás con la Estrella Polar. Única práctica de fundamento que valió la pena en el cuartel. La que señala el Norte. Sí, nuestro norte, verde, húmedo, apanzaburrado. Regado por el alisio desde Teno a Punta del Hidalgo. Desde el faro hasta el folclorista del sombrero. Cuyo apellido se ha multiplicado para bien. ¿Dije norte, alisio, verde húmedo...?
¿Mirar arriba o abajo? ¿Un firmamento preñado de guiños de fuego –¡qué literario!– o un cacho de roca que te puede llevar las narices al suelo –¡qué práctico!–? Dos polos de una misma realidad. Una acera, ¿qué raro, tendría proyecto? […]
Un lunes, y seguimos en enero
Me dirás que hoy no toca. No, los lunes no toca. Ni toco. Casi nunca toco solo. Es aburrido. Es preferible tocar acompañado. Y más chachi. Depende de la tocada (musical). Si está bien, mejor. Ya lo decía un compañero aficionado a jugar con el rico refranero: "nunca es tarde si la niña está buena". Pero como me siento bien –¿habré dormido en Flex?–, decido cambiar las cuerdas. Las pobres antiguas llevaban inactivas un trienio. Añádanle lo poco o mucho que pudieron estar sonando en mis reencarnaciones musicales anteriores. Hasta el afinador –Korg; DT-2 (Digital Tuner), made in Japan, adquirido en Musi Realejos el 18 de junio de 1993 (factura número 000259, espero que Hacienda no tenga acceso a estas líneas, por si no la declaró), por un importe global de 9.700 pesetas– se puso contento. Después de ponerle una pila nueva, por supuesto. Kodak, 9V. Estaba la pobre, de pena. Casi, casi como yo. Con el voltaje bajo mínimos.
Día siguiente, martes (claro)
Hoy ha llovido con ganas. Y con un brisaje guapo. Hasta truenos hubo anoche.  Llevé al ensayo la letra de una berlina de El Hierro. Habla de luchadores y cosas de esas. Siento que para algo voy a servir. El que no se consuela, es porque no quiere. ¿Que cómo me va? Sigo sin enterarme. Espero que aquello de burro cargado, busca camino valga en la presente ocasión. De no ser así, la habremos jeringado. Como el cemento a la platanera, como la electricidad a la capochina, como Roca a los baños de aluminio, como Santillana, Edebé y adláteres compinchados al Faro de la época franquista...
Jueves de la misma semana
No me encuentro bien. Unos "hijos de la gran puta" –así, entrecomillado, para destacar mi cabreo–, enormemente valientes con una pistola  en la mano, han asesinado a un concejal del PP y a su mujer en Sevilla. Y me duele; mucho. Así entienden el diálogo en defensa de ideales políticos. ¿De cuáles? Nacionalismos excluyentes del conmigo o contra mí. El entrenamiento es la misa. Mis creencias, insisto, bajo cero, pero me acordaba de las familias de los que cayeron bajo el horror de las balas.  Y me recogí, a mi manera, pero recogido. Por cierto, recuerdo, ahora que ya no llueve como antes, ese día también San Pedro fue generoso. Bastante. En La Palma, con viento.
(Continuará)

martes, 27 de agosto de 2013

Algo más que panza de burro (2)

Había hablado con las altas esferas. Altas por lo de tener que subir a La Perdoma. Y altas, asimismo, por ser los que dirigen el cotarro. Tras tres tristes años de prudente retiro, retomaba la pretérita –¿y preterida?– determinación, libre y voluntaria, de volver a agarrar las cuerdas con renovados bríos. Resolución que me recompuso a intervalos reiterados... (Espero que los profesores de literatura me tomen la frase como modelo de aliteración). Las musicales, claro. Las otras están más desafinadas aún. Las han cascado los chicos en el peregrinaje instructivo. Pero corramos (es)tupido velo, porque cuando se comienza a presumir con ciertas décadas del período existencial a las espaldas, es síntoma inequívoco de inicios de carencias, de declives pronunciados, como las cuestas perdomeras. Que son muchas, aunque ellos dicen tener solo una: La Cuesta.
Un martes de enero
Aparecí por La Marzagana. Para uno de p´abajo –como yo–, te diré que está p´allá arriba. Casi en la linde del Realejo con la Villa. No en la orilla del monte, pero sí al lado de un lugar llamado El Bosquito (para Benito, El Bosque. Y algo sabrá de andares y andanzas por andurriales tales. ¿O no es verdad, Magdalena?). Y en una zona que fue, tiempo ha, una gran finca de viñedos. Por debajito mismo del campo del Cruz Santa, denominado La Suerte. En el que casi siempre pierde. Vaya suerte. Que es realejero –el equipo–, pero que el terreno de juego pertenece al municipio orotavense. Al ladito, por lo tanto, del barranco de La Raya. Con el que hubo litigio entre ambos municipios. Me costó una buena caminata por riscos y cañadas. Cuando me decida a contar mis memorias políticas, sabrán ustedes de tal hazaña. Pero que los tribunales fallaron a favor de La Orotava. Y se quedó mi pueblo con tres palmos de narices. Porque lo quería trasladar más al Este, para confundirlo con el del Cerrudo. Vaya con las dichosas pretensiones de abarcar más.
El ensayo comenzó a las nueve. Pero el instrumento lo dejé en la maleta del coche y me dediqué a regolizniar. ¡Chacho, no me enteré de nada! Si lo llego a sacar, hago el ridículo más espantoso. ¿Qué pensaste? Ya te insinué que era laúd. Con seis cuerdas dobles. Acaso crees que el otro da para estirar tanto. Se me rompe al primer intento de afinado. Si es que logro alcanzar el punto exacto de los decibelios. No te rías. Ni bemoles y mucho menos sostenidos. Si estás para que te sostengan...
Un viernes, tres días después
Aquí estoy de nuevo. Lo difícil, siempre, es el principio. Me lo prometí, no hace tanto, cuando estudié otra de las boberías en las que uno se inmiscuye: "Si aguantas hasta diciembre, es posible que sigas". Y así fue. Me encontré con un jefe que se  movía con una parsimonia, que para qué contarte. Parecía dotado de cierta pusilanimidad. Y yo, iluso, bajé aquella rampa con el instrumento guardado en el forro. Para que no se enfriara. Ese día firmé un papel. Algo así como la inscripción en el club. Por consiguiente, que diría Felipe González, pronto haré el año de prueba. Y pasaré a formar parte, con todos los derechos, del gremio...
Hacia Belén va una burra, rin, rin, yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un  remiendo, yo me lo quité.... Suena el móvil. Ring, ring, ring (traducción libre de una extraña melodía). El Quinto de Caballería ataca de nuevo. Otra actuación, estamos de suerte. Camino a La Suerte. Échate p´aquí, Mariquilla, que te cogen los coches. Y de noche todos los gatos son pardos. No corras, que vas a perder el instrumento. Musical, evidentemente. El otro se deteriora, pero no se cae. Normalmente. Se encoge, lo más. Ya te lo dije, se consume. Sin prisa, pero sin pausa. Inexorable.
¡Qué portal más hermoso! ¡Y qué Niño tan salado! Cumplidos. Besitos. Efluvios amorosos que pronto se disiparán. Como la Navidad. La del pudiente. Es la auténtica. Como la manta. De pura lana virgen. Sí, la Virgen. Y el pobre de San José. ¿Por qué pobre? ¿No llegó a Santo? No, Espíritu Santo, no. A ese no debe tenerle mucho aprecio. Las palomas también cagan. La cagan, no. ¿O sí? ¿Qué más quiere? Muchos de los anónimos ya bien lo quisieran. Poesía al canto. ¡Madre mía! ¿La Virgen? No, la mía. Aguanta firme y tieso. Como si estuvieras tocando. ¿Qué cosa? El instrumento, ¿otra vez?
(Continuará)

