Yo no
serviría para policía. Bueno, a mi edad, por razones obvias. Pero si estuviese
a tiempo para tal cometido, difícilmente podría estar en primera línea de un
enfrentamiento ante cualquier manifestación. Para ello se requiere un aplomo
del que carezco. Y de una capacidad de aguante superior a mis fuerzas, a prueba
de bombas (y no va con dobles).
Estuve ayer
viendo unas imágenes en los informativos del mediodía (mejor, de las primeras
horas de la tarde). Las algaradas en el barrio barcelonés de Gràcia continúan
con toda crudeza sin que autoridad alguna parezca interesada en intentar hallar
una solución al conflicto. Les importan otros réditos.
La alcaldesa,
que no puede olvidar sus orígenes, de un lado, y asumir el papel institucional
que ahora le corresponde, de otro, se limita a echar balones fuera. Es más,
desvía el foco hacia la intervención de los Mossos. Que ella, al igual que los
dirigentes de la CUP
(Candidatura de Unidad Popular), considera insensata, desproporcionada. Y he
escuchado una cantinela a la que se recurre con demasiada frecuencia en cuanto
disturbio o acontecimiento molesto acontezca en cualquier lugar: Los violentos
no son del barrio.
Como estuve
metido en movimientos asociativos bastantes décadas de mi vida, el estribillo
me resulta familiar. Si estaba sucio el polideportivo y las calles, siempre
eran los de fuera los que realizaban tales actos incívicos. Se armaba cualquier
follón en la verbena de la fiesta e, ineluctablemente, los causantes fueron los
golfos de… (debes ubicar en el espacio de los puntos suspensivos a los que
habitaban en cualquiera de los núcleos que a lo largo del tiempo se les han
colgado el estigma de gentes de dudosa
reputación) que venían pertrechados con armas de destrucción masiva.
Vuelvo a los
informativos que te comentaba antes. Las actitudes provocadoras de muchos de
los congregados en el rebumbio ponían a prueba la moral de los impertérritos
agentes. Táchame de lo que quieras, pero yo estoy allí y del guantazo que le
meto se va a reír de … (vuelve a poner lo que gustes). Es que van, ex profeso,
a buscar ruido. Y que varios (supuestos) cargos públicos se sumen al bureo,
manda el titular de ayer.
Por los
visto, los encargados –mandato constitucional– de velar por el orden y la
seguridad deben pedir permiso a los revoltosos para actuar ante desmanes
injustificables. Deben aguantar carros y carretas, insultos, vejaciones, burlas
y agresiones sin pestañear. Poniendo, además, la otra mejilla para que cuatro,
veinte o cien personajillos adquieran fama televisiva de mártires de la santa
causa. De la que sea. Me da lo mismo. Porque las nobles demandas y las luchas
bien entendidas y razonadas, se diluyen en el lodazal inmenso de los
despropósitos. Y una grabación con el móvil refuerza la hazaña. Héroe de…
mierda. Con perdón.
Mira, si
persistes en esa línea de faltarme al respeto, te advierto que lo mismo debo
tomar una decisión y dejarte la pistola mientras te doy un abrazo de
conciliación. Ya que tú no pones nada de tu parte y yo fui a un cursillo de
buenos modales impartido por un reputado psicólogo, te invito a una copa y
hacemos las paces de una manera civilizada. ¿No crees que tu talante no
contribuye a pacificar una situación que se tensa por instantes? Dulcifiquemos
el ambiente…
Todos hemos
presenciado cargas en otros países del mundo. Con una trayectoria democrática
que nos supera con creces. Con habitantes que reclaman también ante injusticias
y barbaridades. De políticos, banqueros o de cualquier elemento que se crea
superior y ejerza abusos de poder. Y vaya si consiguen sus justas
reivindicaciones.
Aquí, en esta
España nuestra (y Cataluña sigue formando parte del entramado), somos muy dados
a los extremismos. En muchas facetas de la vida. Los que hemos estado metidos
en las aulas de escuelas, colegios e institutos, algo sabemos del paso de una
autoridad absoluta al pasotismo familiar más infame. Y del cógelo todo porque
yo no lo tuve, estos lodos sociales con los que nos bañamos cada día. Porque no
hay más que ver la cara de mucho niñato en los berenjenales.
Sí, se
necesita ser de una casta especial. Y de una capacidad de aguante infinita. Por
ello, felicito a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, a los policías
autonómicos y locales por seguir desempeñando un quehacer harto complicado en
los convulsos momentos actuales. Instantes en los que, además, los políticos no
ponen mucho de su parte para mejorar la convivencia, bien con los malditos
recortes, bien con su inacción o dejadez.
No, yo no
serviría. Ni soportaría tanta burla y menoscabo, cuando no desafío sin más. Los
insultos, el vocabulario soez y chabacano, son aditamentos a las proezas. La
pobre madre del agente que cumple con el papel asignado en el reparto, es
también destinataria de diatribas y mensajes gratuitos por atreverse a parir un
engendro. Todos nos sentimos capacitados para descargar iras de la manera más dañina
posible. Pero al final, con la ayuda inestimable de las nuevas tecnologías, que
facultan montajes para desvirtuar la realidad, siempre serán culpables los
agentes de la autoridad, señalados con el dedo acusador de la solemne opinión
pública y condenados al fuego del Averno.
No dejo de
reconocer que ha habido excesos en el cumplimiento del deber. Claro que sí.
Como han existido médicos condenados por malas prácticas. O alcaldes metidos a
la cárcel. Qué larga lista podríamos añadir. Mas, y recurro a sentencia
esgrimida en reiteradas ocasiones por los que se apuntan a lo de reclamar por
todo, ¿combatimos violencia con más de lo mismo, nos amparamos en la ley del
Talión, el ojo por ojo y diente por diente? Garbanzos negros, en todas partes.
Lecciones,
las justas.