Expresión que
desde chico siempre le escuché a mi abuela. Y que la utilizaba para curarse en
espanto de cualquier desdicha o desgracia que pudiera acontecer. Al tiempo,
hacía siempre la señal de la cruz. Por lo que deduzco que este comentario no va
especialmente dirigido a los religiosos y fervientes creyentes, porque como
están persignándose continuamente deberán estar más que curados contra ese
espanto anteriormente citado. Y si lo acompañan con golpes en el pecho,
costilla vacunada.
Hubo, como
bien habrán leído, oído y visto en los diferentes medios de comunicación, un
terrible accidente en Valsequillo. Lo de menos es que la fiesta se denomine el
perro maldito, el diablo, las libreas o los fuegos de mi pueblo. Lo de más es
que nos hemos acostumbrado a eso, jugar con fuego, sin percatarnos de que más
tarde o más temprano podemos quemarnos. Y tantas veces fue el cántaro a la
fuente que terminó por romperse. En los días siguientes, quejas y lamentos por
doquier.
Vaya de
antemano, y sin ambages de ningún tipo, el deseo de la pronta recuperación de
los heridos. Pero el espectáculo tiene que seguir, se dice en los círculos más
allegados. El alcalde de aquella población grancanaria manifestó que los
participantes reciben un cursillo para prever accidentes de este tipo. O no
debió surtir efecto, por razones obvias, o alguno no acudió a todas las
sesiones que debieron impartirse. Máxime cuando en este tipo de aglomeraciones,
una tragedia de este calibre puede ocasionar pérdidas irreparables. Fíjate en
la imagen.
Esta vez el
perro maldito causó un estrago terrible. Su maldición se cebó con uno de los
actores y el material (reciclable pero altamente inflamable) provocó el resto.
Parece que pretendemos justificar todo con lo de la tradición. Como son las
maratonianas procesiones en muchos pueblos (mucho más en el mío, Los Realejos),
en las que desde las azoteas la quema de artilugios pirotécnicos es una
verdadera temeridad. Y amparados en la supuesta protección divina y en el aquí
nunca ha pasado nada, persistimos al arrimo de la devoción. Esos juegos, maravillosos
y espectaculares, son la razón de ser de los Toste (y resto de maestros de la
pirotecnia), y no un numerito circense en el que saltamos a la pata coja para
que la pólvora no nos queme los tobillos.
Ahora, paradojas
de la vida, es cuando expresamos el dicho de nadie se acuerda de Santa Bárbara.
Como las autoridades, y la normativa legal, siempre van por detrás de los
acontecimientos, y dado que seguimos escuchando explosiones de petardos –cada
vez más potentes–, que son manejados no ya por mozalbetes a los que podemos
tildar de gamberretes de turno, sino por auténticos mocosos recién salidos del
pañal, cuestión sería de que nos pusiéramos las pilas antes de que las
desgracias vayan a mayores. Lo dice, y aconseja, un realejero que desde hace
unos años se ausenta de su pueblo cada vez que en el calendario se asoma el
tres de mayo. Hemos comprobado que en esta ocasión no todo acabó, por jugar con
fuego, con un simplemente mear la cama. Pongan, pues, coto a tan peligrosas
diversiones antes que nos meemos todos, pero por las patas pa´bajo.
Y es que
somos amigos de tener preparado un plan para evacuar los lagartos herreños (con
sus cubos de plástico y menú para varios días), mientras descuidamos aspectos
como el que hoy hemos traído a colación. Acto del que pude leer: “La Suelta del
Perro Maldito encarna la lucha del bien contra el mal, de Lucifer contra el
Arcángel San Miguel. Cada año, cerca de 10.000 personas se congregan en los
alrededores de la Plaza de San Miguel para seguir en directo el mayor
espectáculo de teatro en la calle de toda Canarias. Cada edición, centenares de
actores, todos ellos amateurs, participan en el evento. Este año, la audiencia
potencial de las bodas de plata de la Suelta del Perro Maldito superará el
millón y medio de personas en Canarias, gracias al acuerdo entre el
Ayuntamiento de Valsequillo y la Televisión Canaria”. Que me perdonen los píos,
pero estimo que esta vez ganó el diablo, ¿no?
Pues mira por
donde, nuestra tele autonómica, tan dada al tremendismo en sus informativos,
tiene la oportunidad de añadir otra muesca a su revólver. Y en directo. Casi
simultáneamente, el presidente del gobierno canario (te lo dije hace unos días)
volvía a darle la vuelta a su particular tortilla y, ante un grupo de
empresarios, ponía el grito en (ubica tú cielo o infierno a tu conveniencia;
¡ah!, hoy voy de minúsculo) porque no podíamos seguir defendiendo el que
cualquier obrero de la construcción cobrase más que un catedrático. No estaba presente Willy, ocupado en seleccionar
las imágenes más impactantes de lo acaecido en Valsequillo. Ya sabes que lo
importante es la audiencia. Sí, eso del share
y de la cuota de pantalla. Por la misma razón que se explayaron con un obeso
mórbido al que debieron introducir en casa los bomberos con una grúa por la
ventana. Coño, pues ciérrenle cocina, despensa y nevera. Y dejen las contiendas
entre demonios y ángeles para otros foros más divinos y no tan profanos. Porque
los fuegos del Averno causan miedo, estupor y pánico, pero no queman.
“Vamos a
procurar que no haya más accidentes”, dicen. Déjense de machangadas. Eso es
tanto como declarar que a partir de la próxima legislatura todos los políticos
van a trabajar tanto o más que los maestros. Hasta dentro de un ratito.