lunes, 26 de agosto de 2013

Algo más que panza de burro (1)

Nos extrañamos de estos tiempos en agosto y si uno repasa datos de años idos viene a resultar que ha habido hasta nevadas en El Teide en este mes canicular. Lo que ocurre es que vivimos tan al día y tan deprisa que echar la vista atrás con el único afán de pensar un fisco nos produce tremendos escalofríos. Lo palpo sobremanera en las redes sociales, en las que las gentes hacen comentarios que rayan el esperpento. No tanto por su escaso valor lingüístico, que también, sino por su nulo rigor argumental. Y si solo fueran jóvenes a los que el impulso les puede. Pero no, hay mucho atrevido entrado en años que bueno sería recordarle que se remonte apenas cuatro o cinco décadas atrás y repase los requisitos exigidos para ejercer una carrera alcanzada con enormes sacrificios y graves penurias económicas. En fin, dejémoslo así porque el que nace barrigón…
Parece que se vienen produciendo robos en la Casona de Rambla de Castro. Otra consecuencia más de cómo se juega alegremente con los dineros públicos. Porque se acometen inversiones sin planificar qué hacer en un futuro inmediato con las obras realizadas. Ahí tenemos el denominado Sendero Turístico, la flamante Gorona del Viento en la Isla del Meridiano, cualquier depuradora del pueblo que ustedes prefieran, los jardines de autovías, autopistas y carreteras, paseos marítimos en lugares de elevadísimo tránsito con más mierda que cualquier estercolero al uso o programa de Telecinco…
Así que cansado de tanto día de asueto y con increíbles arrestos para iniciar el nuevo curso, me apetece darte a conocer las primeras páginas de lo que podría ser otra publicación de un servidor de ustedes. Pero hay crisis. Profunda. De valores. Pero también de perras. ¿O no es verdad, Adolfo? Ni lo intento…
La manta, ¡qué recuerdos! Horas de caminar intenso. Angustias –no el barranco palmero– por querer abarcar cada esquina, cada lugar. Por Tío Luis y Fuente Vieja. Por el Callejón del Pino y por La Puente. Por Los Túnez y por El Cerrudo. Por La Marzagana y por Katanga. Por La Cuesta y por La Arbeja. Por La Suerte y por El Calvario. Por el Moñigal y por El Salto...
Un vino, dos vinos, tres vinos... Toma, prueba este. Escaleras empinadas en busca de alturas a falta de solar, o espacio horizontal a mentar en unidades de superficie. Metros cúbicos que suplen ausencias de los cuadrados. Barranquillos, quebradas y oquedades. Algas, musgos y líquenes. Árboles, arbustos, hierbas y matas varias. Cumpleaños, lotería, desilusiones. Incongruencias. ¿Qué tocamos? La misma, cuál va a ser. Reyes, pastores, angelitos. Camellos, burros, vacas y demás ganado vario. Tíos y tías –sin connotaciones– que ascienden y descienden machacando rodillas y templando cuerdas. Un brisaje finito que baja de las cumbres y se cuela, aun con la manta, por rincones prohibidos. Que dejan ciertos órganos consumidos, hechos un asquito. ¿Vergüenza o los años? Lo uno y lo otro. Más lo otro que lo uno. Pero consecuencia el uno del otro. O el otro del uno, ¿quién lo sabe?
Parada. Otra. Y van... La misma, ¡qué cansancio! Se desafina la segunda. Una de ellas, que es laúd. Vuelta a empezar. Más angelitos, más pastores, más zagalas. Que tocan dulcemente flautas de varios agujeros. Osadas, atrevidas, inconformistas. ¿Recatadas o catadas reiteradamente? Cuyas notas musicales se esparcen por el éter, por el infinito, ¡oh, qué bonito! Hombres, mujeres y niños. A izquierda y derecha. Arriba y abajo. Portales estrechos. Filas indias, por imposibilidades físicas de espacios. Clavijas que tropiezan con salientes no bien encalados. La madre del tiroliano...
Otra vez observé el calendario. Me percaté de que no le quedaban hojas. Y exclamé: ¡Dios (bueno, dije coño, pero me da vergüenza), cómo se nos va el tiempo! Si parece que fue ayer. Y no, hace casi un año. Había pasado Navidades, Reyes y demás fiestas del bien quedar y mucho gastar. Digo lo del bien quedar por aquello de las felicidades y besitos para todo el mundo. Incluidos los que no tragas ni de coñas. Exacto, esos que te caen más estrechos que los zapatos el día de la primera comunión. Y lo de la primera comunión lo puse con minúscula, porque no es mi fuerte la religión. Lo del mucho gastar, estará meridianamente claro, ¿o no?
(Continuará)

viernes, 23 de agosto de 2013

La mujer del marinero

El pasado mes de mayo fui premiado en el concurso de coplas canarias Guanapay, que convoca el ayuntamiento de la Villa de Teguise, en Lanzarote. Del hecho tuve conocimiento a través de la lectura en un digital de aquella isla. Comunicación oficial, ninguna. Ya lo contaré con mayor detalle. Y como algunos amigos me invitan a que dé público conocimiento de la obra galardonada, aunque sea a regañadientes, allá va: ‘La mujer del marinero’.
La mujer del marinero
su mente deja volar,
entre yodos y salitres
se la escucha musitar.
Fueron momentos felices
los que aquí juntos pasamos,
y en la misma singladura
por mil senderos remamos.
Caminos tiene la mar
que cual ríos recorrimos,
fue ilusión de juventud
la que unió nuestros destinos.
En la arena se dibuja
el retrato del pasado,
ni el viento ni la marea
pudieron jamás borrarlo.
Las olas en su vaivén
le traen a la memoria
al patrón de sus amores
que timonea en la Gloria.
Cada tarde reflexiona
la mujer del marinero,
cuando el sol por el poniente
se nos despide del cielo.
Por los riscos de Famara
cuántos suspiros bajaron,
hacia aquellos que en la mar
por sus familias lucharon.
Con los Novios del Mojón
se sellaron mil amores,
piratas de tierra adentro
que robaron corazones.
El viento de Lanzarote
en la mar levanta espuma,
parodia de dulce madre
que al niño mece en la cuna.
Me dijiste en la chalana
que esta pesca es diferente:
cuando a la vieja refolas,
tú la escardas y se pierde.
Con las jacas sancochadas
muchos lances disfrutamos,
son pasajes que me vienen
de los tiempos que bogamos.
Con la marea llegaba
una hermosa melodía,
en ecos de caracola
y compases de folía.
En la popa de mi bote
al arrullo me dormí,
en lo profundo del sueño
a mi lado te sentí.
Me acuerdo cuando en la playa
de reojo me mirabas,
mi padre soltó la caña
diciendo que no picaban.
Al echar la vista atrás
entre aparejos me veo,
con un timón en las manos
en busca de rumbos nuevos.
Allá dondequiera estés
sigue contando conmigo,
qué menos podría hacer
por quien siempre fue mi abrigo.
Cuando el manto de la noche
de la luz se apoderó,
la mujer del marinero
al hogar se retiró.
En silencio nuevamente
ha cumplido el ritual,
el recuerdo permanece
aunque nada ya es igual.
Te quise contar la historia
que se escucha en el lugar,
la de la triste figura
que pasea junto al mar.
Tengan un feliz fin de semana. En la próxima, más novedades. Aunque estemos en verano, aquí seguimos.

jueves, 22 de agosto de 2013

El sendero turístico

Llevo un tiempo escuchando, y leyendo, comentarios acerca del notable deterioro de este sendero. Al que tantas páginas informativas se le ha dedicado a través del tiempo. Y al que llegó a denominársele el sendero del agua. Y el calamitoso estado actual viene a demostrar que se acometen obras sin que se tenga definido el futuro inmediato. Creo que se juega alegremente con los dineros públicos sin que exista previsión alguna para el adecuado y necesario mantenimiento que toda realización exige. Y los invito a que hagan un alto en la lectura, si a bien lo tienen, y piensen la cantidad de ejemplos que ahora mismo podrían citar.
Un paseo desde la zona de la playa de Los Roques hasta la Casona de Castro (ahora sometida a reiterados robos) nos pone de manifiesto que se han dilapidado muchos millones. La tan cacareada reposición de especies vegetales (fundamentalmente dragos y palmeras) ha sido un fiasco total, amén de una considerable pérdida de recursos económicos por el abandono secular de los diversos tramos y zonas del Paraje Natural.
Y como del particular he escrito en más de una ocasión, y creo que no sea esta la última, van unos párrafos publicados en el periódico El Día un lejano 10 de diciembre de 1991. Casi veintidós años después seguimos entonando un estribillo parecido.
“Los unos, los más, han manifestado que nos han esquilmado la arena de nuestro litoral. Los otros, los menos, han venido a desmentir a los primeros, ale­gando que los estudios pertinentes han deter­minado la nula incidencia de tales activida­des. Sea como fuere, y sin que sirva de pre­cedente. por esta vez voy a coger por el cami­no del centro: ni con los unos, ni con los otros.
En el cruce de comunicados habidos, en realidad no han sido tantos, merece la pena destacar una alusión al sendero turístico que habrá de recorrer, en su día, toda nuestra costa.
A bombo y platillo se destacó la noticia de la realización de la segunda fase de este proyecto. A aquellos que tenemos la inmensa suerte de transitar tales parajes, nos llenó de alegría tal buena nueva. Venía a ser, en defi­nitiva, la restauración, el acondicionamiento de una zona que había sufrido las consecuen­cias de la canalización de la red de saneamien­to en el tramo comprendido entre ambas Románticas. Se trataba, en fin, de hacer jus­ticia. Lo malo es que no se dijo que este tramo había quedado cojo. Le faltaba, y le falta, la conexión definitiva en Romántica I. Cuando caen los muros en la Europa del Este, aquí, sin ir más lejos, los levantamos para orgullo de cuantos nos visitan. Quien lo haya recorri­do sabrá a qué me estoy refiriendo.
Si lícito es destacar y colocar en su justo lugar aquello que bien se realiza, no lo es menos, o no debe serlo, la justa pretensión de poner los puntos sobre las íes cuando obser­vemos determinadas irregularidades.
Hace unas semanas, en un programa de la FM 107.5, un alto responsable del Hotel Maritim ponía el dedo en la llaga y aludía al lamentable estado en el que se encontraba el tramo comprendido entre este complejo turístico y Romántica II, es decir, aquel que discurre por los aledaños de la playa de Los Roques: lo que en el proyecto original se denominó como primera fase. ¡Y cuánta razón tenía!
De aquel primitivo encanto, de aquel deli­cioso paseo utilizado por infinidad de turis­tas, sólo quedaba el recuerdo. Grandes tra­mos de barandas arrancadas y arrojadas al callao, escalones en los dos accesos a la playa que brillan por su ausencia, suciedad y escombros por doquier, no vienen a ser, pre­cisamente, un atractivo para los transeúntes.
La culpa habrá que achacársela a todos. El paso inexorable del tiempo no puede ser, en manera alguna, el único factor desencade­nante de tal desaguisado.
Hace unos días nos congratulaba la noticia de que el Ayuntamiento realejero, merced a un convenio con el Gobierno Autónomo, se disponía a comenzar su reparación. Aunque lo que pudo haber sido subsanado con un mucho de imaginación, con un mucho de oportunidad, y un poco de dinero, habrá de ser repuesto ahora con mucho, muchísimo dinero. No obstante, hagamos caso a lo de más vale tarde que nunca, o, tal vez más ilustrativo, a lo que dice un buen amigo en estos casos: Nunca es tarde, si la ‘niña’ está buena.
Vamos a ver si a todos los que les gusta esti­rar las piernas por estos contornos vuelven a disfrutar de naturaleza al arrullo de las olas.
Vaya, para finalizar, un par de solicitudes. ¡Por pedir que no quede!
Y sea la primera la rápida solución al tra­mo conocido como La Fuente: los que bajan al Boguiño y los Pejerreyes lo hacen cantando lo de Pena, penita, pena... Y el segundo, que se sigan adecuando nuevas fases, que la brisa marina despeja la mente y pone en claro nuestras ideas, alguna de ellas puede que sea hasta aprovechable.
Pero, de vez en cuando, a dar una re­pasadita a lo que atrás quedó. ¿No les pare­ce?”
Aprender, lo que se dice aprender, a los hechos me remito. Y que lo vayan a arreglar por una carrera (Tenerife Bluetrail), cuando miles de usuarios (caminantes), entre ellos centenares de turistas, han padecido penurias… Sin apostillas.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Bien nos encanta el cuento (y 5)

Abrió los ojos y el sol ya estaba en lo más alto del cielo. Estiró fuertemente sus brazos, se frotó los ojos y bostezaba continuamente. Le parecía escuchar su nombre allá a los lejos:
–Mamadou, Mamadou, Mamadou…
Cuántas cosas he soñado, se repetía. Hasta se me antojaba escuchar la voz de Mariama.
Volvió a tenderse en el mismo sitio desde donde veía las estrellas cuando estaba el agujerito en el techo, cerró los ojos y...
–Mamadou, Mamadou, Mamadou...
Sacudió la cabeza, pero ahora no soñaba. Aquella vocecita parecía real. Se levantó medio desconfiado y salió fuera.
–Mamadou, ya estoy aquí.
Por una esquina del poblado venía corriendo Mariama. Su corazón le dio un vuelco y se despertó del todo. Una inmensa lágrima rodó mejilla abajo y echó a correr todo lo que sus piernas daban. En medio del poblado se fundió en un larguísimo abrazo con la pequeña que sólo reía mostrando sus blanquísimos y bien alineados dientecitos. Papá Mansour y mamá Ndiaye también se miraron y sonrieron...
Muchos cuentos hay en los libros. Todos ellos mucho más bonitos que este que te acabo de contar. Porque los cuentos se cuentan y nos cuentan. Y los hay de todos los gustos y colores. Como los yogures, por ejemplo.
En el semanario independiente El Regional (La Orotava, 25-febrero-1905, año I, número 9, páginas 1 y 2) encontramos un interesante artículo, “El amor á los libros”, que nos relata la importancia fundamental de estos “pequeños paralelepípedos, aprisionados entre ocho aristas”, donde se recogen los frutos más admirables del ingenio humano.
En referencia a la biblioteca que los contiene, compara a sus armarios con un pequeño estado que es menester gobernar, con todos los placeres, desalientos y glorificaciones que sentiría el pequeño monarca que, no pudiendo ensanchar sus confines de estado cuanto quisiera, se consuela y divierte recorriendo continuamente lo poco que posee.
Respecto a la influencia que ese conjunto de libros puede ejercer en los niños:
“Bueno es inspirar á la infancia el culto de los libros antes de que tengan amor á la lectura. Una habitación silenciosa donde de vez en cuando una persona inmóvil y seria, consagrada al pensamiento, deja en su imaginación huellas que trascenderán á su vida ulterior”.
Yo también digo: bueno, nobles gentes de la Punta Brava, de la otrora María Jiménez, fíjense si soy viejo, si no les convencí, disimulen un fisquito. Y si logré atraer la atención y distraerles unos minutos, mejor que mejor. Sigan con las nobles causas. Y la lectura bien merece nuestros esfuerzos. En los libros se encierra todo lo maravilloso que podemos conocer desde los confines del universo. Y ahora, para concluir, para que el artista se sienta complacido, halagado y recompensado, después de que aplaudan mi osadía, les dedicaré unas coplillas alusivas a la festividad. Pero, venga, o aplauden o me guardo el papel en el bolsillo.
Gracias miles, noble gente,
por tamaña complacencia,
concédanme su indulgencia,
si lo estiman conveniente.
A veces, se atreve uno,
y en un buen lío se mete,
contra todos arremete,
¡qué tío más oportuno!
A pesar de los pesares,
el libro no morirá,
adelante él saldrá,
por encima de avatares.
Si me permites, quisiera,
sugerirte la lectura
no me llames caradura,
mi intención esa no era.
El libro será tu amigo
y tu hogar la biblioteca,
allí hallarás a Babieca,
al Cid y también Luis Figo.
De todo tenemos “Día”
y es que mucho celebramos,
pero a veces no pensamos:
eres libro luz y guía.
Es difícil dar consejos
en los tiempos actuales,
perdonen cuestiones tales
a un mago de Los Realejos.
Si quieres dar en el clavo,
te recomiendo que leas;
no digo: tele no veas,
pero no  seas su esclavo.
Siempre busca la ocasión,
debes leer un ratito,
si quieres te lo repito:
“come libros con fruición”.
Se agotó la redondilla,
que es un cuarteto menor,
ya se marcha el orador,
se acabó la pesadilla.
Y esto fue todo. Me apetecía porque estamos en verano. Y estaba cansado de Bárcenas, de Gibraltar, de los monos…

martes, 20 de agosto de 2013

Bien nos encanta el cuento (4)

En el poblado la mamá estaba empezando a preocuparse. Le dijo a Mamadou que diera una vuelta a ver dónde se había metido la hermana. Pero como no la encontró, se organizó la búsqueda. Papá Mansour pidió tranquilidad, la misma que él utilizaba cuando iba a cazar. Sabía que si se ponían nerviosos sería mucho peor. Una vez calmados los ánimos se distribuyeron los hombres. Las mujeres se quedarían en el poblado por si Mariama regresaba cuando ellos estuviesen fuera.
–¿Puedo ir contigo?– preguntó Mamadou.
El padre pensó que más tarde o más temprano tendría que aprender su oficio y como esta era una buena ocasión para practicar, le respondió:
–De acuerdo, pero siempre a mi lado.
Al rato de haber salido, el pequeño ya creía saberlo todo. No dejaba de hablar, mientras papá, en absoluto silencio, observaba todo, como las leonas cuando acechan a su presa. Tan entretenido iba Mamadou con sus alegatos que no se dio cuenta de una trampa de las que tenían papá Mansour y sus amigos en todo el bosque. Y se cayó dentro. Su padre se acercó al borde y le dijo:
–La primera lección ha sido un fracaso. Si hablaras menos y te fijaras más no pensarías que ya lo sabes todo. En la vida se aprende siempre, aunque tengas un montón de años. Se aprende de las plantas, de los animales. Y se aprende observando y no hablando tanto. Aprenderías si marcharas a mi lado en silencio; ni delante ni detrás, sino a mi lado. Y si quieres seguir conmigo, sal de ahí, porque no pienso echarte una mano.
Y con la misma siguió su camino. Sabía que el muchacho era un gran trepador y podría salir solo. En efecto, al instante, Mamadou estaba a su lado. Eso sí, caminando en el más absoluto de los silencios. El padre dijo para sí: “Esto marcha”.
El padre pensaba que aquel terreno no era peligroso, ni había animales dañinos en las cercanías y empezó a preocuparse. Y se le olvidaron las lecciones que él recomendaba, por lo que, al no mirar bien por donde pisaba, se pegó un tropezón que casi se va de narices. Ya Mamadou iba a echarse una risotada, pero descubrió que el papá había topado con la tortuga de Mariama. Y como las tortugas son muy lentas, la niña no podía estar lejos.
Y la encontraron profundamente dormida al pie del árbol en el que se había puesto a descansar. Al levantarla, Mansour se percató de la hinchazón en la zona de la picadura. Rápidamente la trasladaron al poblado y le hicieron beber una pócima que conocían de sus antepasados, para que se le quitara el efecto del veneno que el animal había introducido en el cuerpo de la niña.
Pasaron muchas horas y Mariama no mejoraba. Ni despertaba. Lo hizo a los dos días, pero seguía mal. Y todos se dieron cuenta de que había transcurrido mucho tiempo desde que el escorpión la había picado. La mamá Ndiaye recordó lo que le había contado su abuela, cuando una persona logró salvarse merced a una extraña cura que le habían hecho en el gran poblado; allá muy lejos, donde el riachuelo se juntaba con el río grande, allá a donde se había marchado el misionero.
Y papá Mansour no se lo pensó dos veces. Preparó rápidamente la canoa, porque sabía que llegaría antes que caminando. Si remaba con todas sus fuerzas y aprovechaba la corriente que se producía por efecto de las últimas lluvias, pensaba que podría llegar en dos días y una noche. Además, por la selva tendría que cargar a la niña. Cogió una buena cantidad de pócima para mantener a Mariama despierta. Y se preguntaba: ¿Llegaré a tiempo?, ¿No se dormirá para siempre por el camino?
Con las primeras luces del alba inició el trayecto. Mamá vigilaba a la niña y él remaba con todas sus fuerzas. Mamadou quedó en el poblado a cargo de unos amigos.
Transcurrieron los días. Parecían más largos que los otros. Mamadou no quería jugar. Estaba triste y se pasaba todo el día sentado a la orilla del riachuelo. No se bañaba, apenas comía y no podía dormir. Tanto pensaba que ni se había dado cuenta de que había vuelto a llover y su cabaña ya no se mojaba por dentro.
Los amigos de papá Mansour, viendo la preocupación del niño, le pusieron un día, a la hora de la cena, unas gotas de un líquido que daba una planta muy rara y que servía para dormir a las gentes cuando les iban a curar alguna herida dolorosa para que no sintieran nada.
Esa noche el niño durmió profundamente. Y en sueños jugó con Mariama y la tortuga. Y en sueños salió con su padre a cazar grandes animales de los que aprovecharon sus pieles y su sabrosa carne. Y en sueños vio que llegaba al poblado una linda mujer de raza blanca que decía ser una maestra. Y que traía algo que ella llamaba libros, con dibujitos de colores. Y que aprendía a descifrar lo que ponía en ellos. Y en sueños se vio cruzando el riachuelo y llegaba al gran río y al gran poblado donde vivía mucha gente. Y lo hacía en una canoa que él mismo había construido…
(Seguiremos)

lunes, 19 de agosto de 2013

Bien nos encanta el cuento (3)

Y emprendió la segunda aventura, pero ahora lo haría a su manera. No estaba dispuesto a que otro paquete postal lo alcanzase. Así que se amarró el envoltorio a la cintura y otra vez camino a las alturas. Pero con una lección tenía bastante, porque en la segunda ocasión no hubo incidente alguno.
Se sentía feliz y dejó volar su imaginación. Ya se veía felicitado por papá cuando regresara de cazar. Creía flotar sobre una nube, sin darse cuenta de que todavía estaba sobre el tejado. Menos mal que se despertó, que si no se mete el segundo partigazo del día. Pero lo que son las cosas, hoy parecía que era ese día tonto que todos tenemos y que es mejor quedarse en casa acostado. Cuando bajaba se le trabó el taparrabos y en la lucha por desengancharse se raspó todo el culito, que le quedó blanco como la nieve.
Él no sabía lo que era la nieve, pero sí sabía que cuando los negros se hacen un raspón se les quedaba de aquel color. No te extrañes, cuando nosotros los blancos nos damos un golpe se nos hace un morado, que con el tiempo se va poniendo negro. Pero como Mamadou era un niño negro, cuando se golpeaba le salía un blanco, para que se le notara. Porque, si no, cómo iba a presumir. Compruebo que ya has entendido mi título de “Los negros se hacen blancos”.
¿El taparrabos? No, no me he olvidado. Noto que son todos ustedes muy inteligentes y no piensan dejar escaparme una. Hubo un tiempo en que ellos no sabían lo que era verano ni invierno. Mucho menos el otoño y la primavera. Sólo sabían que por la mañana salía el sol y por la tardecita se ocultaba tras aquellas lejanas montañas a las que nunca habían llegado. Sabían que unas veces llovía, pero jamás sintieron frío. Ni sabían lo que era. Por lo tanto no tenían pantalones, ni calcetines, ni zapatos, ni tenis, ni camisas, ni siquiera calzoncillos. Ni falta que les hacía.
Solamente con un pedacito de piel de alguno de los animales que cazaban se tapaban aquello que diferencia a los niños de las niñas. ¡No te rías! Y lo hacían porque les daba un poquito de vergüenza. Que no la habían sentido desde siempre, sino desde cuando llegó el misionero. ¿Te acuerdas? Antes de eso no llevaban nada y se sentían libres y felices, naturales como la vida misma. Pero el misionero cuando vio a todo el mundo con aquello al aire se puso colorado como los pimientos de las ensaladillas y decidió convencer a las gentes del poblado para que usaran taparrabos. Y así fue. En vez de desnudarse uno, se vistieron muchos. Y lo que son las cosas, cuando se marchó, como antes te dije, siguieron con aquello tapado porque ya les daba cierta cosita volver a quitárselo.
Menos mal que Mamadou no llegó a conocerlo –se había marchado antes de él nacer–, porque con el enfado que tenía le hubiese colocado el taparrabos de sombrero. Claro, si no hubiese llevado taparrabos, no se hubiera enganchado; y si no se hubiera enganchado, no se hubiese raspado su culito; y si no se hubiese raspado el culito, ahora no tendría un “blanco” que le estaba doliendo un montón; y si no le estuviese doliendo un montón, ahora estaría corriendo  detrás de las mariposas con toda tranquilidad.
Muchacho, te he contado tantas cosas de Mamadou, que se me había olvidado decirte que su hermanita tenía cinco años y se llamaba Mariama. Siempre se estaba riendo. Que yo recuerde, nunca la había visto llorar. Y cuando uno se ríe, enseña los dientes. Ella hacía lo mismo. Pero qué dientes más blancos. Más blancos que la ropa lavada con Ariel o Colón. Y perfectamente alineados. Sin aparatos ni boberías como los chicos de aquí.
Cerca del poblado había un riachuelo en el que se producía el baño diario. ¿Qué te pensabas, que los negros no se ensucian? Todo los días, baño, salvo cuando llovía, porque entonces había ducha. A veces removían mucho el agua y salían todos canelos, como envueltos en cola-cao.
Casi todo el día estaban por fuera. La cabaña era sólo para dormir. No, no estés pensando mal. No hacían pis en el río cuando se bañaban. Eran más limpios que los de aquí, que van a la playa y... ¡chorrito va! Luego te metes tú en el agua y pasas por sitios en que está calentita. ¿De qué será? Como ellos vivían en la selva, se podían arrimar detrás de cualquier árbol y... ¿tú no has oído hablar de los abonos?
Un día, cuando Mariama tenía tres años y se encontraba jugando con una tortuga que el papá le había traído del río grande, aquel al que llevaba su agua el riachuelo que antes te conté, le entraron enormes ganas de hacer pis. Y se alejó en busca de un escondite. Pero iba distraída, sin seguir los consejos de papá, que le había dicho que se fijara siempre bien por donde pasaba. Cuando creyó estar en el lugar conveniente, empezó a vaciar los depósitos. Con tan mala fortuna que lo hizo encima de un escorpión grande y gordo que soñaba tranquilamente. Los escorpiones son animales tranquilos, aunque no lo parezca. Pero cuando sintió aquella inoportuna ducha caliente con que Mariama lo estaba regando, pensó que era un ataque del enemigo. Y se defendió como sabía. Sacó su poderoso aguijón y se lo clavó a la niña en el mismo sitio en que su hermano se había hecho daño cuando se le enganchó el taparrabos; es decir, en el culito.
A Mariama le dolió mucho la picada, pero no le dio importancia e inició el regreso a casa. Caminaba y caminaba, pero estaba desorientada. Todos los árboles le parecían iguales. Comenzó a sentirse mareada. Ella creía que era de tanto caminar, pero el efecto del poderoso veneno del escorpión iniciaba su acción. Las ramas de los árboles parecían los brazos de enormes gigantes que querían atraparla. Todo le daba vueltas. Y se asustó mucho. Pero como pretendía ser como su hermano, se hizo la valiente. Pera ya las piernas no le respondían y sentó al pie de uno de los pocos árboles pequeños que encontró y se quedó profundamente dormida.
(Seguiremos)

sábado, 17 de agosto de 2013

Interesantes iniciativas

Hago un pequeño alto en el cuento que venimos publicando (seguiremos lunes, martes y miércoles, salvo imprevistos), amén del inciso por tratarse de un fin de semana (época en la que no trabajo pues bien me merezco un descanso), y me sumerjo en unas interesantes iniciativas. Al menos así me lo parece.
Cuando leí lo de “100% folclore”, recordé un debate planteado tiempo atrás, que un servidor era parte activa de la Agrupación Folclórica de Higa (La Perdoma), en el que se discutía la posibilidad que ahora el ayuntamiento realejero ha puesto en práctica, aparte del intercambio de grupos entre los diferentes municipios de la isla. La razón de ser de los colectivos es dar a conocer su trabajo mediante las actuaciones. Y como estas han ido decreciendo de manera alarmante –ni siquiera los festejos populares eran ya la tabla de salvación–, el que un consistorio permita la movilidad de los mismos por los diferentes barrios de la geografía local, constituye un estupendo aldabonazo para la subsistencia.
Los grupos necesitan alicientes, so pena de languidecer hasta su total desaparición. Recuerdo que esta práctica ya se llevaba a cabo en los tiempos en que Vicente Quintero era concejal de cultura, a través de la extinta Mancomunidad del Norte. Los condicionantes económicos –ignoro si debido a una mala gestión o a la consabida manía de no pagar las cuotas los municipios asociados– acabaron con aquellos empujes. Por ello me permito elevar humilde consejo a los actuales responsables de mi pueblo para que estudien la posibilidad de los intercambios que dejo esbozados. Tan difícil no será sentarse en torno a una mesa –que no sobre la mesa– los concejales del ramo para estudiar las alternativas que procedieren. Porque ‘eventos’ (volvió a salir la palabreja) hay como para repartir el suficiente juego.
No me acuerdo dónde demonios leí que se estudia un convenio entre ayuntamiento de Los Realejos y cabildo de Tenerife para buscar una solución definitiva a la casa natal de José de Viera y Clavijo. El ayuntamiento pondría a disposición de la entidad insular unos terrenos para la construcción de las viviendas que alojen a los actuales inquilinos del hogar en el que viera la primera luz el insigne polígrafo, y a quien en este año se viene dedicando un ingente programa de actos con motivo del 200º aniversario de su muerte en Las Palmas de Gran Canaria. Me viene a la memoria un escrito aparecido en un programa de las Fiestas de Mayo en el que ya se mentaba el tema hace más de cuarenta años.
Deseo, sin embargo, que las condiciones del tratado a establecer entre las diferentes instituciones públicas con respecto al futuro museo se realicen con todas las garantías posibles para que no ocurra lo que aconteció con la Casona de La Gorvorana, condenada hoy al más ignominioso olvido y al deterioro constante. Se firma una vez, pero se piensa un centenar, o más. Ojalá pueda ser esta la definitiva.
La declaración de sus bienes por parte de los que ejercen un cargo público, y que salta a los medios de comunicación cada tres por dos, me produce carcajada. Más cuando se comenta que un destacado dirigente socialista canario está poniendo pegas a que se conozcan sus ‘intimidades’ económicas. Máxime cuando desde su consejería se nos vende la Ley de transparencia como la panacea para solventar todos los males. Y si no es verdad lo que se publica de él, que salga a desmentirlo inmediatamente.
Yo le rogaría al alcalde de mi pueblo que encargue a cualquier funcionario que revise la documentación de los años ochenta y publique la declaración que yo debo tener por aquellas dependencias. Me pongo de ejemplo porque no he hablado este tema con los que me acompañaron en aquella aventura. Me imagino que no tendrán, asimismo, inconveniente alguno. Tanta bobería y hasta en eso fuimos unos adelantados. Y sin asesores ni cajas B. Váyanse a freír chuchangas.
Como la ministra Báñez ruega a la Virgen del Rocío para que la ayude a superar la crisis, como Paulino Rivero se vuelve romero todos los meses para encargarle a las patronas insulares que le echen una mano en la disminución de las listas del paro, me parece conveniente señalarle a Manuel Domínguez, alcalde de Los Realejos, villa que supera con creces los seis mil desempleados, que acuda cada miércoles a San Agustín y le diga a la Virgen del Carmen que o se pone las pilas o le quitamos el bastón de mando. Que cuando yo se lo regalé hace casi treinta años, se lo dejé clarito: aquí lo tienes pero con todas las consecuencias; paga las facturas pendientes y no me hagas estar pasando los sinsabores de si tendremos dinero a fin de mes para pagar las nóminas. Que yo era político en ese entonces y sabía exigir contraprestaciones. Y abandoné la cosa pública a los 38 años. En fin, quedan pendientes mis memorias. Por ahora me conformo con FB y Twitter. Aparte del Pepillo y Juanillo.
Bueno, nos encontramos el lunes con la tercera entrega del cuento. Hasta entonces. Y no se expongan al solajero.

viernes, 16 de agosto de 2013

Bien nos encanta el cuento (2)

En un lugar apartado de uno de esos países africanos que solemos llamar subdesarrollados –otros lo llaman el Tercer Mundo, y lo escriben con mayúscula para que destaque bien– y a los que en nada ayudamos, vivía una familia compuesta por los papás y dos preciosas criaturas. Claro, eran negros, casi tanto como su oscuro porvenir. Bueno, para que te hagas una idea, tan de negros como los sobacos de un grillo; más o menos.
Sé que es difícil para ti. Tendrías que dejar volar tu imaginación muy lejos. Y mientras vuelas olvida los yogures, natillas y flanes, la tele, el vídeo, el teléfono, internet, la nevera, la cocina, el cuarto de baño, los champús, las colonias, la cama, los coches, el cine, la disco, el colegio –¡qué bueeenooo!–, los libros –¡¡chachiii!!–... Olvídalo todo. Si no, difícilmente, entenderás este cuento.
El papá, Mansour, era cazador. De escopeta y rifle nada de nada, monada. Una lanza chiquita, que se te ponían los pelos de punta cuando se enfrentaba a un cuadrúpedo mucho más alto y gordo que él. Oye, te aclaro, para que no te pase como a un alumno de mi clase, que cuadrúpedo no significa eso que estás pensando. Porque tengo un amigo al que se le escaparon cuatro de tales gases y sigue siendo bípedo. No, señor, ni media palabra más; cuando yo me marche, agarras el diccionario y las buscas. ¡Ajá, faltaría más!
¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Muchacho, contemplar aquellas escenas de caza daba tremendos escalofríos. En cierta ocasión observé una y estuve malo con fiebre treinta días con sus treinta noches. Menos mal que se juntaban unos cuantos y cada uno pinchaba por donde podía. Por supuesto que los animales se defendían. No es como el hombre blanco que tiene un armamento de campeonato. No, Mansour y sus amigos sólo mataban para comer. Y eso no puede ser pecado, porque los leones también matan cuando la tripa les hace cosquillas. ¿Que si se hacían fotografías, pensaste? Sí, hombre, y luego las mandaban para que salieran publicadas en Diario de Avisos... Lo más parecido a una cámara fotográfica era una cacharra para recoger agua en los escasos días de lluvia que la mamá había encontrado meses atrás. Con un agujero, claro. Otro día te voy a traer a un amigo para que te explique lo de la cámara oscura.
La mamá, como muchas de las mamás, se ocupaba de las cosas de la casa. ¡Qué risa, tía Luisa! ¿Qué cosas? ¿Qué casa? Una mísera choza, una cabaña pequeña y pobre, casi tanto como ellos, con un roto en el techo. Menos mal, ¿te acuerdas?, que apenas llovía.
Cuando el padre se iba de caza, es decir, cuando se vaciaba la nevera y ya no quedaba carne, el pequeño Mamadou, con sólo ocho añitos, se convertía en el hombre de la casa, perdón de la choza. Creo que me trincaste: claro tronco, titi, no había nevera, ni sabían lo que era la luz eléctrica. La única corriente que conocían era la del río.
Los alrededores del poblado –porque vivían junto a otras gentes y otras cabañas– era un terreno arcilloso. Cierto, con mucha arcilla (mazapé también se conoce por aquí), ese barro con el que hacemos figuritas. Algo así como la plastilina. Y a Mamadou se le ocurrió un mal día subir a taponar el agujero del techo. ¿Cómo? Ni ascensor, ni escalera mecánica, ni grúa, ni camión de los bomberos... ¡ni una burra! ¿No sabes lo que es una burra? Pues no, amigo mío, no es la novia del burro. Es una especie de escalera pequeña... ¡Oye, ¿y por qué no le preguntas al abuelo que cómo le quitaba el longo a las piñas en la platanera? ¿Tampoco sabes lo que es el longo? Pues dos preguntas. Te las recuerdo: Abuelo, ¿qué son el longo y una burra? No te olvides. Ya me enrollé otra vez...
Subió Mamadou, arrastrándose como pudo, por aquella rugosa pared, y desde arriba gritó, bien orgulloso de su hazaña:
–Mamá, tírame un poco de barro.
Lo dijo en su idioma, pero es tan complicado que me he permitido hacer la traducción. Es tan rara su lengua que ni siquiera tienen diccionario. ¡Ah!, un buen día pasó por la tribu un misionero y se empeñó en civilizar a aquellas buenas gentes. Incluso intentó enseñarles la lengua... ¡No seas bruto, esa no! Su idioma, su modo de hablar, para así poder comprenderse mejor. Pero no hubo manera. Cuando lo trasladaron a una población mayor algunos años después, seguía entendiéndose por señas, porque él tampoco fue capaz de memorizar aquellas frases complicadísimas. Hecha, pues, la traducción, continúo. Por cierto, me había olvidado de decirte que la mamá se llamaba Ndiaye.
Pues la mamá cogió un buen puñado de barro, lo amasó bien en un charquito que había quedado de las últimas lluvias, lo puso en una hoja enorme de una planta parecida a la ñamera de la Plaza del Charco y...
–Toma, agárralo fuerte y ten cuidado, no te vayas a caer.
Pero no calculó bien el envío. El paquete remitido por correo aéreo fue directamente a la cabeza del chico. Como no pudo protegerse a tiempo, perdió el equilibrio y....
–¡Ay, ay, ay, aaayyyyy!
Voló sin parapente ni ala delta y aterrizó en el charco. Se pegó un partigazo de mucho cuidado. Se quedó estirado en medio de aquella agua canela y le entró barro hasta por el ombligo. Cuando pudo levantarse parecía un polo de chocolate, un mulato. Sólo se destacaban sus grandes ojos que brillaban como los faros de un coche en una noche muy oscura. Mamá Ndiaye, cuando vio que caía, intentó agarrarlo, pero a pesar de sus enormes esfuerzos no pudo evitarlo.
Pero no te vayas a creer que Mamadou soltó una lágrima después de haber inventado el puenting sin cuerda. Que va, ni una. Era fuerte como una mula. Y estando su madre y su hermana delante, y el padre de caza, ¿te acuerdas?, él era el hombre.
Una vez fuera de la piscina, se mordió sus gruesos labios, se limpió los faros –perdón, los ojos–, y díjose para sus interiores íntimos de adentro:
–Tengo que intentarlo de nuevo.
(Seguiremos)